Fue fundada en 1963 por un joven obrero metalúrgico que eligió especializarse en la cocina. En diálogo con CLG, y acompañado por uno de sus hijos que continúan con el legado, contó su historia
Como muchos padres y abuelos de las generaciones actuales, Luis Lioy llegó desde Italia a muy corta edad. Con 13 años, pisó suelo argentino y algunos años después comenzó a trabajar en diversas fábricas metalúrgicas de la zona sur de la ciudad. Motivado por sus compañeros que decían que no tenían ningún lugar para comer en la zona industrial y aprovechando un local de su padre, comenzó a hacer sándwiches, pizzas y algunas comidas simples.
“Empecé a trabajar en una metalúrgica, trabajé 7 u 8 años. Después me fui a otra fábrica, me fui a otra. Y me vine a Uriburu y Ovidio Lagos. Trabajé en una fábrica aquí enfrente. Mi papá había hecho un salón y los chicos de la fábrica me decían que me ponga un negocio, que no tenían nada para comer. Yo no sabía nada, era metalúrgico. Empecé de a poco, empecé a hacer sándwiches, empecé a hacer alguna pizza. Y así se fue armando la historia”, relató Luis a CLG. Aseguró que aprendió a cocinar mirando a su mamá, haciendo de a poco.
Acompañado por su hijo José Luis, en el interior de la rotisería Lui-Mar, fundada en 1963 y aún presente en la transitada zona de Uriburu y Ovidio Lagos, Luis contó sus primeros pasos en el negocio que comenzó sin saber que tendría durante casi toda su vida.
“Yo me casé a los 24 años y al poco tiempo me puse la rotisería. ‘La esquina del tango’ se llamaba al principio. Acá me mudé después y cuando nacieron los chicos le pusimos su nombre: Lui de José Luis y Mar de Marcelo”, explicó el hombre.
Su esposa, con quien lleva casi sesenta años de casado y casi los mismos que cumple el negocio, lo acompañó desde siempre en el proyecto. Ahora también lo hacen sus hijos y nietos. “Mi esposa es argentina. Ella trabajaba de peluquera, terminaba a las 8 y me venía a ayudar a mí en el negocio”, detalló.
En las casi seis décadas de vida de Lui-Mar, Luis vio pasar al país por altibajos y a pesar de todo siguió apostando al negocio. “Con tantos años, han venido padres, hijos. Pasaron generaciones. Haciendo las cosas bien fuimos manteniendo todo esto. Veo que el trabajo sube y baja. Se trabaja bien, se baja y así. Los gastos son muchos. Estamos prácticamente igual que cuando arrancamos”, analizó el creador del proyecto familiar.
Además, comentó que a 54 años de haber llegado al país, regresó a su tierra natal, aunque solo de visita. “Sigo viviendo acá, con mis hijos, tengo seis nietos. Todos tienen que trabajar y estudiar. Así les enseñaron el abuelo y el papá”, afirmó.
Consultado por CLG sobre la especialidad de la casa, Luis no dudó en afirmar: “Matambre casero o lechón a la parrilla”. Sin embargo, enumeró una enorme cantidad de comidas que producen diariamente: “Pizza, matambre casero, arrollado de pollo, suprema, pollo, lechón. Todo elaboración propia, todo hecho a mano”.
Sentado al lado de su padre y escuchando con orgullo contar la historia de su vida, José Luis Lioy señaló: “Continuamos el proyecto. Gracias a Dios todo bien. Es un esfuerzo y un sacrificio. Pero siempre mantenemos una línea, con la calidad que nos caracteriza”.
“Mi hermano y yo nos hemos sumado al proyecto de nuestro padre. Continuamos. Tenemos “Lui-Mar” para rato”, añadió.
La pandemia y sus dificultades
A la rotisería de la familia Lioy también le fue duro adaptarse a la pandemia y a sus restricciones para llevar adelante su trabajo diario. “Antes teníamos mesas, la gente podía venir al mediodía y a la noche. Siempre lleno”, recordó Luis.
Y agregó: “Fue difícil adaptarse a la pandemia. Trabajamos adentro, con la persiana cerrada, atendiendo por la ventana. Ahora está el movimiento a un 50/60%”.
Su hijo José Luis añadió: “Al mediodía se abre al público, a la noche seguimos por ventana. Hasta ir viendo el proceso de las restricciones. Uno puede defenderse con la clientela que ha hecho en todos estos años. Gracias a Dios vamos bien”.