Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
El miércoles por la tarde, Sergio Massa se acercó al Congreso para presentar el proyecto de presupuesto 2022 ante los integrantes de la Comisión de Presupuesto que preside Carlos Heller. Los números gruesos ya se conocían desde el 15 de septiembre cuando, según marca la tradición, el proyecto ingresó por mesa de entradas a la Cámara de Diputados de la Nación. Un crecimiento del PBI del 2%, una inflación del 60% y una reducción del déficit fiscal a un 1,9% del producto. Números sobre los que vale la pena reflexionar, al menos brevemente.
El crecimiento del 2%, más que un objetivo es una imposición. Una imposición del Fondo Monetario Internacional por una cuestión que hemos expuesto en más de una ocasión: un país que crece más lento, disminuye su demanda de importaciones, ya que necesita menos insumos extranjeros para proveer a su sistema productivo. Una demanda de importaciones menor favorece la consolidación de una balanza comercial superavitaria, lo cual no es malo en sí mismo, pero cuando el superávit sólo se construye para garantizar la disponibilidad de divisas para pagar deuda, estamos complicados.
Por otro lado, y si bien es cierto que la elasticidad empleo-producto en la Argentina está algo por encima de la media mundial, es decir, cada punto de crecimiento del producto produce un aumento del empleo mayor que lo que prevé la Ley de Okum, no es menos cierto que eso sólo ocurre cuando el producto crece por encima del 3 o el 4%. En síntesis, y simplificando, es poco probable que en 2023 se produzca generación neta de puestos de trabajo de buena calidad en la Argentina.
No está todavía claro cuál será el número final de la inflación en 2022, pero todo hace pensar que la cifra rondará el 90%. No quiero hablar de pisos ni de techos, porque con estos niveles inflacionarios cualquier cálculo vuela por los aires en dos minutos.
Sin embargo, es realmente difícil imaginar cuáles serán los mecanismos que piensa instrumentar el ministro de Economía para hacer aterrizar la inflación en un 60% en 2023. Hoy, y desde una perspectiva casi exclusivamente monetaria, se está intentando dar la pelea desde el Banco Central a través de tasas de interés estratosféricas, que además ya le están generando un problema al país en el mediano plazo. O sea, la bomba de pasivos remunerados del Central es relativamente sencilla de armar, pero muy compleja de desactivar. Massa es consciente de esto, por lo cual ayer hizo referencia explícita a la necesidad de ordenar la cosa con relativa urgencia. Pero claro, esos niveles de tasas hacen que la inversión desaparezca, y con ello el crecimiento. Parecería que la única apuesta para morigerar la inflación es planchar la economía. Una receta tan tradicional como ortodoxa, pero que tiene consecuencias devastadoras en términos económicos y sociales. La pelea política se viene perdiendo por goleada, ya que la respuesta de las grandes formadoras de precios al llamamiento del gobierno ha sido prácticamente nula.
El déficit fiscal de 1,9% del PBI es directamente una salvajada. La gente habitualmente piensa que no está nada mal bajar el déficit, que es siempre saludable. También supone que los países “serios” tienen la situación controlada, y son superavitarios. Pues no, error. Veamos un par de ejemplos. La Eurozona terminó 2021 con un déficit por encima del 5%, y se proyectaba que en 2022 disminuyera al 3,7%. Si, casi el doble de lo que le exige el FMI a la Argentina para 2023.
Estados Unidos proyecta para 2022 un déficit del 5,8% para este año y la administración Biden proyecta hacerlo bajar hasta el 4,5% en 2023. Sí, más del doble de lo que le exige el FMI a la Argentina para el año que viene. Es más, las previsiones para la próxima década se estancan en ese mismo 4,5% de manera crónica. Quitarle a un país emergente la posibilidad de utilizar la herramienta del déficit para financiar el desarrollo es condenarlo al estancamiento.
Para cerrar. Massa dijo que carga como una cruz personal el haber sido el único presidente de la Cámara de Diputados de la historia de la democracia, a quién le rechazaron un presupuesto. Es evidente que estuvo trabajando a conciencia para elaborar el del año que viene, porque si lo lee un distraído, parece más un programa de gobierno de la oposición que del oficialismo. Es decir, es virtualmente imposible que este presupuesto sea rechazado, aún con críticas. La capitulación parece estar firmada y, un gobierno que hasta hace poco tiempo se percibía a sí mismo como nacional y popular, se ha entregado a los vientos globales que, lenta pero firmemente, van corriendo todas las agendas irreversiblemente hacia la derecha.