Residentes de un parque de precarias casas prefabricadas cerca de Wilmington, Carolina del Norte, se apresuraban a empacar sus pertenencias antes de que el huracán Florence toque tierra en la costa este de Estados Unidos, sin saber si tendrán un techo cuando regresen.
Ubicado entre el río Cape Fear y el océano Atlántico, el Royal Palms Mobile Home Park podría pasar, a primera vista, por un camping de verano.
En rigor, alberga familias de bajos ingresos que viven en precarias estructuras de madera de unos pocos metros cuadrados.
«¡Viviendas accesibles cerca de la playa!», se puede leer en el sitió web del parque.
A medida que la intensidad del viento aumentaba en la tarde del miércoles anunciando la inminente llegada de Florence, voluntarios de una iglesia hispana golpeaban en cada puerta urgiendo a los residentes a refugiarse en otra parte.
Oscar Pérez, residente del lugar, dijo que había decidido irse.
«Estas casas son muy frágiles, y con un huracán categoría 4 en camino, no tenemos otra opción que irnos», dijo este jardinero de origen mexicano que vive hace 12 años en Estados Unidos. Florence se degradó luego a huracán categoría 2, con vientos de 175 km/h.
«Vamos a tomar algo de comida para sobrevivir unos días con los niños y no sabemos qué esperar», agregó.
«Lo más importante es mantenerse vivo. Lo material es secundario», afirmó, mientras colocaba un tablón en una de las ventanas de su casa prefabricada.
– Los más lejos posible –
El auto de Alondra Espinoza, estacionado en la calle que atraviesa el parque, exhibe el baúl lleno.
«Empacamos todo, estamos listos para partir», dijo, mientras se escuchaba la voz de un niño dentro del coche.
«He pasado por huracanes anteriormente, pero nunca con niños», dijo. «Si no fuera por ellos, no me hubiera importado quedarme aquí. Pero esta vez es diferente. Quiero alejarlos lo más posible de aquí y del peligro del huracán».
Espinoza espera que su hogar esté intacto cuando regrese, pero está preparada para lo peor.
«Nos quedaríamos con mi hermano hasta que encontremos otro lugar para vivir», dijo.
Su vecino Diego Hernández se apronta para dirigirse a un hotel del centro de la ciudad con su familia, que se tomó el trabajo de levantar los muebles del piso para protegerlos en caso de inundación.
Hernández, recientemente graduado de la secundaria, dice que se llevan solo lo esencial: comida, ropa y los dispositivos electrónicos que puedan cargar.
«Para ser honesto, realmente no sé lo que siento. Pero sé que la cosa se va a poner fea. Así que sé que se va a poner emocional y todo eso».