Nicolás Heredia es un fotógrafo rosarino que pasó tres meses en la Jungla de Calais y de allí forjó esta obra, que está expuesta durante todo el mes en la Alianza Francesa
Por Gonzalo Santamaría
«Dos adolescentes escapan de Marruecos con el corazón apretado entre el chasis de un camión y el pavimento, uno de los dos logrará cruzar la frontera de la España africana, llegará, lo odiarán por pobre, sufrirá, pero a los golpes armará su vida; el otro solamente será una mancha roja en el suelo de Ceuta», así describe con total crudeza la murga uruguaya Agarrate Catalina en su canción denominada «Aporofobia». Con este resumen, se puede describir sin correr una coma lo que vivió el fotógrafo rosarino Nicolás Heredia, quien en 2017 vivió durante tres meses en La Jungla de Calais, el campo de refugiados más grande de Europa occidental, en el norte de Francia. A partir de esa experiencia, decidió emprender un trabajo llamado «El Reflejo Social», donde muestra 24 fotos dentro del campo, que fue presentado en la Alianza Francesa y estará disponible para todo el publico durante el mes de junio. «Soy un pibe de Tablada que fue a hacer un documental al norte de Francia», sintetizó el autor de la obra en diálogo con CLG.
Esta presentación está enmarcada en un programa especial que fomenta la Alianza Francesa. Nicolás primero presentó su obra, este miércoles 15 de junio a las 19 habrá un cine debate donde se expondrá el documental “Las marcas del éxodo”, también del rosarino y por último un conservatorio denominado “La experiencia de vivir como y con refugiados”, donde Heredia formará parte de un panel junto a Gabriel Pennise, único periodista de Rosario en visitar el conflicto armado entre Rusia y Ucrania, y Mario Laús, fotógrafo y documentalista (Refugiados en París).
Para contextualizar, “la Jungla de Calais” se formó en base a asentamientos irregulares de migrantes que intentaban cruzar hacia el Reino Unido en búsqueda de un bienestar socio-económico, estos grupos de migrantes son personas que se vieron forzados a salir de su lugar de residencia por cuestiones de guerras, hambruna y problemáticas económicas. Ghana, Nigeria, Congo, Sudán, Eritrea, Etiopía y Siria, entre otras, son las naciones de donde provienen gran parte de los migrantes que vivían en dicho lugar. En 2015, el presidente fránces François Gérard Georges Hollande, anuncia el levantamiento de la jungla y con él, comienza una migración hacia otros lugares de Europa de las personas que residían en la zona, para no ser deportados a los países de acogida. Y así comenzó una gran migración de gran parte de las 10 mil personas que vivían en aquella ciudad que está al norte de Francia, donde el Canal de la Mancha y el Euro Túnel unen a los francos con Inglaterra.
Desde 2016, la Policía de Inglaterra implementó el uso de reconocimiento facial, por eso cada inmigrante ilegal que llegaba a sus tierras era fácilmente detectable y así la deportación era inminente. Por eso Nicolás decidió tomar su cámara, su teléfono con Google Translate y «gatillar» 24 veces a distintas personas que eran voluntarios de ese campo de refugiados, con una particularidad: todos ellos con la cara tapada.
«Son veintitrés voluntarios al azar, uno es un refugiado que logró ser ciudadano francés pero volvió para ser voluntario, y el ‘veinticuatro’ es refugiado», contó Heredia y reveló: «El último día que estuve allí escribí en mi celular ‘tapate la cara con las manos’ y cada uno interpretaba lo que quería». En el lugar donde vivió el rosarino se clasificaba la ropa y se preparaban más de 3 mil raciones de comida por día.
La obra, según el autor, se puede simplificar en dos fotos: una de un chico con capucha, como el refugiado que logró la ciudadanía y regresó para ayudar, y la segunda es la del refugiado de la Jungla de Calais.
El diálogo seguía y sólo era interrumpido por los saludos de las decenas de personas que se acercaron a la inauguración en la Alianza Francesa, que se dio el primer jueves de junio.
Estar en el norte de Francia no le impidió poder compararlo con su barrio de Tablada y los tantos que se emergen en la periferia de Rosario: «Allá y acá hay sueños envueltos de mucha violencia».
«En la actualidad en la que vivimos, estamos en una sensación latente de que algo nos va a pasar, allá es igual: algo te va a pasar, porque la única manera de que pase algo es que suceda, sino no; si te pasa es el cielo y si no te pasa ya no hay mañana», contempló Heredia.
Pero fue claro que el impacto más grande se llevó fue respecto al agua: «La deshumanización respecto a la utilización del agua no me la olvido más. Tenían 7 minutos cada 15 días para bañarse y sólo dos veces por día bidones de agua. Allá la policía rociaba todas las tomas de agua con gas pimienta para que no tomen».
Tras 30 días en el campo de refugiados, Nicolás reconoció que terminó yendo a un psicólogo: «Mi vida se transformó después de esto y dejé en Calais un Nicolás que a veces extraño y salió otro. El Nicolás de antes era naif, creía en cosas que ahora no; el Nicolás de ahora es totalmente permeable, es un bajón porque es una esponja, pero está bueno porque uno aprende que el dolor es parte del proceso creativo».
Entre las imágenes exhibidas en la muestra fotográfica se pudo encontrar una de un voluntario con una pulserita que, ya desgastada, se le podía leer «Walk for hope» (camina por la esperanza) y el rosarino aseguró que se encontró con muchos voluntarios «que eran el Nicolás de antes, chicos de 20 a 25 años que sólo por el simple hecho de que estén ahí es porque creen lo que están haciendo. Es su deseo, no sólo de caminar sino de ayudar a caminar».
En otra esquina se encontraba una voluntaria que se tapó su cara con las dos manos, pero en una tenía un guante de latex y así lo explicó Heredia: «Como los agarré en el lugar donde estaban laburando el guante te come las manos, porque allá se lavaban por día entre 100 y 200 kilos de papas, las manos se te destruían lavando papas durante 12 horas».
Dos años más tarde, pudo contactarse con «tres o cuatro» voluntarios que siguen en Calais y con franqueza dimensionó: «Al menos sé que están vivos».
Sin embargo, Heredia quiso ser claro con está problematica que ocurre en Francia: «Lo que pasa en Calais se pude ver con los migrantes que se suben a una tapera y que se mueren al medio del mar Mediterráneo, por hambre, por sed o porque se cae al agua y se ahogan, también tenés a un hondureño que se sube al Elefante Blanco, el tren que va a Estados Unidos y muere a las vías o con los piratas en México» y remató: «Todo pasa porque la migración es una mierda».
Mientras miraba al público presente, Heredia trajo a la conversación a Julián Usandizaga, el artista plástico contemporáneo más importante de la ciudad que definía a las presentaciones como un velorio ya que «nadie mira al muerto». «Me encanta que la gente venga, esté y se tome un momento para ver las fotos, pero también me encantarían que vengan después y recorran tranquilamente cada imagen para que vean más allá ya que estamos en suelo francés, es una problemática francesa y global, es muy particular la presentación de esto acá», cerró.