Espectáculos

Palito Ortega: «Siempre pensé que yo tenía que cantar para que cantara la gente»


El cantante y compositor comienza a preparar su despedida de los escenarios con un show en el Luna Park el 11 de diciembre

Por Pedro Fernández Mouján – Télam

El cantante y compositor Ramón Palito Ortega, centro gravitacional de la industria de la música argentina de la década del 60 y comienzos de los 70, inicia su despedida de los escenarios con un show en el Luna Park el próximo sábado 11 de diciembre, que será el puntapié inicial de su gira «Gracias» por las principales ciudades del país.

El acontecimiento, en el que Ortega estará acompañado por una gran orquesta para el show porteño y el tour nacional, se perfila como el adiós musical definitivo entre el músico y su gente a los 80 años y después de más de 60 transitando el mundo del espectáculo.

«Siento que estoy dando un adiós desde los escenarios con esta gira que estamos programando por todo el país, y lo del Luna Park es el comienzo de ese adiós con un sentimiento profundo de gratitud hacia la gente; como decía Gustavo Cerati, lo único que puedo decir es ‘gracias totales'», cuenta Palito en charla exclusiva con Télam.

Denominado «El Rey», porque detrás de él orbitó todo el sistema de la música argentina en su época de mayor esplendor (la suya y la de la industria de la música nacional), Ortega fue capaz de llenar estadios y bailes de carnaval con su sola presencia, producir hits a repetición durante más de una década, crear películas en serie como protagonista exclusivo y extender sus dominios por toda la América mestiza, donde grandes intérpretes de la canción melódica como Olga Guillot, Antonio Prieto, Vicentico Valdez o Tito Rodríguez, grabaron y popularizaron sus canciones más románticas como «Lo mismo que a usted», «Sabor a nada» o «Papeles», entre muchas.

Nacido en 1941 en un ingenio azucarero de Lules, sobre la periferia de la ciudad de Tucumán, Ramón Bautista Ortega llegó a Buenos Aires en 1956, apenas derrocado el Peronismo y trabajó de mozo, limpiador y vendedor de café, entre otros oficios, hasta que se ganó sus primeros pesos en la actuación haciendo imitaciones de Elvis Presley en fiestas de sociedades de fomento de poblados industriosos como Berazategui y Quilmes.

De ahí al éxito pasaron algunos años, la vida en la pensión, los desaires y la voluntad inquebrantable, y todos estos avatares no fueron ajenos, a su juicio, a cómo se desarrollaron las cosas después.

Consultado sobre la manera en que él mismo analiza los motivos que lo llevaron a transformarse en un fenómeno de masas en un mundo que comenzaba a astillarse en pedacitos y que se abría sin prejuicios al pop y las maquinarias de la industria cultural, Ortega tiene no pocas respuestas y muy certeras.

«Yo aparecí en un momento -asegura- en el que en nuestro país había un vacío de todo aquello que fueran figuras populares, fundamentalmente a partir de una connotación sociopolítica, porque después del derrocamiento de Perón no quedaron muchas figuras con capacidad de proyección y creo que en ese marco la música fue, de alguna manera, el trampolín para lanzar a muchos artistas, a partir de los cuales la gente pudo comenzar a identificarse, ya no desde el punto de vista musical, sino como imagen», reflexiona.

«Yo siempre sentí que representé la aspiración de todos los pibes de Interior que soñaban con venir a Buenos Aires a hacer lo suyo y trascender, esos chicos del Interior que nos sentíamos bastante desanimados, porque yo llegué a Buenos Aires en una época en que pasabas por un bar con mesitas a la calle de determinados barrios y te gritaban cabecita negra», dice.

«Hay toda una connotación social en esto, al provinciano en esa época lo trataban de cabecita negra y le hacían el vacío y entonces me parece que cuando a mí me empezó a ir bien hubo toda una generación que empezó a sentirse reivindicada. Cuando yo iba a los primeros clubes, yo me daba cuenta de que el público era gente del Interior que festejaba que a un provinciano le empezara a ir bien en una ciudad que discriminaba al provinciano», asegura Ramón Ortega.

Palito destaca aún otros aspectos, que tienen que ver con el tipo de canciones que hacía y transformaba en hits, a las que llama «rítmicas» en oposición a esas otras más románticas y melodiosas, con las que se proyectó en las voces de otros grandes del continente de la canción latina, y que no eran parte del repertorio principal que transitaba en los clubes.

«Más allá de la música, que es un factor muy poderoso, siempre pensé que yo tenía que cantar para que cantara la gente. Yo no pensaba en el lucimiento personal, no pensaba en destacar y sobresalir sino que me gustaba fundirme en un coro que venía desde la gente y me sentía uno más desde el escenario. Mi repertorio son canciones con estribillos para que cante la gente, tal vez en eso haya algo que explique lo que sucedió: la gente quería cantar».

—La otra cosa que había en esa época era una potente industria cultural nacional, que se desarrollaba y producía a partir de los artistas de acá, ya sea del pop que arrancaba, del tango o del folclore.

—A Presley lo bailó la juventud del mundo entero, cuando llegaban sus películas la gente joven iba a verlas. Creo que nosotros remplazamos esa expectativa cantando en español con imágenes más nuestras y palabras propias y se dio así en los años 60, se vivió un cambio donde ya el fenómeno no era la música pop en inglés sino que la gente empieza a escuchar nuestras canciones. Yo tuve la suerte, además, de componer mis propias canciones, las que cantaba yo y las que me grabaron otros, no tenía que depender de los éxitos que llegaban de Italia, porque en esa época era muy famoso el Festival de San Remo, o de las canciones americanas en inglés que se pasaban al castellano.

—Una cosa que ha resultado llamativa también fue tu amistad de los últimos años con Charly García, al que ayudaste en un momento muy delicado.

—Se dio de una manera muy particular, yo siempre respeté mucho a Charly porque me parecía que se trataba de un talento muy grande y un día lo fui a visitar cuando estaba internado en una clínica, en ese momento él se incorpora, me da un abrazo y me dice al oído: «Por favor, sacame de acá», yo había terminado de instalar un estudio en Luján, un lugar muy tranquilo y le propuse ir ahí. Hablé con la jueza, porque el caso de Charly estaba judicializado, mandaron gente del juzgado a ver el lugar, lo aprobaron y él efectivamente se vino a Luján y estuvo 9 meses con nosotros, porque yo me quedé ahí a acompañarlo y gracias a Dios pudo salir de una situación complicada en la que estaba y sigue dando conciertos y está grabando un disco. Yo lo quiero a Charly porque es un talento enorme, había un sentimiento profundo de admiración y conocerlo como persona esos 9 meses fue muy importante. Ahora, cuando nos encontramos, es muy placentero, hay una relación de hermandad que trasciende y aunque en un momento para muchos parecía imposible una relación entre nosotros dos terminó siendo muy fuerte, y yo creo que esas cosas no son casualidades sino causalidades que uno va provocando. Siempre voy a estar agradecido de tanta música que escuché esos 9 meses en Luján con Charly sentado al piano.