El lugar está situado en Urquiza 2217 y reúne además a lesbianas, travestis y trans (mujeres y disidencias) en «situación de vulnerabilidad»
Por Sofía Dalonse – EQC Noticias y CLG Noticias
El Centro de Día «Nora Cortiñas» es un espacio destinado a recibir mujeres, lesbianas, travestis y trans (mujeres y disidencias) en situación de calle a raíz de episodios de violencia de género o consumo problemático.
El nombre fue designado en reconocimiento a la militante y defensora de derechos humanos, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo y posteriormente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Situado en Urquiza 2217, abrió sus puertas a comienzos de este año para implementar un abordaje interdisciplinario e integral y para ello cuenta con diversos profesionales y distintos talleres. Matias Rucci es psicólogo y forma parte de este equipo de trabajo integrado por alrededor de 10 personas que brindan sus conocimientos, energía y tiempo para mejorar la salud mental de estas mujeres; sin recibir a cambio una remuneración o salario fijo.
«Hay usuarias que llegan con sus hijos, bebés, o incluso embarazadas, habiendo atravesado situaciones de violencia con su pareja o ex pareja», contó el profesional.
Y agregó: «Otras llegan no por violencia de género, sino por consumo problemático; están allí en un proceso de reinserción y resocialización».
Al referirse a la situación de las personas que buscan recibir ayuda, detalló: «Algunas pudieron terminar sus estudios, otras no… algunas cuentan con ayuda familiar, otras no; pero todas pretenden superar su propia historia y su propio padecimiento subjetivo».
Según Rucci, las causas que las han llevado a la situación de calle muchas veces ha sido el consumo o la falta de apoyo-contención familiar: «Muchas vienen de familias de consumidores, donde se reproduce una historia de consumo que viene de un padre o madre (generalmente padre) que ha consumido desde que ellas tienen uso de razón. Y cuando no ha sido el padre, ha sido la pareja».
Asimismo, consideró que hay ciertas cuestiones burocráticas/institucionales por parte del Estado que dificultan el abordaje de estas problemáticas, sobre todo, cuando se trata de adicciones.
Al hablar de su trabajo en el centro, especificó que asiste los días miércoles y hasta el momento está tratando dos casos: «Ambas mujeres manifiestan estar muy a gusto con la terapia y dicen que les sirve, creo que tiene que ver con que es una de las pocas veces en sus vidas que han encontrado un espacio donde realmente son y se sienten escuchadas de verdad, sin prejuicios, sin reacciones, manipulaciones, ni nada por el estilo».
Y continuó: «Algunas son más reticentes que otras a la terapia, pero con las dos que me toca trabajar no he tenido inconveniente».
En la misma línea, aseguró que desde que comenzaron con el tratamiento psicológico se produjeron algunos cambios en su conducta: «Son muy graduales y a veces pueden parecer imperceptibles, pero hay que tener en cuenta que para la persona que está atravesando un padecimiento pueden ser enormes».
Tras un trabajo enfocado en el autocuidado, las mujeres han logrado modificar ciertos gestos y actitudes que les permite abrirse y expresarse con mayor libertad. Según comentó el profesional, semana a semana hay un progreso. Poco a poco, empiezan a sostener la mirada, reírse, mirar a la cara y arreglarse.
«Es un proceso complejo, que lleva su tiempo. No es nada fácil poner en palabras una historia, una dinámica de vida/familia que se ha sostenido desde la niñez, sobre todo, cuando han sido muy estigmatizadas por sus círculos: enojo, discriminación y expulsión por padecer una adicción», señaló el especialista. Si bien aseguró que la palabra es la herramienta que debe utilizar en su rol de terapeuta a la hora de abordar este tipo problemáticas, en este contexto particular no debe ser excluyente: «Me parece importantísimo y fundamental que como profesionales podamos cuestionarnos algunos enfoques o encuadres que a veces se nos han planteado de manera un poco rígida, en mi opinión», sostuvo.
En este sentido, ejemplificó: «Obviamente necesitamos un encuadre, un horario, un respeto mutuo, una buena transferencia para poder trabajar, etc… Pero si la paciente llorando me cuenta que se aburre todo el día porque no tiene para escuchar música y yo le puedo conseguir una radio, se la consigo (cosa que en mi consultorio particular quizás no haría). Acá vemos situaciones de vulnerabilidad de derechos tan grandes que si podemos sumar, sumamos. Trabajamos de manera comunitaria».
Y concluyó: «Esta idea de que el psicólogo siempre se queda callado, que solo escucha, que no da un abrazo. Considero que como nuevos profesionales podemos re-pensar algunos de esos lugares manteniendo, por supuesto, el cuidado del/la paciente y la ética profesional».