Por Fabio Nigra, Dr. en Historia, titular de la materia Historia de los Estados Unidos de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Con un despliegue de tropas de la Guardia Nacional inédito en el corazón del poder de los Estados Unidos, asumió la presidencia el demócrata Joe Biden. Las condiciones políticas domésticas e internacionales no resultan ser las mejores, luego de una administración (la de Donald Trump) que llevó adelante su gestión como si el mundo fuera una empresa capitalista y el presidente un gerente general que suele imponer sus decisiones con maltrato.
Si pensamos en cómo fue posible llegar a este punto, cabe establecer que el neoliberalismo como proyecto económico tomó el poder político en sus propias manos (atendido por sus propios dueños, podría decirse), luego de cimentar con paciencia su mirada del mundo en términos sociales y culturales. Si se descarta la Guerra de Secesión (1861-1865) como época de lucha de proyectos económico-políticos, Biden en su carácter de nuevo emperador no la tendrá fácil. Sin embargo algunos elementos muestran ya la dirección que impondrá.
Hacia finales de la administración Clinton (1992-2000) emergió con claridad la confrontación de proyectos político-económicos en el poder más concentrado de ese país, y no ha cambiado sustancialmente: el modelo fordista-petrolero versus el financiero-tecnología de punta. Y con ciertos altibajos, los grandes partidos políticos expresan ello, ya que en términos generales los republicanos han abogado por el primero, mientras que los demócratas por el segundo. Trump optó por aquel, profundizando la radicación de fuentes de trabajo en su propio territorio con prácticas del capitalismo más salvaje.
En este marco de tensión de proyectos se pone en evidencia la crisis y decadencia de una potencia imperial hegemónica (como lo venimos sosteniendo con Pablo Pozzi desde hace más de diez años). El mandato de George Bush padre (1988-1991) demostró que el establishment entendía que no tenían la capacidad de mantener la hegemonía mundial lograda luego de la 2da. Guerra Mundial, y por ello la 1ra. Guerra del Golfo: inestabilizar zonas para convertirse en árbitro. Sin embargo, lenta pero inexorablemente avanzaron los bárbaros sobre el espacio imperial, que en este caso son los chinos.
En la actualidad, el PBI nominal de EEUU continúa siendo el mayor del planeta, seguido de cerca por el chino. Ahora bien, contabilizando esa riqueza como la posibilidad de compra de los bienes y servicios generados que se elaboran un país en un año, los chinos hoy ya han superado a su principal competidor. Y los cálculos conservadores consultados entienden que para 2030 China habrá también superado a EEUU midiendo su PBI a valor nominal como en el poder de paridad de compra (PPP, o sea, los bienes generados y su posibilidad de adquisición de bienes; y también considerando la relación PBI/PPP).
Nada, casualmente EEUU posee la mitad del gasto en Defensa del total mundial (seguido de lejos por otras potencias industrializadas). Como no puede mantener la hegemonía en términos consensuales, EEUU ha decidido hacerlo por la fuerza. Y aquí se nota una decisión clave por parte del presidente Biden: ha designado como secretario de Defensa a Lloyd Austin, un militar afroamericano que no solamente incumple con la ley (no pasó 7 años fuera de las FFAA), sino que además, desde su retiro ha formado parte del directorio de Raytheon Technologies, una empresa contratista militar (sistemas de seguridad y defensa, misiles, aeronaves, radares, control aéreo, detección de radiación, semiconductores, sensores para satélites): o sea, complejo militar-industrial, tecnología de punta bien demócrata, podría decirse. Esto no implica que se resolverán las contradicciones políticas internas, pero ayuda a comprender el eje organizador de su presencia imperial.