Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
Una de las características del momento en el que vivimos es la ubicuidad del cambio. De hecho la volatilidad pareciera acentuarse día a día. Pero claro, no es un fenómeno nuevo. Podríamos situar sus inicios en aquel período que Eric Hobsbawm denomina la doble revolución, que solapa la revolución industrial y la revolución francesa. En los 100 años que siguen, es decir, hasta fines del siglo XIX, el mundo vivió lo que probablemente fue el proceso de cambio más acelerado de la historia de la humanidad. Se pasó de un universo rural a un universo urbano, de sistemas monárquicos a sistemas democráticos, de que el conocimiento religioso fuera la garantía del conocimiento, a que lo fuera la Ciencia, de relaciones sociales de producción serviles a relaciones asalariadas, de la tracción a sangre a la producción industrial manufacturera. Repito, en menos de 100 años, luego de 1.000 años de quietud medieval.
El mundo no ha vuelto a cambiar tanto ni a tanta velocidad desde entonces, sin embargo los últimos 40 años han sido los más volátiles de la historia en términos económicos. Como hemos comentado en otras oportunidades, desde que las reformas estructurales del dogma neoliberal se impusieron el mundo se ha vuelto más injusto, crece más lento, y es más volátil (es decir, está sujeto a crisis que se suceden con cada vez mayor frecuencia).Algunos analistas ya venían pronosticando un 2020 con problemas. Incluso Nuriel Roubini había dicho que se venía una clásica crisis de cisnes blancos, es decir, sin sorpresas, ya que todos los indicadores lo presagiaban. Y en medio de ese clima aparece el Covid a romper con todos los esquemas previstos.
Cada vez va quedando más claro que cada gobierno hizo lo que pudo, porque no había elementos ciertos para enfrentar la situación. De hecho, cuando se analicen los datos un poco más desapasionadamente, se podrá ver que las economías no se han apartado en general de la senda que venían transitando. De hecho sospecharía tanto de un analista que sostuviera que el manejo de la pandemia fue brillante como de uno que dijera que fue pésimo, en cualquier país. Básicamente porque es imposible tomar decisiones razonables ante la falta absoluta de antecedentes históricos acerca del comportamiento de una fenómeno social.
Y acá me quiero detener un instante. Maquiavelo, en la introducción a El Príncipe, relata, de un modo muy poético, cómo después de un día de trabajo, se sumerge en su biblioteca en búsqueda del aprendizaje que te regalan los sucesos pasados. Y ahí encuentra las claves para aconsejar al soberano. Dice Maquiavelo que no tenemos otra maestra que la Historia, ya que, al menos, nos ayuda a evitar cometer errores recurrentes. Como decía Einstein, la locura consiste en hacer siempre las mismas cosas y esperar resultados diferentes. Sin las enseñanzas de la Historia, entonces, es muy difícil surfear una crisis inédita.
Carlos Melconián cada semana nos deleita con su stand up, disque humorístico, en el que, haciendo caso omiso de la Historia, opina de la realidad económica nacional. En una nota publicada ayer en el Cronista Comercial, sostiene que la inflación del año que viene va a ser casi el doble de lo que prevé la Ley de Presupuesto en su articulado. Recordemos que, de acuerdo a la Ley de Leyes, la misma se estimó en un 29%. Es decir, está pensando en una inflación del orden del 50/60%. Es ahí donde vale la pena preguntarle a la historia, para que nos refresque la memoria. El último presupuesto del gobierno de Mauricio Macri, el presupuesto 2019, estimaba la inflación en un 23%. El hecho es que terminó en 53,8%, casi un 135% por encima de las estimaciones del gobierno del que el mismo Melconián formó parte. Lo delirante de todo esto, es que para evitar la duplicación de la inflación, Carlos nos recomiendo hacer exactamente todo lo que hizo Mauricio Macri (y que terminó duplicando efectivamente la misma). No debería asombrarnos, los economistas del establishment están saliendo a a dar la pelea mediática, a sabiendas de que la Argentina está en medio de una negociación muy dura con un organismo como el FMI, que privilegia la aplicación de políticas ortodoxas.
Nada debiera hacer temblar el pulso del equipo económico en una coyuntura tan delicada como la actual. Si bien es cierto que la crisis de la pandemia afectó seriamente la economía argentina, no es menos cierto que fueron las políticas promovidas por Mauricio Macri, con el apoyo del FMI, las que sumieron a la Argentina en la recesión actual.
La enseñanza de la historia es clara, no podemos volver a repetir los mismos errores del pasado. Es tiempo de reafirmar nuestra soberanía política y nuestra independencia económica, para poder garantizar la justicia social para todos los argentinos.