Un hombre buscaba oro en la isla Kupreanof de Alaska, junto al río Coho Creek, cuando de repente, al abrirse paso en medio de un bosque, quedó helado al encontrarse cara a cara con una criatura salvaje en un pantano.
Solo cuando se acercó pudo darse cuenta de que era un enorme lobo de madera de Alaska, herido e inmóvil después de haber sido atrapado en una trampa.
Como era lógico, estaba petrificado del susto, pero pronto comprendió que no sólo estaba débil y agotado por estar varado tantos días sin sustento, sino que además se trataba de una hembra que suplicaba ayuda.
Aunque fue muy cauteloso para evitar que lo atacara, vio que sus pezones estaban llenos de leche. Esto solo significaba una cosa: tenía bebés que la necesitaban desesperadamente para sobrevivir.
Supo de inmediato que tenía que auxiliarla, pero tenía pánico de que su buena intención no fuera bien recibida por la madre. Aun así sentía mucha lástima por ella y sus cachorros. Así que retrocedió intentando seguir las huellas del animal y pronto halló una guarida.
El astuto hombre imitó los aullidos de los lobos, sin imaginar que rápidamente 4 cachorros saldrían rápidamente de su escondite. Estaban tan hambrientos que empezaron a chupar los dedos del buen samaritano. Él los cargó con cuidado en su bolso y los reunió con su mamá, quien abrazó a sus pequeños con gemidos emocionales que él jamás olvidará.
Sin embargo, aunque la madre fue testigo del buen obrar del hombre, ella no confiaba todavía en él. Pero él sabía que debía alimentarla como fuera, sino moriría. Sin dudarlo, le llevó los restos de un ciervo recién muerto para calmar su hambre.
Durante los siguientes días, el hombre acampó cerca de la mamá loba y sus cachorros, todavía atada, por temor a que reaccionara agresivamente contra él. Pero cada día se ocupó de buscarle comida para ver si así se ganaba su confianza.
De pronto, el rato menos pensado, vio cómo la madre empezó a menearle la cola en señal de gratitud, mientras le preparaba la cena.
El hombre dio un salto de fe y decidió liberarla. Ella finalmente lamió sus manos y le permitió librarla de la desagradable trampa que le había dañado gravemente la pata.
Cuando fueron de regreso a su guarida, ella hizo una parada abrupta y con un gesto, convenció a su salvador para que la siguiera. El hombre se quedó atónito cuando se encontró con toda una manada de lobos, eran la familia de la madre y ella se los estaba presentando.
Fue una experiencia tan sobrecogedora como alucinante, él simplemente no entendía cómo empezó a interactuar con tantos lobos que lo trataban como parte de la manada. Pero él tristemente tenía que despedirse.
La mamá emitió un aullido que claramente era de lamento, y así se dijeron adiós los ahora grandes amigos, sin imaginar la experiencia que los uniría de nuevo.
Resulta que cuatro años después, el hombre regresó a Coho Creek para otra aventura. La nostalgia lo golpeó tanto cuando vio de nuevo una trampa de acero junto al pantano, parecía inverosímil pero era la misma que él sacó de la pata de su amiga.
Envuelto en sus recuerdos, todo cambió cuando un imponente oso pardo lo enfrentó cara a cara. Así que no dudó en trepar un árbol al sentirse acorralado. Y lo único que se le ocurrió fue emitir un aullido de lobo.
Pensando que su plan no surtiría efecto, y que lamentablemente llegaría su fin, de la nada vio cómo 4 lobos con sus dientes afilados se acercaban para amedrentar al oso, obligando que se marchara.
Después, uno de los ejemplares lo quedó mirando fijamente y ambos se fundieron absortos mutuamente con la mirada. Por más increíble que pareciera, era ella, la madre a la que rescató hace 4 años, y por supuesto que recordaba a su salvador.