Por Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre
El 2020 unió al mundo en una palabra: Covid-19. Puede sonar evidente, pero marcó un antes y un después, con un mensaje claro: no podemos tener una humanidad sana sin una naturaleza sana.
Si esperábamos una señal de alarma, el planeta se encargó de mostrarnos que nuestra forma de vincularnos con la naturaleza ya no es sostenible. Nos encontramos ante una emergencia global y sanitaria que obliga a replantear cómo nos relacionamos con la naturaleza.
Al inicio de la pandemia creíamos que la disminución de la actividad, como consecuencia del aislamiento, reduciría nuestra huella ecológica. Esto ocurrió en los primeros meses y en grandes ciudades o centros industriales. Sin embargo, la conversión de ambientes naturales para nuevas áreas agrícolas y ganaderas no disminuyó. Los incendios forestales en el Delta y las provincias de centro y norte del país contribuyeron a aumentar la tasa de deforestación, que según adelantos oficiales podría duplicar los valores del 2019. Y aunque los fondos para la implementación de la Ley de bosques en el Presupuesto 2021 duplican en valor los asignados en el 2020, no superan el 5% de lo que debería asignarse para apoyar a provincias y propietarios, para evitar el desmonte y asegurar un manejo forestal sustentable. A pesar del reclamo de diferentes grupos ambientalistas y la proliferación de proyectos de Ley de Humedales, todo hace prever que terminaremos otro año sin una ley al respecto.
Los impactos ambientales también afectan al mar argentino. Se descartan al mar sin vida 110 millones de kilos de merluza por año, por el incumplimiento de la Ley Federal de Pesca que lo prohíbe. Al mismo tiempo, la construcción de represas en el Río Santa Cruz no se detuvo a pesar de los problemas técnicos y económicos que muchas organizaciones advertimos en la Audiencia Pública sobre su Estudio de Impacto Ambiental.
Por otro lado, Argentina es el primer país latinoamericano en prohibir la producción, importación y comercialización de microplásticos en la industria cosmética, para reducir la cantidad de plástico que termina en sistemas fluviales y marinos. También, culmina el año con un fuerte compromiso presidencial de neutralidad de carbono al 2050. Esta mayor ambición climática propone reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 26%, pero queda el enorme desafío de transformar el anuncio y el compromiso en uno o varios planes de acción. Es allí donde los subsidios a los combustibles fósiles, la falta de fondos para conservar y manejar los bosques nativos, la inexistencia de leyes que prohíban o limiten la conversión de ambientes naturales parecen no estar en sintonía.
En el 2021 debemos unirnos para promover y trabajar por espacios de concertación en los cuales la naturaleza y personas formen parte del eje central del desarrollo del país; la recuperación económica no será posible sin incluir las variables sociales y ambientales. Si queremos reducir la probabilidad de futuras pandemias, debemos actuar ahora para detener el impacto ambiental. Este año, también, nos demostró que si disminuimos la presión que ejercemos, el planeta tiene una extraordinaria capacidad de recuperación. Una naturaleza sana, con su biodiversidad conservada, es vital para el bienestar de la humanidad. Nuestra salud y supervivencia dependen de la salud del planeta y, los argentinas y argentinos tenemos mucho para hacer al respecto.