Por Jorge Aulicino, poeta y traductor de la "Divina comedia"
Lo primero que debería aclararse es que el edificio Barolo, vigía del barrio del Congreso, en Buenos Aires, no representa la «Divina comedia» más que en términos numéricos. Lo cual no logra convertirlo en una abstracción. Visualmente es un homenaje a la arquitectura europea y en particular al Renacimiento, realizado con hormigón armado y con las aspiraciones de altura de los grandes edificios que ya se levantaban en Nueva York.
La cúpula, sin embargo, imita la de templo Rajarani, del siglo XI, en Bhubaneswar, India.
En el origen del edificio, concebido por el arquitecto Mario Palanti (Milán, 1885 – Milán, 1978) a pedido del industrial Luigi Barolo (Asti, 1869 – Buenos Aires, 1922), está el sentimiento catastrofista de las vísperas de la Primera Guerra Mundial. En aquel momento, como señaló un espía alemán, Europa era un manojo de sables cruzados que con la mínima alteración podían ponerse en movimiento unos contra otros. Eso sucedió con el atentado de Sarajevo en 1914.
El hecho de que en la «Gran Guerra» por fin intervinieran todos (los países de Europa e incluso Estados Unidos) dejaba presentir que sería «la última» (una especie de batalla final, tal como estaba escrito en el libro de San Juan).
Barolo y Palanti, italianos admiradores de Dante y de la «Divina comedia», pensaron que el edificio podía albergar las cenizas del poeta -que de paso sea dicho nunca fueron devueltas a Florencia-, a salvo de la Gran Catástrofe.
En los hechos, el Barolo fue imaginado como un cenotafio, un monumento funerario, en cuyo centro, marcado con un punto de bronce, alineado con el centro de la cúpula, debían ser puestos los restos de Dante. Esto no sucedió.
El edificio fue edificado entre el término de la Primera Guerra y el año 1923 y los gobiernos italianos no consideraron nunca que los restos del poeta debieran ser expatriados. Tampoco enviados a Florencia, donde otra tumba vacía los aguarda desde 1519, casi 200 años después de su muerte, en 1321.
Respecto de las alusiones numéricas a la «Comedia», son básicamente dos: el edificio tiene 100 metros, y 100 son los cantos del libro, y nueve son las bóvedas de la planta baja, como los nueve círculos del Infierno. Las tres cantigas estarían representadas por los tres niveles de la construcción: los siete pisos superiores representarían las siete cornisas del Purgatorio -a la vez, purgas de los siete pecados capitales-. La cúpula sería desde luego la bóveda celeste, y el faro sería la luz en la que arde la Santísima Trinidad, a la que Dante apenas puede mirar en el último canto del Paraíso.
Que los 22 pisos del edificio representan las estrofas de cada canto no condice con la realidad: los cantos tienen en general más de 140 versos, divididos en tercetos que en promedio dan 45 estrofas, con un cuarteto final, cuyo último verso suele ir separado.
Hasta aquí puede llegar el conocimiento profano. Sobre la numerología del Barolo, paralela a la de la Comedia, solo podrían expedirse los expertos.
Ahora bien, subir el Barolo hasta el faro, especialmente al atardecer, es una experiencia rara, arqueológica y de alguna manera mística. Cuando se llega junto a las luminarias, dominando el vértigo (quienes lo padezcan) se ve Buenos Aires bajo una luz extraña, entre histórica y legendaria. Como si algo de la Comedia la sobrevolase.