Por la Dra. Paola Harwicz, especialista en cardiología y nutrición
La alimentación debe ser uno de nuestros mejores aliados para mantener una salud integral. Lamentablemente, enfermedades como la obesidad y la diabetes han tenido un crecimiento exponencial en los últimos años, multiplicando los factores de riesgo de la población y afectando la salud global. Este 17 de octubre es el Día Nacional de la lucha contra la Obesidad, un hito más para tratar una de las mayores problemáticas en nuestro país y el mundo. Más que nunca, debemos romper mitos y estigmas para trabajar por una verdadera concientización, así como políticas y tratamientos superadores.
Considerada por la propia OMS como una “pandemia del siglo XXI”, hoy la obesidad y el sobrepeso afectan a 6 de cada 10 argentinos, tal como evidencian indicadores del Ministerio de Salud. Por su parte, la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo muestra su innegable crecimiento: el exceso de peso aumentó del 49% al 61,6% entre 2005 y 2018, siendo una tendencia en alza que ha sido acelerada y agravada por la coyuntura tan especial que estamos viviendo y los cambios de hábito que ha impuesto.
En períodos de aislamiento sostenido como el actual, el exceso de peso previo, los cambios en la alimentación, la ingesta en respuesta a emociones, el bajo nivel de actividad física, el consumo de alcohol y alteraciones en el sueño son factores significativos a la ganancia de peso. A su vez, esto repercute en un mayor riesgo de padecer otras problemáticas como diabetes, hipertensión arterial, enfermedades respiratorias crónicas, enfermedad de los riñones, del hígado y algunos tipos de cáncer, todos agravantes de riesgo frente al COVID-19.
Por su parte, el sedentarismo se potencia con el uso excesivo de dispositivos tecnológicos (televisión, celulares, computadoras, videojuegos) y atenta contra hábitos positivos y saludables como caminar o hacer ejercicio diariamente. Asimismo, la vorágine de comer de manera apurada y en poco tiempo, muchas veces impulsada por las emociones, también potencia el consumo de alimentos que no tienen un verdadero aporte nutricional sino que resultan una solución tan pasajera como peligrosa para saciar el apetito.
Una reciente investigación de la Sociedad Argentina de Nutrición aporta claves fundamentales para dimensionar y entender cómo el cambio de hábitos está impactando en el peso corporal durante el aislamiento social por la pandemia. El estudio analizó más de 5600 casos tras 45 días de confinamiento. El 62,1% reportó haber ganado peso durante el aislamiento, donde 6 de cada 10 lo atribuyó al aumento en la ingesta de alimentos y bebidas o a la disminución de la actividad física.
Por su parte, el haber tenido exceso de peso en forma previa al inicio del aislamiento actuó como factor de riesgo para la ganancia de peso durante este período: la chance de ganar peso entre los que tenían exceso previo fue un 42% superior. En consonancia con esto, haber realizado cambios en los hábitos de alimentación actuó como factor de riesgo, sextuplicando las chances de ganar peso durante el aislamiento.
El factor emocional también vuelve a presentarse como uno de los agravantes del sobrepeso, especialmente en coyunturas como la actual, donde la ingesta de alimentos puede responder a nervios, ansiedad, frustración o hasta aburrimiento. Según los resultados expuestos, la ganancia de peso entre quienes reconocieron comer ante emociones fue del 73,7%. Por eso, no se puede minimizar el aporte del factor emocional al desarrollo de sobrepeso.
Resulta claro que la obesidad es una enfermedad inducida por la conjugación de múltiples factores que inciden de manera individual o simultánea para afectar la salud de las personas. Por eso, jamás debe atribuirse a una falta de voluntad o gula desmedida. Estigmatizaciones de este tipo, además de erradas, atentan contra la estabilidad emocional de quienes lo padecen, generando sentimientos nocivos como la culpa y la desesperación. En muchos casos esto hace que se tomen medidas drásticas con dietas extremas que no hacen más que empeorar la problemática.
Así como se trata de una enfermedad multicausal, también debe ser multicausal el tratamiento. No hay dietas mágicas sino que se necesita un cambio de estilo de vida sostenible, sin incurrir en sacrificios extremos o prohibitivos. El ejercicio, el acompañamiento psicológico y una dieta balanceada e inteligente son claves fundamentales para recuperar la salud. A su vez, puede ser necesario complementar esto con asistencia médica y fármacos seguros y eficaces para el descenso y control del peso corporal.
En Argentina actualmente existen tres fármacos aprobados para tratar la obesidad: Orlistat, Liraglutida y un medicamento en comprimidos que combina Naltrexona y Bupropión, con la particularidad de que se administra oralmente e interviene simultáneamente sobre los dos principales centros que regulan el apetito, logrando mejorar el control de la ingesta y el sentido de saciedad.
La coyuntura del coronavirus no ha hecho más que acelerar una tendencia que ya era tan pronunciada como alarmante previo a la pandemia. Más que nunca, resulta indispensable en el tratamiento de la obesidad y el sobrepeso tener una comprensión cabal de sus orígenes e implicancias, una mirada humana e integral que nos permita desarrollar soluciones integrales acorde a las necesidades reales de las personas para que la alimentación siga siendo la piedra angular de nuestra salud y bienestar.