Por Lic. Agustina Murcho, (MN 7888-MP 3196), nutricionista especialista en trastornos alimentarios. @nutricion.ag
La mayoría de las personas tienden a comer en mayor cantidad durante las fiestas porque hacen dieta todo el año, se privan mucho de las comidas que suelen generarnos más placer, y en esos momentos abunda ese tipo de comida. Entonces, el cerebro hará lo imposible para buscar ese placer, eso que tanto se prohibió.
Si durante los días de las fiestas no se come tan saludable como el resto no pasa nada porque eso también es saludable. El problema existe cuando la persona quiere comer 100% sano todo el tiempo y se angustia o tiene culpa cuando come alimentos que no son correctos.
Las fiestas van a estar siempre, todos los años, entonces, ¿no es mejor amigarnos con la comida y disfrutar? Se demonizan mucho las fiestas cuando probablemente comemos más en una quinta con amigos en todo un fin de semana. Pero esto es algo que se viene repitiendo desde hace años y está muy relacionado al mito que afirma que a la celebración hay que llegar casi sin haber ingerido bocado durante el día para comer de todo y sin culpas. Este error induce al descontrol alimentario. No sólo por el hambre fisiológico; también por el estrés que generan el ayuno y el temor a esas comidas consideradas «prohibidas». En ese contexto es donde uno empieza a comer de más.
Muchas personas se restringen los días previos y en el día de las fiestas tienden a comer en exceso y hasta más de lo que el estómago puede soportar, y muchos pasan por situaciones como éstas, pero el devenir en algo habitual y cotidiano (no solo en las fiestas) está hablando de un tema más profundo. Lo que ocurre en el marco de las fiestas al saber que esos días habrá alimentos no tan habituales, es que la persona puede dejar de comer una semana antes, hacer dietas líquidas o cualquier tipo de conducta no sana para el cuerpo. Un punto fundamental es no pasar hambre real, que el cuerpo no necesite permanentemente nutrientes. A veces, uno piensa que no comer durante X cantidad de horas le hará «mejor» y lo que ocurre es que, al restringir alimento el cuerpo luego los va a pedir, desencadenando en atracón o en picoteo. Esto, sumado a que emocionalmente estamos movilizados en esas fechas, terminaremos comiendo mucho más, con más emociones que nos desagradan, con culpa y aumentando de peso.
Si nos prohibimos la ingesta de ciertos alimentos es probable que terminemos descontrolándonos y con sentimiento de culpa. Una buena solución para este inconveniente es comer todo lo que nos gusta, pero moderando la porción. Si la mayor parte de las comidas son saludables, no pasa nada que en una cena y un almuerzo se coma diferente, pero sí debemos ser cautos y no alimentarnos y tomar como «si fuera la última vez».
Comiendo como lo hacemos habitualmente durante el día, no hay por qué tener hambre excesiva en la cena. Y este razonamiento es extensible a todo el año. «Si nos privamos siempre o vivimos a dieta en forma constante, es muy probable que en la semana de las fiestas de fin de año subamos de peso, porque comeremos de más aquello que consideramos «prohibido». En cambio, si durante todo el año llevamos adelante una alimentación saludable, comiendo lo que más nos gusta en porciones moderadas, el cerebro no está alerta a alimentos «prohibidos» y podemos hacer una comida de Navidad controlada.
No recomiendo hacer dietas líquidas, ni détox para intentar bajar lo que se comió en exceso en las fiestas porque es volver al mismo círculo de dieta-atracón-dieta, y es seguir enseñándole al cerebro que comer cosas «distintas» está mal, y que cuidarse implica restringirse.