El ministro de Economía logró una exitosa renegociación de la deuda con los acreedores y, tras el cimbronazo cambiario, logró desinflar el dólar blue. Su próximo desafío es llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Por José Calero
Tras renegociar con los fondos de inversión y lograr mantener a raya al dólar, el ministro de Economía, Martín Guzmán, aspira arribar a un acuerdo con el FMI hacia marzo o abril de 2021.
Ese capítulo clave tal vez le permita desplegar por completo las alas y convertirse en súper ministro de un Alberto Fernández que le da cada vez más margen de maniobra en su Gobierno.
Esta semana fue intensa para el titular del Palacio de Hacienda, que viene subiendo el perfil enviando cada vez más información a la prensa, en la cual deja su impronta sobre casi todos los temas.
Su última «bajada de línea» de peso la dio ante los gobernadores, cuando les pidió frenar el endeudamiento en dólares.
Ese día, su mensaje más potente estuvo dirigido a uno de los mandatarios ausentes en la reunión virtual: el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
Fue cuando Guzmán se metió de lleno en la pelea por la coparticipación y criticó la intención del Gobierno porteño de gravar con ingresos brutos algunas operaciones financieras, como las Letras de Liquidez y los pases del Banco Central.
Rodríguez Larreta, quien ve la mano de Cristina y Máximo Kirchner detrás del avance sobre los recursos que tiene la Ciudad, esperaba la estocada de espadas como el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, pero no vio venir el ataque del jefe del Palacio de Hacienda.
«Gravar con Ingresos Brutos un instrumento de política monetaria no es una forma sensata de actuar desde el punto de vista del federalismo», lo castigó Guzmán.
Y no se quedó ahí, ya que acusó a Larreta de estar perjudicando a toda la Argentina: «Aplicar Ingresos Brutos a un instrumento financiero le genera un problema a todo el país, implica encarecer el costo del crédito y se perjudican las empresas», machacó.
El ministro de Economía no dejó pasar la oportunidad para alinear al resto de los gobernadores: «Hay provincias que se han endeudado en moneda extranjera y es algo que no es bueno para el federalismo, hay que ir cambiándolo», los apuró durante la firma del Consenso Fiscal.
En los últimos días Guzmán también buscó enviar un mensaje a las compañías del sector energético, una pata central en la estrategia que viene, ya que el Gobierno aguarda fuertes inversiones en ese sector.
En el marco del lanzamiento del Plan Gas.AR, Guzmán dijo que se busca articular «reglas de juego» sobre la base de un diálogo abierto del que todos formen parte, pero les advirtió también que «estabilizar a la economía argentina es una tarea de todos».
El ministro de Economía debió salir también a apagar el incendio provocado por las declaraciones del canciller Felipe Solá, a quien se le ocurrió expresar declaraciones sobre la conversación entre Alberto Fernández y Joseph Biden, que nunca se habrían producido.
Según Solá, uno de los temas de esa charla con el futuro presidente de los Estados Unidos había incluido críticas hacia el representante norteamericano ante el FMI, Mark Rosen, algo que la Casa Rosada desmintió.
Al otro día, Guzmán, acompañado por el director del Cono Sur ante el FMI, Sergio Chodos, mantuvo un encuentro virtual con Rosen, y luego se difundió la imagen de la reunión, en la que aparece Rosen en la pantalla. ¿Polémica cerrada?
El ministro también envió señales a los empresarios, que están en pie de guerra contra el aporte solidario a las grandes fortunas votado por el Congreso, por el cual se esperan recaudar más de $300.000 millones.
En la Conferencia Industrial de la UIA, el ministro buscó transmitir optimismo y afirmó que «la recuperación económica empieza a ser más sólida».
Por las dudas, le garantizó a la UIA que «la industria es absolutamente central en el desarrollo de la Argentina».
Y aprovechó para sumar su latiguillo usado cada vez más seguido en sus intervenciones: «Queremos una economía tranquila».
El sector empresarial y los inversores todavía no terminan de calibrar a qué alude Guzmán cuando apela al término «tranquila», inusual en un ministro de Economía, y cuya interpretación puede ser amplia.
Por lo escuchado hasta aquí, cuando Guzmán dice «economía tranquila» es de imaginar que alude a reglas de juego claras y previsibles, sin sobresaltos cambiarios, de precios o de tasas.
«Queremos una Argentina que genere trabajo, valor agregado, exportaciones, con una economía tranquila, con equidad federal y en la que que seamos los dueños de nuestro propio destino», dijo el ministro.
Ese día, en el cierre de la Conferencia de la UIA, había malestar ante la certeza de que el Senado convertiría en ley el aporte solidario, que provocará un dolor de bolsillo a muchos de los empresarios que pesan en esa cámara.
El presidente de la UIA, Miguel Acevedo, no dejó pasar la oportunidad de tener enfrente al presidente y su empoderado ministro de Economía.
Pidió que la reforma tributaria en curso «incentive la producción en lugar de penalizarla, y promueva la inversión a largo plazo».
«Comprendemos que puede haber un aporte extraordinario en estas circunstancias tan especiales, pero hemos señalado que no debería ser a través de impuestos que afectan a los activos productivos», disparó Acevedo.
Alberto Fernández eligió no responderle: cuando le tocó el turno de cerrar el encuentro fabril, destacó que la Argentina «se está recuperando», pidió «unidad para volver al mejor de los capitalismos» y dijo que «de la pobreza no se sale con el auxilio del Estado con planes, si no con empresarios que invierten, dan trabajo y generan empleo».
«Si les va muy bien, el Estado cobrará más impuestos, mejor será», lanzó el mandatario.
Pareció un llamado a dar vuelta una página, comenzar a tirar juntos del mismo lado y dejar de repartir culpas.