El gol dorado de Chilavert que consta en el álbum de los grandes acontecimientos de la historia del fútbol argentino tuvo lugar en el Estadio José Amalfitani en el contexto de dos de los mejores equipos de la época
José Luis Félix Chilavert lo había advertido a su manera, explícito y desafiante («hasta que no haga un gol de arco a arco, no paro») y una tormentosa noche de hace 25 años convirtió desde 60 metros al mismísimo Germán Burgos en un 3-2 de Vélez a River.
El gol dorado de Chilavert que consta en el álbum de los grandes acontecimientos de la historia del fútbol argentino tuvo lugar en el Estadio José Amalfitani en el contexto de dos de los mejores equipos de la época.
A Vélez lo dirigía Carlos Bianchi en el crepitar de una notable curva ascendente que ya había sellado incluso la conquista de la Copa Libertadores de América y la Copa Intercontinental en Tokio ante un Milán poblado de estrellas.
Y asimismo de estrellas, y unas cuantas, disponía el riojano Ramón Ángel Díaz, «El Pelado», en sus primeros pasos como Gran DT.
(De hecho, hacia finales de junio River coronaría en la Libertadores frente a América de Cali).
El viernes 22 de marzo de 1996 se enfrentaron en Liniers por la tercera fecha del Torneo Clausura en un mano a mano que pese a la noche desapacible y el mal estado del campo persistió en un espléndido nivel durante los 90 minutos.
A los 21 del segundo tiempo, con empate de 1-1 y desenlace de pronóstico reservado, se produjo el pasmoso arrebato de inspiración y destreza del ya legendario Cacique Guaraní.
En el afán de prosperar en un ataque, Enzo Francescoli adelantó demasiado la pelota y en el cruce con Raúl «Pacha» Cardozo cayó el defensor de Vélez.
«Falta del Enzo», descontó Marcelo Araujo en su relato para la televisión y el comentarista Enrique Macaya Márquez asintió y subrayó: «Fue a la pelota (Francescoli)… pero fue falta».
De inmediato se superpusieron escenas dignas de apreciar una y otra vez por todo futbolero de ley.
Francescoli se interesaba por el estado del dolorido Cardozo y Víctor Sotomayor se disponía a cobrar la falta, cuando desde su área Chilavert partió raudo y determinado hacia la pelota y en la propia carrera le habló al árbitro, Carlos Mastrángelo: «Agáchese».
Todo fue tan rápido y fabuloso que sorprendió hasta al director de la transmisión de la tevé: de repente la cámara enfocó la pelota que subía y subía como un globo llevado por la lluvia y el viento, mientras desesperado, presa del peor de los presentimientos, a trote desmañado Burgos intentaba controlar la situación.
Pero lo de Burgos no fue posible (juguete del destino, el Mono cayó dentro del arco), puesto que el atercipelado botín zurdo de Chilavert había sellado el imposible: «¡Increíble! ¡Chilavert increíble!», exclamó Víctor Hugo y hacia el final del relato, sentenció: «¡Para todos los tiempos!».
Tapado por una montaña de jubilosos compañeros, el arquero paraguayo concluyó la celebración de uno de los 62 goles que convirtió en una carrera a todas luces extraordinaria.
Poco más de cinco meses después, el 1 de septiembre en el Monumental, Chilavert persistió en su condición de pesadilla de Burgos y convirtió de tiro libre en un Argentina-Paraguay por las Eliminatorias camino del Mundial 98.
Al cabo Vélez ganó el Torneo Clausura de 1996 gracias a 11 victorias y 40 goles a favor, pero como el teledirigido de Chilavert, el de hace 25 años, no habrá ninguno igual, no habrá ninguno.