Las diferencias entre la campaña electoral creada por los marketineros de los años ´80s y la actual, a una semana de votar en las Paso
Por Carlos Caramello / Télam
“El que no sabe bailar,
le echa la culpa al piso”.
Refrán Popular
Diseño de la Propuesta Política. Ese era el primer nivel de ejecución de la campaña. Por lo menos así lo proclamaban los marketineros de los años ´80s que remaban en polenta espesa para tratar de meter en el juego las nuevas técnicas de comunicación que habían importado desde la decadente Europa.
“Es responsabilidad del Candidato, el jefe de Campaña y el equipo de asesores partidarios porque tiene una lógica fundamentalmente política”, se resguardaban los “técnicos” antes que los viejos sabios de la tribu (unidad básica o comité) les cayeran al cuello y los desangraran hasta hacerlos desaparecer.
Fue notable que ese que venía de Chascomús, que se vestía y hablaba como un abogado de pueblo, que esbozaba un progresismo campechano y bucólico, fuese quien se abrazó a los nuevos vientos. Raul Alfonsín. RA -hay que tener mucho culo para que tus iniciales coincidan con República Argentina- se puso en manos de la novedad y organizó una campaña con las técnicas de señalética y semántica electoral que venían de afuera.
El artífice fue David Ratto pero la propuesta política fue de Don Raúl. “Quiero una campaña peronista”, le había pedido al por entonces rey de la publicidad vernácula que, por otra parte, se reivindicaba radical. “¿Y usted cree que los peronistas lo van a votar?”, terció Gabriel Dreyfuss, contratado como fighter para las técnicas de brain storming. “Los peronistas no -reconoció Alfonsín-, pero las mujeres peronistas si”.
Sabía de qué se trataba el hombre. Un eje discursivo que hablaba de lo vital (Somos la Vida, Somos la Paz – No es una Salida, es una entrada a la Vida), un afiche completo dedicado a medidas para el padrón femenino (los publicistas de hoy se cortarían la yugular con una aceituna negra si les encargaran una pieza de ese estilo) y un certero pivot en el punto de todo lo que significaba democracia y Estado de Derecho fueron determinantes en aquella campaña en la que, los jóvenes peronistas esclarecidos, pintabamos “Somos la Rabia” en las paredes y Herminio (querido y malogrado compañero Iglesias) no tenía mejor idea que quemar un ataud disfrazado de UCR.
No hay que perder la perspectiva: salíamos de la noche más negra de nuestra Historia. La muerte nos rondaba: a los que habíamos militado y a los que “no sabían”. Las Madres paridas por sus hijos los querían en casa… y las otras también. Alfonsín sabía. Hablaba la lengua de la democracia aún en sus silencios. Denunciaba pactos entre militares y sindicalistas. Tapizaba las ciudades con obleas con los colores patrios. Pedía “un médico a la derecha” en cada acto (lástima que ese médico nunca le llegó a la Derecha).
Sabía. Y don Ítalo Luder, el cabello canoso retocado con un matizador que en las fotos viraba al lila, pisaba ese terreno más resbaloso y tradicional en el que los gremios pagaban los afiches pero cada cual los hacía con los colores y los slogans que se le antojaban. Escoliosis de la columna vertebral.
Luego vendrían las casualidades. La necesidad de estirar un acto hasta que llegara la televisión. Alfonsín improvisando, parado sobre un cajón de cocacola. Con todo ya explicado. Con todas las consignas reafirmadas. Con todas las arengas echadas a rodar. Y entonces : “Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina…” y ese pueblo, reunido en sagrado acto electoral en un estadio de fútbol, delirando. Y el candidato decidiendo en su corazón que aquel sería el cierre de cada mitín de allí en más. Virtud y Fortuna, decía el viejo Niccolò Machiavelli.
Algunos medios, socios de la dictadura en los negocios y otros crímenes, se llamaron a cuarteles de invierno (seguramente esperando mejores climas) y… ocurrió lo ya sabido. Perdió el caballo del comisario. Hasta en la comisaría perdió. Por eso el “Titán” Armendáriz se hizo cargo apoyado en Elba Roulet y el peronismo corrió a lavarse las heridas en el río de la Renovación, que no fue mucho más que entender las consignas de la nueva mercadotecnia electoral y… “Síganme, que no los voy a defraudar”.
Ningún herrero que se precie le echa la culpa a la bigornia. Y, al fin y al cabo, el marketing político no es mucho más que una herramienta, aunque quieran hacernos creer otra cosa.
Hoy, a una semana de votar en las PASO, el debate electoral de la Argentina ha transcurrido por: Qué hacían las mujeres que ingresaban a Olivos en tiempos de pandemia (como si Beto Brandoni no se hubiese reunido con el presidente en la Quinta); el festejo de los cumpleaños de Fabiola y de Lilita (este último con sombrero mexicano y mariachis incluidos); los carpinchos kirchneristas que asolan la República Independentista de NorDelta; el video de la profesora adoctrinando a los alumnos cambiemitas y, ¡cómo se garcha en el peronismo, che! (viejo concepto de militancia por la vía húmeda que fue extendido de la JP a todo el Movimiento Nacional).
La mayoría de los candidatos, además, se aferra a los últimos retazos de coaching ontológico que se olvidó Durán Barba en su huida: virginales gramáticas de ruego, apodos cromáticos para que la gente los sienta más cercanos, edulcorados aforismos que no utilizaría ni un fabricante de sobrecitos de azúcar y hasta un superhéroe libertario (hemos ha caído en la zoncera jauretcheana de denominar a fascistas que quieren incendiar el Banco Central con un sustantivo que hace referencia a la libertad… ¡me muero muerto!). La campaña parece dar para todo menos para la política.
Y ahí vamos. No hay dimensión territorial (van a los barrios, se sacan la fotos y salen corriendo); miden la realidad por las encuestas; tienen menos barro que la 9 de Julio reciclada. Los medios que jugaron en el equipo de los represores de los ´70s hoy se rasgan las vestidura por la República, la democracia y coso… y la gente les cree. Porque sigue siendo más fácil engañar a alguien que explicarle que ha sido engañado: así te hacen pasar Gato por… Conejo Negro.