Por Diego Añaños
Hace algunos días, nos enteramos por los medios que una gigantesca empresa china, Evergrande, estaba en serios problemas. Recientemente, la compañía anunció que no estaba en condiciones de honrar el pago de un bono de su deuda que vencía el día jueves 23 de septiembre, por un total de 83,5 millones de dólares. Inmediatamente los mercados globales activaron la alerta, y las bolsas del mundo entraron en pánico. El problema, claro, no estaba en el vencimiento del bono del jueves pasado, sino en la deuda total de la empresa que ascienda U$S355.000 millones, algo así como tres cuartas partes del PBI de la Argentina. Una deuda que involucra a cerca de 130 bancos y más de 120 instituciones financieras no bancarias, y representa algo así como el 2% del PBI chino. No hace falta aclarar que es una verdadero monstruosidad.
Evergrande, fue fundada en 1996 y es el segundo desarrollador inmobiliario de China. Actualmente emplea 200.000 trabajadores de forma directa, y otros 3.800.000 de forma indirecta. Un gigante por dónde se lo mire. Una empresa de ese tamaño opera como un poderoso tractor de la actividad económica, pero cuando entra en dificultades, las ondas expansivas se hacen sentir en todo el planeta. En 2018 el Banco Central de China había advertido en su informe de Estabilidad Financiera que problemas en compañías como Evergrande suponían un riesgo sistémico para el sistema financiero oriental. Según algunos analistas no existiría riesgo de colapso financiero, dado que el banco central chino posee reservas internacionales por 3 billones de dólares, cifra que multiplica por 10 la deuda de Evergrande. Es decir, si el gobierno chino tomara la decisión, podría rescatar al gigante sin mayores inconvenientes. La pregunta que se hacen muchos es si efectivamente Pekín tiene en su agenda un salvataje de esa magnitud.
En el mes de agosto el directorio del Banco Popular de China y la Comisión Reguladora de la Banca y los Seguros de China, había convocado a los ejecutivos del Evergrande para recomendarles que debían reducir el riesgo de su deuda y priorizar la estabilidad. Evidentemente las autoridades regulatorias chinas venían siguiendo de cerca el incremento del grado de exposición al riesgo financiero que venía registrando la empresa en los últimos tiempos, pero las advertencias llegaron tarde.
Hoy el mundo financiero está en alerta. Todavía están frescos en la memoria los recuerdos de la crisis financiera desatada en 2008, luego de que la caída de Lehman Brothers provocada el colapso de otros bancos y grandes empresas que formaban parte de la cadena de pagos de la firma. La ecuación es simple, cuando un acorazado corporativo deja de pagar, se corta el suministro aguas abajo y más empresas comienzan a entrar en crisis de liquidez. Las bolsas del mundo se sacuden al ritmo del pánico y las pérdidas son cuantiosas. Sólo el mercados de criptomonedas perdió U$S255.000 millones a raíz del temor desatado en las bolsas de todo el mundo, un valor similar a la deuda total de Evergrande.
Los diarios del miércoles 22 de septiembre consignaban que la compañía había anunciado que pagaría efectivamente los vencimientos en tiempo y forma. En un comunicado a la bolsa de Shenzhen, una filial de la empresa informó el cierre de una propuesta para hacer frente a los intereses del bono que vencía el jueves. En tono más informal se expresó el fundador de la compañía asegurando que Evergrande pronto saldrá de su momento más oscuro. Lo cierto es que hoy hay más de un millón de viviendas vendidas cuya construcción no está garantizada. Por el momento la reacción de los mercados es tímida, ya que aún no queda claro que la crisis haya sido superada.
Ahora bien, incluso si la semana que viene se da por terminado el episodio hay algunas reflexiones que valen la pena. Evidentemente lo de Evergrande no es un hecho aislado. De hecho, todos los días de nuestras vidas vivimos sentados en una bomba de tiempo. Puede ser Lehman Brother, puede ser Evergrande o puede ser Vicentín. Desde comienzos de la década del 80´ el ecosistema financiero global ha vuelto a una suerte de Estado de Naturaleza hobbesiano, sin reglas, sin controles, donde solo la fuerza vale. Pero claro, esa fuerza se cimenta en asientos contable, que pueden sufrir monumentales variaciones de un momento a otro, arrastrando consigo a la economía mundial. Cada cimbronazo que se produce nos recuerda que el Mundo viene transitando el período de más alta volatilidad financiera de su historia y, a menos que se produzca una profunda reforma en la arquitectura financiera internacional, vamos a vivir para siempre a los saltos, como enano bajando higos.