"El funcionamiento general del mundo" es la última novela de Eduardo Sacheri, que implica el retorno del autor al universo del fútbol
Por Ana Clara Pérez Cotten – Télam
En un relato que articula la vida de un grupo de alumnos de una escuela nacional de la provincia de Buenos Aires que se involucran en un gran campeonato de fútbol durante 1983 con el viaje en auto que el protagonista encara muchos años después junto a sus hijos adolescentes por la Patagonia, «El funcionamiento general del mundo», la última novela de Eduardo Sacheri, implica el retorno del autor al universo del fútbol pero, esta vez, para dar cuenta de emociones y situaciones que trascienden al juego.
Un llamado inesperado cambia los planes de Federico Benítez, de 50 años, y decide suspender las vacaciones pautadas junto a sus hijos adolescentes en las Cataratas, para emprender, en cambio, un largo viaje por la Patagonia. A medida que avanzan, el protagonista administra las peleas de sus hijos mientras les cuenta, por entregas, la historia de aquel primer torneo de fútbol del Colegio Nacional Normal Superior Arturo Del Manso durante 1983, año bisagra para la democracia argentina, y sobre cómo aquellos días cambiaron su percepción sobre los grandes asuntos de la vida.
Para poder contar esta historia, el escritor, guionista y profesor de historia recurrió a la memoria emotiva de sus días como adolescente, pero también emprendió en 2019 un viaje en auto por las rutas del sur para reconstruir con fidelidad (pero también con clima) el relato de aquel viaje.
Haber podido contar con aquel material, le permitió al autor de «La pregunta de sus ojos», «Papeles en el viento» y «Lo mucho que te amé» usar en 2020 el encierro pandémico para terminar de escribir la novela de 600 páginas. Mientras tanto, y como una forma de exorcizar el encierro y la distancia, comenzó a usar su cuenta en Instagram para compartir la lectura de sus relatos y mantuvo, por Zoom, sus clases como profesor de historia de un secundario de Ramos Mejía: «Estamos remando. Valoro mucho el esfuerzo de los docentes y de los chicos. Pero soy consciente de que hacemos lo que podemos porque no es lo mismo que vernos y escucharnos».
—¿Cuál fue la pregunta o el tema que funcionó como disparador para escribir «El funcionamiento general del mundo»?
—Tenía ganas de volver al universo del fútbol que había sido frecuente en una época de mi laburo literario y que en los últimos años había dejado muy de lado, las novelas habían ido por otro camino. Y además, tenía ganas de situarme en los ochenta y particularmente en el final de la dictadura. No desde los grandes asuntos -porque mis personajes son gente común y corriente y no protagonistas de los grandes asuntos- pero quería revisar la realidad desde la mirada de chicos de la edad que yo tenía en aquel momento.
—El 83 fue un año bisagra ¿Qué cuestiones históricas te interesó reflejar?
—En el 83 estaba muy movilizado, era un pibe muy interesado en la cuestión política. Pero al mismo tiempo, me interesaba reflejar otra vivencia que tuve en ese tiempo: la gradual y accidentada adaptación de las personas a la nueva realidad que abrió la democracia. A veces la memoria simplifica con benevolencia esos tránsitos. Uno cree que con la vuelta de la democracia nos fuimos acostumbrando a otras reglas de convivencia. Y yo tengo el recuerdo de una adaptación confusa, con rasgos muy marcados de autoritarismo. A veces, había una confusión muy grande en los adultos. Gente que no sabía cómo hablar o enseñar porque habían perdido el viejo marco de referencia y carecían de uno nuevo. Hice el secundario de 1981 al 1985, de una dictadura sólida al derrumbe, Malvinas y la primavera democrática. Fue un arco muy grande. Y creo que de alguna forma mi experiencia biográfica me llama a recrearla en la pequeñez de lo que pasaba en mi escuela. Había, entre los chicos y los adultos, vínculos de poder muy marcados, cierto autoritarismo.
—Eso se nota también en el clima de la familia de Federico.
—Sí, es una familia muy compleja. Lamentablemente eso trasciende las épocas porque en un marco democrático también hay relaciones familiares que se dan así.
—»Jugar es como entender el funcionamiento general del mundo», dice la profesora Muzopappa. ¿De qué cosas del mundo da cuenta aquel torneo?
