Análisis

Opinión: «El acuerdo con el FMI y la guerra contra la inflación»


Por Diego Añaños

Finalmente el Gobierno nacional consiguió la aprobación del proyecto que avala el endeudamiento con el FMI. En la madrugada del jueves, y luego de un largo debate, el Senado de la Nación refrendó la media sanción de la Cámara de Diputados y el acuerdo con el Fondo ya es Ley. El miércoles, el oficialismo había conseguido el dictamen favorable de la comisión de Presupuesto y Hacienda luego de una breve reunión en la que se estamparon 16 de las 17 firmas requeridas. Incluso la oposición aseguró la mayoría especial de dos tercios para tratar el proyecto sobre tablas en el recinto, dado que el trámite normal requiere que de una semana para el tratamiento en el pleno luego de su aprobación en comisión. Se dio fin así, a uno de los capítulos de negociación más largos de la historia argentina. Los bien intencionados dicen que la discusión se extendió en el tiempo porque el equipo negociador no estuvo dispuesto a entregarse fácilmente a los dictados que el Fondo pretendía imponer. Otros, los mal intencionados, sugieren que Fernández, como la princesa Scheherezade de las Mil y una noches, decidió mantener viva la negociación para conservar el protagonismo y legitimar su gestión. Independientemente del análisis personal que cada uno haga, lo cierto es que el acuerdo fue aprobado, y el Frente de todos enfrenta el desafío de dejar de gobernar en la excepción que significaron tanto la pandemia, como el default que los persiguió durante los dos primeros años de gestión.

Y así lo entiende Alberto Fernández. El presidente aseguró el martes que el mismo viernes posterior a la votación comenzaba la guerra contra la inflación. Lo hizo durante un acto de inauguración de la estación Tortuguitas del ferrocarril Belgrano Norte. “Vamos a terminar con los especuladores”, dijo el presidente. Como era previsible, surgieron los cuestionamientos, desde los más técnicos (“Que pare de emitir y se terminan los problemas”), hasta los más elementales (“Maestro, se tomó más de dos años para empezar, por qué no arrancó antes???”). Y es así, el presidente es el terror de los comunicadores cuando se sale del libreto. El problema es que la improvisación le gusta, y en más de una oportunidad sus dislates han sido, además, desmesuradamente magnificados por la oposición mediática.

Hoy no quedan dudas de que la inflación es el principal problema que enfrenta el gobierno nacional y, en paralelo con las cuestiones estructurales propias del modelo argentino, y sus notas de color, el contexto internacional ha cambiado. No es un tema menor que el mundo se haya vuelto inflacionario, luego de cuarenta años de estabilidad de precios. Es más, hasta el propio FMI, a través de su vocero oficial, Jerry Rice, reconoció la relevancia del fenómeno a nivel global, y sugirió estimar el impacto que podría llegar a tener a la hora de juzgar el cumplimiento de las metas con las que se comprometió el país. La “Cláusula Ucrania”, como se la denomina coloquialmente, pone sobre la mesa la necesidad de un análisis detallado de las complejidades que se visualizan en la consecución de los objetivos del programa aprobado, a la luz de las tensiones que se derivan del conflicto armado.

Por otro lado, no podemos dejar de reconocer que Fernández tiene razón. La inflación en la Argentina, como en todo el mundo, es un fenómeno multicausal, pero hay factores que operan con más fuerza que otros. El presidente puso la mira sobre los especuladores, y lo hizo públicamente. Esos especuladores tienen nombre y apellido, y son los formadores de precio en la argentina. Son las grandes cadenas de supermercados (Carrefour, Censosud -Disco, Jumbo y Vea-, Coto, Walmart, La Anónima y Día), que concentran el 80% de las ventas del país. Son Mastellone y Danone. Es Arcor, un gigante intocable. Son Molinos Río de la Plata, Aceitera General Deheza. Coca Cola, Bimbo, las azucareras Ledesma y Chango, Unilever, Swift, Procter and Gamble, Nestlé, etc. Ahí está el núcleo duro de la formación de precios, tal vez me esté olvidando de alguno, pero por ahí va la lista. Está claro que ningún gobierno ha tenido el poder de fuego suficiente como para sentarse a establecer condiciones a los gigantes. El camino es la negociación, por lo que Fernández deberá meter violín en bolsa, retirar lo de la guerra, y ver cómo consigue que los especuladores, como él mismo los llamó (y tiene razón, aclaro), acepten acompañar un programa macroeconómico de reducción progresiva del índice general de precios.

Lo anteceden hartos intentos fracasados. Sin embargo el futuro tiene algo maravilloso. A diferencia del pasado, no existe, y debe ser construido. Cada una de nuestras acciones de hoy, prefigura el mañana. Lo que ocurrirá en el futuro, dependerá de las decisiones que se tomen a partir de mañana. Ojalá el presidente y su equipo se iluminen, porque los vamos a necesitar.