Por Ricardo Iacub - Psicogerontólogo
La pandemia genera tantas incertidumbres, como temores y cansancio. Frente a todo esto quisiera aportar, como psicólogo, algunas reflexiones que escucho de mis pacientes y encuentro en mis investigaciones y que pueden ayudar a pensar esta situación.
Hoy ser mayor implica tener más riesgos físicos frente al Covid-19, sin embargo eso no implica tener menos recursos psicológicos de afrontamiento. Ante las dificultades, cada uno toma diversos caminos pero a veces nos aferramos demasiado a los ya conocidos. Haber vivido muchos años permite acumular experiencias y, más allá de lo particular de esta, seguramente hubo situaciones que creímos y sentimos que no íbamos a poder enfrentar pero que luego sí lo pudimos hacer.
Por ello «quedarse», más que aislamiento o distanciamiento social, debería generar oportunidades de desarrollo, nuevos contactos y hasta aprendizajes, que permitan seguir activos, incluidos y vinculados socialmente. Sin embargo, sostener esta reclusión no resulta sencilla y menos aun cuando el panorama sigue siendo incierto.
Todo este conjunto de factores aumentan la tensión psicológica de estar en «riesgo», lo que implica más ansiedad y acudir a nuestros recursos y temores muchas veces menos racionales.
Los que no dejan de pensar en eso: «Cuando salgo a la calle, siento que me altero por cualquier cosa, porque cada cosa que toco siento que me va a contagiar.» Esta vivencia puede provocar intentos de control obsesivo, como limpiar exageradamente o rumiar sobre el contagio. Sabemos que cuidarse es importante pero también, si no confiamos en lo que hicimos esto puede convertirse en un tormento innecesario y peligroso.
Los que no pueden cambiar sus objetivos: «Siento que me robaron mi tiempo». Muchos debieron aplazar proyectos y sabemos lo doloroso que resulta pero, si persistimos en lo que perdimos, habrá menos posibilidades de modificar las metas que nos conduzcan a nuevas satisfacciones y logros. Sabemos que a lo largo de la vida tuvimos que abandonar objetivos e incluso seres queridos, pero el ser humano tiene esa capacidad de seguir adelante aún ante los mayores tropiezos.
Los que bajan las manos: «Ya no tengo ganas de nada, no sé adónde voy a ir a parar». Una de las respuestas ante lo difícil de esta situación es no querer ni poder hacerse cargo. Por ello poder verlo como un desafío y dejarse ayudar, por seres queridos o si resulta necesario por un profesional, lo convierte en una alternativa factible.
Los que se enojan: «El problema no es la pandemia, es el gobierno que nos prohíbe salir.» Poner la culpa en el otro es uno de los mecanismos psicológicos más habituales. Pensemos cuántas veces ante una dificultad proyectamos la culpa y nos deshacemos de la responsabilidad. Sin embargo sabemos que nada bueno sucede con esta posición, ya que alojar la culpa en los otros nos alivia momentáneamente pero nos deja enojados y mortificados mucho tiempo, y sin recursos internos para modificar la situación.
En las encuestas que venimos tomando a personas mayores sobre las actitudes frente a la pandemia nos indican que los principales facilitadores son: mantenerse activos, con lo que a cada uno le resulte y pueda; estar comunicados y abiertos a nuevas formas de encuentro, ya sea Facebook, Whatsapp, Zoom o el teléfono y, finalmente, apoyarse en recursos internos y cultivarlos. ¿Cuáles? La paciencia, la tolerancia, el buen humor. Cada uno de estos pareciera abrir un modo de interpretar lo que no sucede de otras maneras. Sin dejar de tener en cuenta que las preocupaciones siguen estando presentes, pero que una buena motivación, una actividad interesante, una charla a tiempo, o aprender algo nuevo pueden dar lugar a que este momento se convierta en una experiencia valiosa.