La sonda espacial Osiris-REx, lanzada en septiembre de 2016, descenderá a la superficie del Bennu el martes
La sonda espacial Osiris-REx, lanzada en septiembre de 2016, realizará el martes el descenso a la superficie del asteroide Bennu con el objetivo de tomar muestras que podrían entrega datos a la ciencia para comprender la conformación del sistema solar y de la galaxia.
La misión implica no sólo un viaje de millones de kilómetros de distancia, un período de más de dos años de orbitación en derredor del asteroide y el descenso para la recolección de material, sino también el regreso de la nave al planeta la Tierra planificado para 2023.
El período en el que la sonda orbitó fue aprovechado por los científicos de la NASA para descartar las impresiones iniciales sobre la apariencia de ese objeto astronómico: se creía que estaba cubierto de arena y con ese objetivo se crearon los dispositivos de recolección, pero ahora se sabe que es un terreno escarpado y lleno de piedras.
«Pensamos que iba a tener mucho más material de grano fino, pero hay muchas rocas grandes en la superficie. Y eso hace que sea difícil introducir algunas rocas más pequeñas en el muestreador», dijo el ingeniero espacial Mark Fisher en declaraciones consignadas por la revista Wired.
Se espera que el descenso sea lento, tardando cerca de 4 horas y media para recorrer un kilómetro. Por ello, el director del proyecto OSIRIS-REx, Richar Burns, dijo ser «cautelosamente optimista» sobre la operación.
Luego, la nave desplegará un brazo de poco más de 3 metros que, cuando entre en contacto con la superficie, expulsará una ráfaga de gas nitrógeno para remover partículas y capturar hasta 2 kilogramos de polvo y rocas, la mayor cantidad de material extraterrestre traído del espacio exterior desde la era de los viajes a la Luna. Aunque el sistema podría trabarse con objetos más grandes de los esperados, hay una parte que trabajará como un «velcro» que garantiza que al menos 60 gramos del material de la superficie estará disponible para las investigaciones.
Por otra parte, la NASA publicó un decálogo de descubrimientos científicos que surgen de la exploración que realizó OSIRIS-REx desde la órbita de Bennu. El primero es que su composición, que cuenta con una importante cantidad de carbono, convierte a este asteroide en un objeto muy oscuro, que refleja sólo el 4 por ciento de la luz que lo impacta (contra el 65% de Venus o el 30% de La Tierra).
Además, se calcula que es muy antiguo y se encuentra prácticamente inalterado: los científicos estiman que se formó en los primeros 10 millones de años de vida del Sistema Solar, hace más de 4.500 millones de años. Por ello, Bennu es la oportunidad para que la ciencia entienda lo que sucedió en los primeros «segundos» de existencia y para comprender el rol que pueden haber tenido otros asteroides en la creación de vida en el planeta.
Del tamaño del Empire State, el cuerpo celeste proviene de la fusión que la gravedad imprimió a «escombros» espaciales surgidos del choque de dos cuerpos más grandes. Los científicos creen, por otra parte, que, además del carbono, puede haber otros minerales que son finitos en el planeta La Tierra, como oro y platino. Pero la investigación apuntará a determinar la existencia de algo con más valor en el espacio: el agua.
Desde la Nasa explicaron que los dos átomos de hidrógeno unidos a un átomo de oxígeno que conforman el agua podrían usarse en el futuro para que los astronautas puedan hidratarse o separar esos componentes para obtener aire respirable y combustible para cohetes.
«El más allá cósmico estaría más cerca que nunca de ser accesible para los humanos», afirman desde la NASA en ese sentido. Bennu describe una trayectoria que lo hace dirigirse hacia el Sol y existe una «pequeña oportunidad» de que colisione con la Tierra en el siglo próximo: podría suceder entre 2175 y 2199 y la probabilidad es de 1 en 2.700.