El 20 de marzo de 2016 el por entonces presidente de Estados Unidos aterrizó en la isla. Pero desde allí sólo hubo retroceso en las relaciones
A cinco años del mayor avance en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba en casi 60 años, coronadas el 20 de marzo de 2016 con la histórica visita a La Habana del entonces presidente Barack Obama, el retroceso que implicó la gestión del republicano Donald Trump no mejorará sustancialmente con el retorno de los demócratas al poder, según anunció la Casa Blanca.
«Un cambio de política hacia Cuba no es una de las prioridades del presidente (Joe) Biden», anticipó hace nueve días la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, para sofocar las especulaciones sobre que el cambio de signo político en el Gobierno de Estados Unidos tendería a volver a las relaciones de la era Obama.
Biden fue vicepresidente de Obama y tuvo una activa participación en la relaciones internacionales. Incluso la actual primera dama, Jill Biden, visitó Cuba en octubre de 2016 en su rol de segunda dama estadounidense para «intercambiar» criterios sobre educación, salud y cultura, según informan las crónicas del momento.
La visita a Cuba que inició Obama hace hoy un lustro fue una noticia de impacto internacional. Las imágenes del mandatario estadounidense recorriendo con su familia las restauradas calles de La Habana Vieja o presenciando un partido de béisbol entre un equipo estadounidense y uno local fueron portada en todos los diarios del mundo.
Lo mismo ocurrió con el encuentro que Obama y Raúl Castro, por entonces presidente de Cuba, mantuvieron en el Palacio de la Revolución, tras lo cual ambos pronunciaron discursos donde marcaron sus diferencias en temas como derechos humanos y democracia, pero privilegiaron las reapertura de las relaciones comerciales, para insuflar vitalidad a la alicaída economía cubana.
«Mucho más pudiera hacerse si se levantara el bloqueo de Estados Unidos; reconocemos la posición del presidente Obama y su Gobierno contra el bloqueo y los llamados que hizo al Congreso para que lo elimine», señaló Castro, que insistió en que las medidas adoptadas «son positivas pero no suficientes».
«Tenemos dos sistemas distintos de Gobierno, tenemos diferencias, pero lo que le he dicho (a Castro) es que nosotros vamos hacia adelante, no vamos hacia atrás; no vemos a Cuba como una amenaza a los Estados Unidos; el hecho de que yo este aquí abre un nuevo capítulo», aseguró el estadounidense.
Obama, con su poder de oratoria, agregó: «El destino de Cuba no será decidido ni por Estados Unidos ni por ninguna otra Nación», sino que «lo definirán los cubanos y nadie más», aunque dejó claro que Washington «seguirá hablando en nombre de la democracia». Esas palabras dieron la vuelta al mundo.
Télam recogió en esos días cientos de testimonios en las calles habaneras. Había esperanzas con los beneficios de una apertura de relaciones, pero en dosis modestas. Internet, insumos tecnológicos, nuevas fuentes de trabajo alternativas al Estado o al cuentapropismo, eran algunos de los temas que estaban en las listas del ciudadano común.
También estaba presente la reivindicación de la resistencia al bloqueo, pero menos, ya sea por desconocimiento del interlocutor o por tener la suficiente edad como para recordar los tiempos en que la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) resolvía muchos de los problemas que luego fueron cotidianos y con pocas chances de solución.
Pero a Obama le quedaban diez meses de mandato. En las elecciones de octubre el republicano Donald Trump derrotó ajustadamente a la demócrata Hillary Clinton y la historia cambió.
Días antes de esas elecciones el candidato republicano había anticipado que si llegaba a la Casa Blanca daría marcha atrás con la apertura hacia la isla.
«El pueblo de Cuba ha luchado mucho. Revertiré las órdenes ejecutivas y concesiones a Cuba de Obama hasta que las libertades sean restauradas», dijo Trump y, a pesar de que el mandatario saliente emitió una directiva presidencial para que lo avanzado en la relación bilateral fuera «irreversible», el magnate tiró todo por la borda, como en otros tantos temas.
Llegado el fin de su mandato, y ante la posibilidad cierta de no ganar su reelección, Trump se preocupó por volver a colocar a Cuba en el listado de países que colaboran con el terrorismo internacional ante la negativa de la isla a extraditar a la cúpula del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la principal guerrilla activa en Colombia, tras las fallidas negociaciones de paz con el Gobierno colombiano.
Cuba argumentó que como garante de esas negociaciones de paz no podía romper los protocolos que indicaba que en caso del fracaso de ese diálogo, como ocurrió, los líderes del ELN tendrían un salvoconducto de 72 horas para volver a su país sin ser perseguidos por las autoridades, pero nada cambió la decisión de Trump.
El caso es que tampoco Biden parece dispuesto a volver en la relación al punto en que quedaron cuando Obama le entregó las llaves de la Casa Blanca a Trump.
Jen Psaki dijo el último 10 de marzo que la administración Biden está comprometida con «hacer de los derechos humanos un pilar central de nuestra política estadounidense» y «revisar cuidadosamente las decisiones políticas tomadas en la administración anterior, incluída la decisión de designar a Cuba como un Estado patrocinador del terrorismo».
Pero hasta el momento, el secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, no emitió ninguna señal conciliadora hacia Cuba.