El genial guitarrista está de festejo y repasamos su carrera en la siguiente nota
Mientras se recupera de un desmayo por deshidratación sufrido días atrás que lo retiró de un escenario en medio de una actuación en Michigan, hoy cumple 75 años Carlos Santana, el endiablado guitarrista que sorprendió con su fuego latino en el famoso Festival de Woodstock en 1969, al ofrecer una nueva variante al rock, tanto desde el personal sonido de su instrumento como desde el aspecto rítmico.
Toda una generación a nivel mundial quedó hipnotizada cuando, desde las pantallas de los cines que proyectaban el documental registrado en los históricos «tres días de paz y amor», surgía la imagen de este mexicano, nacionalizado estadounidense, que gesticulaba y se movía como un poseído, como intentando domar el mástil de su guitarra, mientras desgranaba las notas de «Soul Sacrifice» y una irresistible sección rítmica alimentaba el trance.
Hace pocos años, el músico reveló que sus colegas de Greatful Dead le habían convidado un ácido entre bambalinas y él aceptó creyendo que para la hora de su actuación se le habría pasado el efecto; sin embargo los organizadores anticiparon su set y tuvo que «luchar» contra la serpiente imaginaria en que había devenido el mástil de su guitarra, efecto de su estado lisérgico.
Más impactante aún fue para el público argentino que, durante varios años en funciones de trasnoche, pudo asistir a un espectáculo revelador, en años en que todo lo relacionado a la cultura rock era nuevo y, en la mayoría de los casos, lejano.
El idilio se consumó definitivamente cuando Santana visitó la Argentina en octubre de 1973, en los días en que Juan Domingo Perón asumía su tercera presidencia, y en tiempos en que era impensable un show internacional en nuestro país.
Fueron tres conciertos memorables, en el Luna Park, el Teatro Metro y el Viejo Gasómetro, que confirmaron que el guitarrista entraba en un estado de gracia sobre el escenario, acaso contagiado por el calor de la percusión.
Pero este sonido tan novedoso era en realidad producto de la propia historia de vida de Carlos Santana, nacido en Jalisco, con un padre violinista que integraba un grupo de mariachis; pero que en su adolescencia emigró a San Francisco.
Los sonidos latinos de su infancia, el primitivo rock and roll que escuchaba en las radios y la escena vanguardista de San Francisco fueron creando en el joven músico un cocktail sonoro que iba a hacer explosión en los últimos años de los `60, cuando conformó un grupo al que bautizó con su apellido.
Más allá de distintos cambios que fue haciendo en su banda, Santana fue hilvanando una serie de discos entre 1969 y la primera mitad de 1975 que lo consolidaron como un referente en la cruza del rock y géneros latinos, como la salsa, el chachacha, el bolero o el samba.
Así destacan su homónimo debut de 1969, «Abraxas» de 1970 y «Caravanserai» de 1972; y temas clásicos como «Oye cómo va», de Tito Puente; «Black Magic Woman», de Peter Green; o «Evil´s Ways», de Willie Bobo, entre otros.
Su amor por el jazz, en especial por John Coltrane, lo acercó a varias figuras del género, y la búsqueda espiritual lo condujo a John McLaughin y su Mahavishnu Orchestra, con quien grabó un disco y conoció a un gurú al que iba a estar ligado a lo largo de los `70.
Fueron años en donde continuaron las grandes creaciones, con más clásicos como «Samba pa´ti» y «Europa»; pero también de grandes conflictos por la intromisión del gurú en su carrera y sus finanzas, con quien finalmente iba a romper sobre el final de la década.
Aunque mantuvo su reputación como músico, los años ´80 lo vieron alejado de los primeros planos, hasta que en la primera mitad de los `90 tuvo un resurgimiento con discos como «Spirit Dancing In the Flesh» de 1990 y «Milagro» de 1992 que lo mantuvo en una larga gira que tuvo una parada en mayo de 1993 en la cancha de Velez.
Pero la gran explosión comercial llegaría en 1999 con «Supernatural», un trabajo en el que puso el sello de su guitarra en canciones interpretadas por grandes figuras de la música, como Maná, Rob Thomas, Eric Clapton y Wyclef Jean, entre tantos. De allí salieron hits como «Corazón espinado» y «Smooth».
Sin embargo, ese gran éxito comercial también iba a mostrar un Santana con un sonido y fórmulas repetitivas, casi como un cliché de sí mismo, y asociado a nombres con más «cocardas» comerciales que artísticas.
Así como toda una generación había quedado con la imagen congelada de un Santana prendido fuego en Woodstock, ahora había toda una nueva camada de oyentes que lo consideraban un mero producto comercial algo pasado de moda. Por supuesto que también había una antigua ola de seguidores que sentía que el guitarrista «se había vendido al mejor postor».
Acaso la peor imagen de Santana se haya visto cuando en la ceremonia de 2005 de los Premios Oscar literalmente aturdió con el sonido de su guitarra en la insoportable versión junto a Antonio Banderas de la bella canción ganadora de la estatuilla «Al otro lado del río», del uruguayo Jorge Drexler.
Si bien nunca perdió su halo de gran artista que realizó un gran aporte al rock, la estrella de Santana parecía haberse apagado en algún momento de los ´90, hasta que en 2016 decidió retomar la historia interrumpida en los tempranos `70 y volvió a reunir a su histórica banda de la época de Woodstock para registrar «Santana IV», un glorioso regreso a las fuentes.
Desde entonces, el guitarrista recuperó la credibilidad de aquellos que comenzaron a mirarlo con recelo ante el gran éxito comercial, a la vez que ratificó su genialidad para los que nunca dejaron de considerarlo uno de los más grandes de todos los tiempos en su instrumento.
Tal vez por eso en estos días las redes se llenaron de saludos de los colegas deseando una pronta mejoría al artista que a los 75 años todavía está en condiciones de escribir algunas páginas gloriosas.