En la tierra ocre, jugadores descalzos corren detrás de una pelota fabricada con bolsas de plástico hábilmente atadas. A pocos metros de allí, se transmite en una pantalla gigante el duelo de cuartos del Mundial- 2018 entre Francia y Uruguay, una fiesta rara e inédita para una pequeña aldea mozambiqueña.
Durante ese momento de retransmisión televisiva, se observan dos formas de vivir la pasión del fútbol, que cohabitan en esa pequeña aldea perdida en el norte de Mozambique.
Cuando arranca el partido en Rusia, el sol que ilumina Alua naturalmente oscurece la pantalla. No se puede distinguir a los jugadores ni al balón, entonces los espectadores se contentan con escuchar los comentarios por enormes altavoces colocados en el suelo y conectados a un generador.
Los estudiantes se aglomeran con sus uniformes, cuadernos polvorientos y lapiceras viejas en mano.
Unos minutos antes, los organizadores de la velada recorrieron el pueblo con un megáfono para anunciar la transmisión gratuita y en vivo de los primeros dos duelos de cuartos de final de la Copa del Mundo que se disputaban el viernes: Francia-Uruguay y Brasil- Bélgica.
Un regalo inesperado para la gente de este pueblo rural de la provincia de Nampula.
«Usualmente, tenemos que pagar para ver el fútbol», dice Leonardo Joao Batista, ubicado en primera fila.
Los fanáticos del fútbol generalmente se reúnen en las pocas casas equipadas con generadores y televisores. La sesión tiene un costo de 30 meticales mozambiqueños (0,4 euros) para el que pretenda verla. Demasiado cara para Leonardo, agricultor y padre de siete hijos.
– Una fiesta rara -.
«No tienes que conocer gente para entrar y ver el partido. Si pagas, queda todo arreglado», explica.
Leonardo no sabe qué selecciones se clasificaron a cuartos de final. «Ni idea» del país en que se disputa la Copa del Mundo, al igual que la mayoría de los demás espectadores.
En esta aldea alejada de casi todo, la información llega gota a gota y el entretenimiento es raro.
«Desde mi boda aquí en Alua, nunca había visto una fiesta así», revela Teresinia Antonio, quien carga con su pequeño hijo envuelto en un fular en la espalda.
Primer gol de los Blues ante los charrúas. Un clamor se levanta. Los futbolistas del terreno vecino interrumpen su juego y saltan de alegría.
«Aquí, apoyan a Francia porque tiene muchos jugadores negros», explica Fabrizio Falcone, de la Agencia de Cooperación Italiana.
«Todo el mundo ama el fútbol, todos quieren ver los partidos», agrega el director en Mozambique del proyecto CinemArena, en resumidas cuentas una caravana que viaja por África para difundir películas y partidos del Mundial.
Los Blues ganan 2-0 contra la Celeste. En el intermedio antes de que comience el segundo cuarto de final de la jornada, Brasil- Bélgica, músicos y actores ofrecen una animación para concienciar a la población sobre la lucha contra el cáncer.
– Fútbol y salud -.
«El fútbol es una forma de llegar a muchas personas, por lo que combinamos educación deportiva y sanitaria», comenta Bastos Azarias, representante del Ministerio de Salud de Mozambique, socio del proyecto.
«Es una buen medio para transmitir información», subraya Caetano Alberto, maestro y espectador en la velada.
Del cáncer, nunca había oído hablar hasta esta noche. La gente de Alua, por el contrario, está bastante familiarizada con la malaria y el SIDA.
El mensaje del día ha pasado, al menos en parte. «Tienes que ir al hospital para que te examinen», trata de resumir Caetano Alberto.
Lourdes Darin, una madre, promete ir al centro de salud a partir del «lunes» para aprender cómo palpar los senos y detectar ella misma cualquier anomalía. En caso de diagnosticarse cáncer, sólo tres ciudades de Mozambique ofrecen tratamiento de quimioterapia.
Vuelve el fútbol, arranca el encuentro de Brasil con Neymar en la pantalla gigante y la audiencia se enciende.
Desde que Portugal, expotencia colonial, fue eliminada en octavos de final, los aficionados de Mozambique se han volcado con Brasil.
«Hablan portugués como nosotros», justifica como una obviedad Erasmus Anadani, de 15 años.
Con el pitido final y la derrota plasmada de Brasil ante Bélgica (2-1), la desilusión se apodera de los hinchas. «Francia ganará la Copa del Mundo», pronostica un joven aficionado, Rafael Francisco.
El zumbido del generador eléctrico se detiene, la pantalla se apaga y los habitantes se hunden en la noche oscura, con la cabeza llena de imágenes.
El sábado, será el turno de los habitantes de Namapa, treinta kilómetros más al norte, de vibrar frente a la gran pantalla con los cuartos Suecia-Inglaterra y Rusia-Croacia.
Por Béatrice DEBUT