Un 9 de enero de 2020 un hombre de 61 años fallecía en Wuhan de una extraña neumonía de origen desconocido. Tiempo después se descubrió el Covid-19
Este sábado se cumple un año de la primera muerte en el mundo como consecuencia del nuevo coronavirus, un hito sucedido en China apenas nueve días después de que el país reportara a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que en su ciudad de Wuhan casi una treintena de personas padecía una extraña neumonía de origen desconocido.
«Un hombre de 61 años murió de neumonía en la ciudad central china de Wuhan en un brote de un virus aún no identificado, mientras que otros siete se encuentran en estado crítico», había informado la Comisión de Salud Municipal de Wuhan el 11 de enero, dos días después del deceso, y replicaban los principales medios del mundo.
Esta primera víctima fatal era uno de los miles de compradores que recorrían habitualmente el mercado mayorista de Huanan, el establecimiento más importante de venta de mariscos, pero donde también era posible conseguir animales exóticos que los propios comerciantes sacrificaban en el momento.
Entre esos 50.000 metros cuadrados atiborrados de puestos, una vendedora de mariscos, Wei Guixian, de 57 años, ya había empezado a sentirse mal casi un mes antes, el 10 de diciembre de 2019.
Seis días después de visitar varios hospitales sin diagnóstico certero y al límite de su energía, decidió acudir al Wuhan Union, uno de los más grandes centros de salud de la ciudad.
Allí descubrieron que la mayoría de los enfermos que presentaban síntomas similares estaban vinculados con el mercado de Huanan, donde los expertos creen que empezó a circular el virus al transmitirse de un animal a un ser humano.
El 31 de diciembre de 2019, las autoridades chinas habían reportado a la OMS 27 casos de neumonía viral con origen desconocido y, para el 9 de enero, cuando el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades identificó que la causa provenía de un nuevo tipo de coronavirus, los casos confirmados ya habían ascendido a unos 40.
Ese mismo 9 de enero se declaró la primera muerte por el nuevo coronavirus.
El hombre, uno de esos 27 reportados y un paciente que había sido diagnosticado previamente con tumores abdominales y enfermedad hepática crónica, falleció de una insuficiencia respiratoria a raíz de una neumonía severa, luego de pasar varios días internado, sin que los médicos dieran con el tratamiento indicado.
El origen de la enfermedad no era Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) o Síndrome Respiratorio del Medio Oriente (MERS), y los investigadores chinos, tras secuenciar el genoma del virus, el 12 de enero, también descartaban influenza, influenza aviar, adenovirus y otros patógenos respiratorios comunes.
Para ese momento, y de cara a las vacaciones del Año Nuevo chino -que supone anualmente la migración interna más grande del país, con unos 500 millones de viajes-, todavía se desconocía el estado actual y la epidemiología del brote, el cuadro clínico, la fuente, los modos de transmisión, el alcance de la infección y las contramedidas implementadas.
La enfermedad desconcertó a los médicos por su mortalidad y su rápida transmisión y se generó un estado de alarma que se expandió rápidamente por todo el mundo, a la par de especulaciones frente la escasez de rigor científico.
El 30 de enero de 2020, con más de 9.700 casos confirmados en China y 130 decesos, y 106 casos confirmados en otros 19 países, la OMS declaró que el brote era una emergencia de salud pública de interés internacional y el 11 de marzo, finalmente, la calificó como una pandemia.
Durante las primeras semanas el mundo siguió funcionando sin alteraciones y las medidas de seguridad fueron detrás de los casos que iban surgiendo.
Si bien el primer día de 2020 China clausuró el mercado de Huanan, recién a finales de enero empezaron a cerrarse las fronteras del mundo y a aplicar cuarentenas, la primera de ellas el 22 en Wuhan, donde decenas de obreros instalaban a contra reloj un hospital de campaña para dar batalla.
Ante el alarmante aumento de casos, dos días más tarde se reforzaron las restricciones: se suspendió el transporte público en diez ciudades, se decretó el cierre de templos y sitios turísticos, se cancelaron actividades grupales y actos multitudinarios, se instalaron controles de tráfico, de detección del virus en la vía pública y se implementó el lavado de billetes.
Los otros países, por su parte, comenzaron a repatriar a sus ciudadanos y Estados Unidos prohibió la entrada de extranjeros que habían estado en China 14 días antes, una medida que cosechó varias críticas, pero que fue adoptada rápidamente por otros Gobiernos.
Para ese momento, ya se habían detectado casos el 14 de enero en Tailandia, el 16 en Japón, el 21 en Estados Unidos, el 24 en Francia y un día después Canadá, mientras que el primer deceso fuera del gigante asiático se reportó el 2 de febrero en Filipinas.
A un año de haber reportado en territorio local la primera muerte del mundo por coronavirus y mientras en gran parte del mundo los Gobiernos enfrentan con muchas dificultades una segunda o hasta tercera ola de la pandemia, China parece tener bajo control su propagación.
No obstante, la ciencia aún intenta responder incógnitas sobre el inicio de una enfermedad que continúa desarrollando mutaciones y que ya se cobró casi 2 millones de vidas.