CLG dialogó con María Angélica Maccagno, coordinadora del comedor de Villa Gobernador Gálvez, quien relató el trabajo que realizaron durante la pandemia
La sociedad argentina confiaba en que el 2020 iba a ser mejor, luego de atravesar varios años de crisis económica. Sin embargo, esas esperanzas se derrumbaron con la llegada de una pandemia que no sólo trajo un riesgo para la salud, sino un profundo golpe en lo socio-económico. En este contexto, se tornó trascendental la acción de las instituciones sociales que dan una gran mano en las zonas más necesitadas. Una de ellas es Ojitos Felices, el comedor de Villa Gobernador Gálvez que en plena pandemia agrandó sus esfuerzos para ayudar al barrio «La Tablita».
Antes de la llegada del coronavirus esta institución barrial solía trabajar con aproximadamente unos 300 chicos, a quienes tres veces por semana les daba un plato de comida. Sin embargo, una vez anunciado el aislamiento social obligatorio, allá por el 20 de marzo, ese número aumentó y empezaron a entregar 400 raciones diarias: «Cuando todo reabrió la demanda bajó un poco, pero ahora que se volvió de fase estamos de nuevo en casi 400 porciones por día», explicó María Angélica Maccagno, en diálogo con CLG.
La coordinadora del comedor relató el trabajo que estuvieron realizando a lo largo de estos casi seis meses de pandemia en Argentina, que se tradujeron en una mayor complicación de los barrios más humildes. En primer lugar, María Angélica contó que no sólo aumentó la demanda, sino que cayeron las donaciones: «Lo que nos pasó al principio del aislamiento fue que mucha de la gente que normalmente aportaba estaba concentrada en sobrevivir y de alguna forma vimos mermada parte de los aportes que teníamos y que nos ayudaban mucho; sobre todo en lo que respecta a la leche y a pagar el gas».
Entonces, en ese contexto, destacó el apoyo del Banco de Alimentos Rosario (BAR): «Siempre lo voy a remarcar, el Banco de Alimentos te salva la vida en un montón de cosas. El BAR dejó de pedirle la colaboración a las personas para igualmente hacer el aporte a los comedores. Entonces, esa colaboración la pudimos usar en otras cuestiones por todas las donaciones que se nos cayeron».
Tradicionalmente, Ojitos Felices realiza cinco grandes eventos en el año que reúnen una gran sumatoria de esfuerzos individuales: «Las dos campañas fuertes de julio y agosto son la de abrigo y la del Día del Niño. Esa dos campañas no las pudimos hacer porque no podíamos pedirle a la cantidad de gente que normalmente citamos que salgan, se expongan y vengan en un día puntual».
Entonces, ante la imposibilidad de realizar el evento de forma tradicional, tuvieron que reinventarse: «Lo que hicimos fue cambiar la modalidad de ese tipo de eventos. Le pedimos ayuda a un bar que siempre nos presta las instalaciones para hacer las colectas, y ellos armaron una campaña virtual en la que le pedían a la gente que pagara una comida para un chico de nuestro comedor, pagando un menú de $300. Por cada menú que la gente compraba, el bar aportaba un menú más. Entonces este lunes hicimos una entrega con todas las medidas de seguridad. Armamos cajitas con hamburguesas, un huevito de chocolate, un jugo y un juguete».
Al ser consultada sobre qué es lo que los impulsa a seguir trabajando en un contexto tan adverso, María Angélica contestó: «Las motivaciones son las mismas de siempre, uno ve la necesidad y no puede mirar para el costado. Acá hay mucha inventiva, darle la vuelta para poder conseguir lo que escasea. Lo que sucede en tiempos de adversidad es que uno se pone más testarudo en lograr el objetivo».
«Cuando uno ve el entusiasmo de los propios chicos y de la gente que vive allí, eso te motiva aún más. Si ellos pelean en esa situación de adversidad, ¿cómo no vas a pelear vos? En el barrio están mal, pero si me preguntás cómo estaban antes de la pandemia la respuesta es la misma, estaban mal. Hoy lo que tienen es miedo y preocupación.», concluyó.
