Ciudad
Opinión

El amor se hizo moto y payaso y repartió juguetes


Por Carlos Duclos

Mientras exista una persona sobre la faz de la tierra que pronuncie una palabra de amor, que obre para el bien de otro, entonces la esperanza de un mundo mejor, de una humanidad redimida, no habrá sucumbido. Afortunadamente, hay muchos seres humanos dispuestos a amar, y no solo dispuestos, sino que aman verdaderamente, que dan de lo que tienen para que otro esté mejor.

Una clara muestra de ello son los moteros que cada año, para el Día del Niño, recolectan juguetes, compran, trabajan clasificando, envuelven y preparan todo para que una larga caravana de solidaridad, finalmente, los distribuya entre chiquitos internados en el Hospital Centenario con sus papás, entre pequeños pobres de barrios y comedores, para quienes un juguete es un milagro.

Este accionar filantrópico no sería posible, cabe decirlo, sin el aporte generoso, desinteresado, de muchas personas que desde el anonimato colaboran y participan donando.

Este domingo una gran parte de la ciudad de Rosario se sorprendió, como nunca antes, por el paso de numerosas motos (y autos) que se sumaron a la movida. Vehículos y conductores que llevaron la esperanza de lograr muchas sonrisas. Y así sucedió, a cientos de chicos y sus papás se les iluminó el rostro cuando vieron que los motores rugían por amor y lanzaban el fuego sagrado del cariño hecho juguete.

Hubo lágrimas de emoción en el Hospital Centenario, alegría por dar y recibir en los alrededores del barrio Cabín 9. Y hubo también hechos conmovedores, como la presencia de esa mujer cuyo esposo, un asiduo concurrente a la caravana todos los años, falleció el jueves pasado como consecuencia de una enfermedad que padecía. El antes de morir manifestó su deseo de participar a pesar de su dolencia. No pudo estar físicamente, lamentablemente, pero su esposa participó, no solo para honrar su memoria, sino para dar de su amor.

Pero no todo termina con lo realizado este domingo, porque en los próximos días, en silencio, pero efectivamente, se seguirán distribuyendo juguetes.

Es cierto que con esta pequeña obra no se soluciona el problema, grave por cierto, de la pobreza estructural en nuestro país y en el mundo. Es cierto que la felicidad dominguera será fugaz ¿pero acaso la vida no lo es? Y en todo caso, para todas aquellas almas nobles que a lo largo de los tiempos y del mundo han hecho de la filantropía una forma de vida cabe lo de la narración: “Un hombre sabio caminaba por la orilla del mar, en la playa, y de pronto se encontró con un niño que tomaba las almejas que quedaban varadas en la arena y las retornaba al mar. El sabio sonrió y le preguntó: “¿qué haces?” y el niño le respondió: “Estoy  salvando almejas”. El sabio, con suficiencia, le dijo: “¿pero no sabes acaso que cientos de miles de millones se pierden en las playas del mundo, no es entonces vano tu trabajo?” y la sabiduría sublime de la inocencia le respondió: “No, porque lo que a mí  me importa es que esta almeja (y se la mostró al sorprendido intelectual) se salva. Y arrojó al molusco con fuerza al mar”.

Y en tanto muchos gobernantes, dirigentes, personas con poder, que podrían, si se lo propusieran, cambiar una triste realidad, se ocupan en vanas confrontaciones y viles intereses, muchas personas accionan para que la creación no se pierda y la humanidad  alcance un estado de justicia, paz y bien para todos, estado que finalmente, alguna vez, sobrevendrá. Otra vez, felizmente, el amor se hizo moto y payaso y repartió juguetes.