Las mesas cerraron luego de once horas de una votación que estaba convocada originalmente para el año próximo
Los iraquíes votaron hoy para elegir un nuevo Gobierno con la esperanza de que, pese a un escepticismo generalizado, los comicios deriven en reformas y un cambio tras décadas de conflicto y corrupción.
Las mesas cerraron luego de once horas de una votación que estaba convocada originalmente para el año próximo, pero fue adelantada en respuesta a una ola de protestas populares que sacudió a Bagdad y provincias del sur del país en 2019.
Decenas de miles de personas salieron a las calles entonces para protestar contra la corrupción, los malos servicios y el creciente desempleo, y más de 600 manifestantes fueron muertos y miles resultaron heridos como consecuencia de una dura represión.
Después, decenas de activistas sufrieron secuestros, asesinatos o intentos de asesinato posteriormente, imputados a facciones armadas, lo que colaboró en desalentar aún más a los votantes en los comicios de hoy.
Las elecciones se vieron empañadas por el boicot de muchos de los jóvenes activistas que estuvieron detrás de las protestas de hace dos años, así como por informaciones de medios de poca gente en los centros de votación.
Los resultados se esperan dentro de las próximas 48 horas, según la Comisión Electoral.
Una vez conocidos los resultados, está previsto que los partidos inicien negociaciones, que podrían durar meses, para elegir a un primer ministro encargado de formar Gobierno.
Unos 25 millones de iraquíes estaban llamados a elegir a los 329 diputados del Parlamento entre 3.240 candidatos con un nuevo sistema electoral de circunscripción uninominal que, teóricamente, debe promover a los candidatos independientes.
Los expertos pronostican una abstención récord en este país petrolero de 40 millones de habitantes, lastrado por décadas de conflicto y violencia.
En una oficina de voto instalada en una escuela del centro de Bagdad, eran pocos los electores presentes.
Una era Jimand Khalil, ama de casa de 37 años, que desea un cambio y un relevo de los «actuales responsables que son incompetentes».
«Nos han hecho muchas promesas pero no nos dieron nada», dijo la mujer a la agencia de noticias AFP.
El primer ministro Mustafa al Khadimi votó en una oficina ultraprotegida en Bagdad temprano por la mañana.
«Es una oportunidad para el cambio», dijo, llamando a los iraquíes dubitativos «a salir y votar y cambiar la realidad».
Poco después, el clérigo chiita Moqtada al Sadr, cuya lista se considera favorita, depositó su voto en su bastión de la ciudad santa chiita de Nayaf, al sur de Bagdad.
Decenas de miles de policías y soldados fueron desplegados desde ayer en las calles de Bagdad para garantizar la seguridad, y decenas de observadores internacionales enviados por la ONU y la Unión Europea supervisaban la votación.
Los centros de votación contaban con un fuerte dispositivo de seguridad, con dos inspecciones a la entrada. Además, los aeropuertos cerraron anoche y no abrirán hasta mañana.
Los bloques tradicionales de la política iraquí deberían mantener su representación en un parlamento fragmentado y sin claras mayorías que obligará a los partidos a negociar alianzas para formar Gobierno.
Como todas o casi todas las formaciones disponen de sus propias facciones armadas, también preocupa la posibilidad de fraudes y violencia postelectoral.
«El día de la votación, los iraquíes deben tener confianza para votar como ellos quieran, en un ambiente libre de toda presión, intimidación y amenaza», dijo la semana pasada la misión de la ONU en Irak.
La victoria apunta al movimiento de Al Sadr, el exjefe de una milicia chiita antiestadounidense que ya tenía la bancada más amplia en el Parlamento saliente.
Pero deberá entenderse con sus grandes rivales chiitas, las facciones armadas proiraníes de Hashd al Shaabi, que entraron al Parlamento en 2018 tras participar en la victoria contra los yihadistas del EI.
En un escenario polarizado por cuestiones como la influencia de Estados Unidos o Irán, los partidos entablarán largas negociaciones para acordar un nuevo primer ministro, cargo que suele ocupar un musulmán chiita.