Por: Diana Mondino
En Argentina tenemos una inflación muy elevada, que destruye la capacidad e incentivos para ahorrar, lo que imposibilita la inversión, sin la cual no hay crecimiento.
Vista en el muy corto plazo, la inflación tiene un efecto perverso sobre las familias que ven disminuida su capacidad de consumo. En otras palabras, la inflación deteriora tanto ahorro como consumo y el país no crece.
La inflación genera fuertes cambios en los precios relativos (¿cuánto cuesta un bien o servicio comparado con otro?). Como mínimo hay un problema con el salario real, que en vano intentan alcanzar el ritmo de crecimiento de los precios de los productos.
Es muy difícil lograr que los distintos precios se acomoden a una cierta relación ilógica porque los precios suelen ser inflexibles a la baja.
Si hay que acomodar los precios relativos, es más fácil lograrlo subiendo uno que bajando otro.
Creo que de la dificultad de ajustar precios relativos surge la confusión del Gobierno al decir que la inflación es multicausal.
Por ejemplo, cuando sube el precio del dólar o la nafta, los demás también suben para poder compensar el aumento de costos o la pérdida de poder adquisitivo que han tenido en función de esos bienes. Como hay miles y miles de productos, varios están subiendo en cada momento.
Pero la causa primigenia de la inflación es que hay más dinero que el que la gente quiere tener. ¿Para qué se quiere el dinero? Pues para tener bienes o ahorrar.
En Argentina la cantidad de bienes en la economía no crece ni tampoco se puede ahorrar en pesos porque no hay instrumentos adecuados. Al mismo tiempo, hay más emisión de dinero. Hay un «veranito» de mayor consumo por gastar los pesos fresquitos, crocantes y recién emitidos que nadie quiere conservar ociosos.
Por ello, necesariamente los precios aumentan. Para detener la inflación es necesario detener la emisión de dinero y dar un tiempo adecuado para reordenar precios relativos, en especial el salario real.
La emisión se reduce si se reduce el gasto y el salario aumenta si aumenta la productividad.
Lamentablemente, en este momento no se avizora una reducción del gasto y la productividad de la economía está destruida.
Para curar una enfermedad es esencial un buen diagnóstico. Si se atacan los efectos no se logra nada y puede ser contraproducente si el paciente cree que ya está mejor.
Hay un diagnóstico que no me gusta y es que la inflación es multicausal, confundiendo causa con formas de propagación.
Congelar precios sin reducir emisión ni otras medidas estructurales que permitan pensar que ya no será necesaria tanta emisión no puede tener efecto duradero.
Mientras, se están dedicando recursos privados y públicos a determinar cuál debería ser el precio de algo, una tarea tan inútil como ciclópea.
O peor, se culpa a empresas o sindicatos cuando la razón de la emisión es el gasto público.
Hay que convencerse de que Argentina gasta demasiado, lo que obliga a emitir, lo que obliga a reabsorber fondos en el Banco Central, lo que de por sí obligará a emitir, ¡uf! Hay que convencerse de que en Argentina las empresas no tienen incentivos ni posibilidad de invertir, ¡ay!
Hay que convencerse de que en Argentina es indispensable aumentar la productividad y ser más eficientes, lo que incluye al sector público, mmm…
Ninguno de estos tres temas es fácil ni rápido. Pero ya hemos probado muchos otros métodos: probemos el del sentido común y evitemos emitir reduciendo el gasto.
(*) – Diana Mondino es economista de la Universidad CEMA.