Por Daniel Menéndez, subsecretario de Políticas de Integración y Formación - Ministerio de Desarrollo Social
Por Daniel Menéndez (*)
Este año trajo consigo un enorme reto para toda la humanidad. La propagación de la pandemia a lo largo y ancho del planeta amplió las brechas preexistentes y trajo a la superficie la evidencia de que estamos ante una realidad abiertamente desigual. No existen las mismas oportunidades ni las mismas herramientas para enfrentar la pandemia en los barrios populares, donde la infraestructura dista de ser la adecuada, que en otros sectores de la Argentina. Ante los primeros casos en el país y el posterior inicio del aislamiento social obligatorio, desde los movimientos sociales siempre estuvo claro que en los barrios populares -donde existe un gran hacinamiento y un escaso acceso a los recursos básicos- iba a ser muy difícil que la gente se quedara en sus casas demasiado tiempo. Asimismo, la caída de la economía en general, que trajo consigo una importante reducción de la actividad, impactó especialmente en los sectores informales.
Es en este escenario que salió a flote la solidaridad y el compromiso social de las organizaciones sociales, de la comunidad eclesiástica y del trabajo de los docentes. Desde los centros comunitarios, clubes de barrio, iglesias o escuelas, han sido (y lo siguen siendo) la primera línea de contención; promoviendo las medidas de seguridad y garantizando el acceso a la alimentación de cientos de miles de personas. Frente a la crisis sanitaria, desde la organización comunitaria y barrial se ha organizado y acompañado acciones de prevención de la salud, como campañas de difusión y abordajes territoriales de detección de Covid-19. Los referentes comunitarios han demostrado ser tan esenciales, en este contexto de crisis provocado por la pandemia, como lo son, por ejemplo, los trabajadores de la salud.
Por todo lo expuesto, resulta de vital importancia reivindicar cuán esencial han sido la militancia social y las organizaciones de base. Sin el trabajo solidario de miles de personas a lo largo y ancho del país, todo hubiera estallado hace tiempo. Han estado visibilizando lo que a diario sostienen en sus merenderos, comedores e instituciones en la calle. Con el compromiso social colectivo que los mueve y conmueve porque entienden que desde las individuales no se resuelven las problemáticas que atraviesan los vecinos. Por ello entiendo imprescindible que el Estado y la sociedad en su conjunto reconozcan a los referentes comunitarios, barriales, sociales y políticos que durante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio han sido esenciales.
Por suerte para nuestro país, existe desde hace tiempo un tejido social que involucra a diferentes actores que llevan meses trabajando para cuidar a vecinos y familiares en sus barrios. Hoy, más que nunca, estamos ante la obligación de hacer visibles a quienes la desigualdad ocultó, dándoles más oportunidades y reconocimiento en sus roles activos de cuidado y transformación. La pandemia ha dado muchas lecciones a la humanidad en su conjunto y en particular a la Argentina. La más valiosa de esas lecciones es la necesidad urgente de saldar todas las deudas que la democracia tiene con esos cuatro millones de argentinos que viven en los barrios populares y aún esperan una respuesta.
(*) Subsecretario de Políticas de Integración y Formación de la Secretaría de Economía Social del Ministerio de Desarrollo Social y referente de la organización Barrios de Pie.