Pese a ser el hombre que estableció el indisoluble carácter peronista de la CGT, el sanjuanino y dirigente del Sindicato Obrero de la Industria de la Alimentación cayó en el olvido
El sanjuanino José Espejo, quien ocupó la Secretaría General de la CGT entre 1947 y 1953, fue el sindicalista más cercano a la histórica primera dama, Eva Perón: fue el principal impulsor de la fallida postulación de Evita como vicepresidenta.
Durante su gestión se construyó el edificio de la central obrera, tras una donación de la Fundación de Ayuda Social Eva Perón.
Pese a ser el hombre que estableció el indisoluble carácter peronista de la Confederación General del Trabajo (CGT), el nacido en Jáchal y dirigente del Sindicato Obrero de la Industria de la Alimentación cayó en el olvido, producto de las clásicas disputas internas del gremialismo y las dictaduras militares.
En 1953, un grupo de dirigentes quitó su respaldo a Espejo, quien debió renunciar y se dedicó a conducir la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS), que buscaba forjar una red gremial a nivel regional, pero que no prosperó por las sucesivas dictaduras que jaquearon América Latina a mediados del Siglo XX.
Con el fracaso de ATLAS, el cuyano intentó vender chatarra y como no tuvo éxito se puso al volante de un camión para repartir vino y galletitas, trabajo que le duró poco tiempo: en 1956, tras la Revolución Libertadora, debió refugiarse en la Embajada de Haití, donde fue secuestrado junto a otros dirigentes peronistas por comandos civiles.
«Estuvo más de un año preso. Mi abuela no sabía dónde estaba», contó Damián Ferraris, nieto de Espejo.
Y agregó: «En un traslado, tiró un papelito del camión de la Policía que lo trasladaba, para dejar información de quién era y dónde estaba. Lo habían alojado en la Penitenciaría Nacional (ubicada en el actual Parque Las Heras, en el barrio porteño de Palermo) y después lo trasladaron a Río Gallegos. La dictadura le permitió a mi abuela y sus dos hijas que lo vieran media hora cada 15 días».
Espejo protagonizó en marzo de 1957 una espectacular fuga de la cárcel patagónica junto a dirigentes de la talla de John William Cooke, Héctor Cámpora y Jorge Antonio y escapó a Chile, donde volvió a tomar el volante: en vez de un camión, en tierras trasandinas manejó un taxi.
Al regresar a la Argentina durante el Gobierno de Arturo Frondizi, el ex secretario general de la CGT pensó que los días en la cárcel serían una cosa del pasado, pero la vida le deparó un nuevo encierro, por seis meses tras el golpe de Estado liderado por Pedro Eugenio Aramburu: tras su segunda detención, se alejó de la vida política.
Pese a volver «al llano», como solía decir, Espejo «tuvo problemas para conseguir trabajo, porque cuando la gente se enteraba de quién era prefería alejarse de él», relató Ferraris.
Sin embargo, el sanjuanino debía mantener a su esposa y a cuatro hijas, por lo que volvió a incursionar en el rubro de las galletitas: en su juventud, antes de llegar a la cúspide de la CGT, había sido chofer de la empresa Bagley.
Tras poder jubilarse, Espejo se puso al frente de un local donde preparaba café para que un grupo de jóvenes lo vendieran en las calles porteñas.
Así, como un trabajador más, a los 68 años el otrora hombre fuerte de la CGT falleció un 19 de diciembre de 1980: ése mismo día también murió Cámpora, por lo que la partida del sanjuanino no concitó demasiada atención en los diarios.