—En el fútbol, hay una encarnación simbólica de cosas más complejas e importantes. Pero sé que esto sucede con cualquier juego, una cuestión muy provechosa que trasciende el juego en sí. Mi juego es el fútbol porque fui criado en el Gran Buenos Aires. No me sirvo del fútbol porque lo considere mejor, lo uso porque es el juego que sé y me ayuda a comprender la vida. No juego para eso, juego porque me divierto, pero indirectamente sé que estoy haciendo esa tarea más laboriosa. Hay una instancia de mucho aprendizaje en el juego. Y para estos chicos que están en una escuela muy grande, llenos de desafíos y en una época muy confusa, el fútbol les permite simplificar los vínculos y las emociones para llevarlos mejor. Me interesó rescatar todo aquello que podemos aprender de lo lúdico.
—¿La figura de Muzopappa es homenaje a esos profesores que dejan marca? ¿O más bien es producto de tu experiencia como profesor?
—Las dos cosas, tal vez. Muzopappa refleja lo que para mí es un buen docente. Y es, al mismo tiempo, una aspiración de qué me gustaría ser, un Frankenstein feliz de los buenos profesores que tuve. Sintetiza la esencia de aquellos que me educaron y un horizonte de expectativas del que me gustaría ser. Pero para saber más de eso habría que preguntarles a las miles de víctimas que en veinte años pasaron por delante de mi escritorio.
—Varios de los intercambios que tienen el protagonista y sus hijos durante el viaje al sur orbitan la relación entre padres e hijos. ¿Se puede, con los años, saldar las deudas pendientes?
—Por como es la novela, yo podría haberme dedicado a contar las cosas que habían pasado en 1983, pero precisamente me gustó la posibilidad de que el protagonista revisitara su pasado y se viese obligado a explicarse. Así tiendo a pensar la historia, personal y como disciplina, un reservorio de conocimiento al que uno va para entender mejor. Y de acuerdo a cuando uno va, hace distintas preguntas y encuentra distintas respuestas. Para Federico, verse obligado al ejercicio de comunicación de un viaje largo es doblemente movilizante: va a encontrarse con su pasado pero se lo explica de un modo y en la compañía de sus hijos, eso lo resignifica y lo hace situarse respecto de su pasado de una forma más provechosa.
—¿Trabajaste en «El funcionamiento general del mundo» durante la pandemia?
—La primera versión de la novela la tenía de 2019 y menos mal. Pude hacer el viaje que hacen ellos, en auto, en soledad, y grabando notas de audio. Llegué a Río Mayo y pegué la vuelta. El año pasado no lo habría podido hacer y la verdad es que me fue muy útil para contar la historia.
—¿Qué descubriste durante el viaje?
—Nunca había estado en la Patagonia solo y pensando en un libro. Hice 4500 kilómetros en cuatro días y realmente ahí terminé de entender a los personajes, qué pensaban y cómo se daba la dinámica en el auto. La historia de 1983 la tenía definida, pero aquellos diálogos e impresiones se los debo al viaje. Entonces, en 2020, trabajé sobre esa versión con una segunda escritura. Reconstruir aquel paisaje patagónico por retazos hubiera sido distinto.
—En el inicio de la pandemia, comenzaste a leer cuentos desde tu cuenta de Instagram. A diferencia de otros autores que usan sus redes para promocionar su material o sus agendas, decidiste compartir la obra de otros escritores y desde la oralidad. ¿Cómo se te ocurrió la idea y por qué la sostenés?
—Fue como una reelaboración de una práctica que hago hace años. Por ejemplo, en la columna que hacía con Andy Kusnetzoff leía y después hablaba como lector. Pero esa fórmula la saqué de mis clases. Durante muchos años, a mis alumnos les leía un cuento durante media hora, a pesar de que doy historia. Esa experiencia me permitió ver lo valioso que es que otro te lea. En general, los que somos muy lectores estamos acostumbrados a la lectura silenciosa, a ese rato que permanecemos con nuestro espíritu. Pero hay mucha gente que se queda afuera de esa experiencia, y aun para los que disfrutamos, es hermoso que te lean. Cuando empezó la incertidumbre de la pandemia y se acortaban los días, se me ocurrió esta idea y mi hija me dijo que tenía que hacerlo en Instagram. Es una dinámica muy simple: leo un cuento que me gusta y después lo comparto y eventualmente agrego un comentario de cómo está pensado o cosido. Está pensado de lector a lector.