Por Diego Añaños
Cuanto más nos acerquemos a las elecciones generales del domingo 14 de noviembre más apocalípticos serán los pronósticos de los economistas mediáticos vernáculos. Roberto Cachanosky vaticina un neo Rodrigazo y un Plan Primavera de baja intensidad. Daniel Artana augura un fuerte salto devaluatorio después de las elecciones. Carlos Melconián fatiga los canales de televisión anunciando la profundización irreversible de una crisis que no tiene fondo.
Todo parece estar sentenciado para los gurúes de la economía. La Argentina populista no tiene retorno, profetizan en medio de la peor pandemia que registró el mundo contemporáneo. Pero claro, cuando tuvieron la responsabilidad de gestionar, chocaron la calesita. Eso no parece estar guardado en la memoria de todos.
Incluso Nicolás Dujovne ha vuelto a los medios para opinar sobre la situación de la economía nacional. El ex ministro de Economía sostuvo que el gobierno necesita recuperar la credibilidad, dado que la credibilidad es el activo más importante que puede tener una administración. También afirmó que es necesario abandonar los controles cambiarios y de capitales, porque eso desalienta la llegada de inversiones extranjeras. Sólo le faltó ponerse la peluca, la nariz de payaso y decir que así no va a venir nunca la lluvia de inversiones. Evidentemente los medios manejan una doble vara, porque ningún periodista se atrevió a la repregunta. Imaginen sólo por un momento si hoy Alberto Fernández sostuviera que el crecimiento de los salarios está ocurriendo, pero es invisible, como afirmó Mauricio Macri en el Congreso de la Nación.
Pero no todas las profecías son industria nacional. Recientemente, un editorial del Financial Times sostiene que se avecina una fuerte crisis económica, que será probablemente seguida de una victoria de la oposición en las presidenciales de 2023, si el gobierno de Alberto Fernández no corrige rápidamente el rumbo. La receta, es por todos conocida, absolutamente previsible: restablecer la confianza de las empresas, reducir la intervención de la economía, recortar el gasto público y lograr un acuerdo con el FMI. El artículo merece dos reflexiones. La primera: nunca, jamás, en la Argentina, cuando un gobierno cumplió con el decálogo de la corrección ortodoxa las cosas funcionaron bien. De hecho basta mirar lo que sucedió durante la gestión de Cambiemos. Tampoco es que nos tenemos que remontar a uno o dos décadas atrás. La segunda: el Financial Times viene oficiando de ariete de algunos grupos de interés de un modo muy grosero. Recordemos que, en la primera quincena de octubre de 2020, y en plena visita de la misión del FMI, vaticinaron que la Argentina se dirigía en rumbo directo a una fuerte devaluación. Por supuesto nada ocurrió.
Hoy el gobierno está en un problema, y necesita instalar dos agendas. Una agenda de corto plazo, que ponga sobre la mesa la necesidad urgente de recomponer la situación económica de vastos sectores de la población que, más allá de que es cierto que venimos de cuatro años de macrismo y un año y medio de pandemia, no están en condiciones de escuchar un diagnóstico más. Necesitan soluciones, no para mañana, para antes de ayer. Eso requiere de mucha política, pero fundamentalmente de soluciones creativas para hacerle llegar a esos sectores vulnerados la asistencia del Estado. Hoy no basta con que las paritarias le peleen, e incluso le ganen, a la inflación. Un 50% de los trabajadores está empleado bajo condiciones de informalidad, por lo cual la discusión salarial formal no le significa nada. La batería de medidas que se vienen anunciando seguramente apuntan a hacer llegar el acompañamiento a esos sectores. El trabajo que viene realizando la Secretaria de Comercio Interior, Paula Español con los acuerdos de precios, fundamentalmente con supermercados y empresas de consumo masivo, complementa la tarea.
Pero luego hay también una agenda de largo plazo. Una agenda que tiene una función docente, pero que reclama del ejercicio permanente de la memoria. En más de una oportunidad hemos comentado en estas columnas los efectos que tiene la restricción externa sobre la economía argentina. Es decir, la dificultad para generar en el largo plazo, y por la vía genuina del comercio exterior, los dólares que el país necesita para garantizar una senda de desarrollo autónoma y autosostenida. Eso demanda de una cuidada administración de las divisas extranjeras por parte del gobierno nacional, independientemente de lo que opine Dujovne. Lo paradójico del asunto es que, si bien la economía argentina sufre por la falta de dólares, los argentinos son los principales tenedores de dólares fuera de los EEUU. De hecho los argentinos poseen el 10% de los dólares que circulan por el mundo, y el 20% de los dólares que están fuera de los EEUU. Entonces, los argentinos tienen en su poder aproximadamente U$S200.000 millones, una verdadera obscenidad, particularmente en un país que sufre de la escasez de divisas. Los mecanismos que permitieron esa acumulación fueron habilitados históricamente por el mismo Estado Argentino. De ahí que el ejercicio de la docencia y de la memoria, sean pilares fundamentales para la reconstrucción de un proyecto político-económico profundamente anclado en la protección de los intereses nacionales.