Opinión

Asfixiados y quemados: entre las llamas de la tierra y la política


Por Carlos Duclos

Los incendios que se suceden en distintos puntos del país y que asfixian literalmente a la gente y diezman el ecosistema, bien pueden ser representativos del incendio político que hay en el país y que está ahogando a vastos sectores de la población. A una economía enferma desde hace mucho tiempo, se le ha sumado un virus, una pandemia, que la ha puesto en estado de coma, con respirador mecánico, a la estructura económica bien entendida, es decir la economía al servicio del hombre, de todos los hombres sin distinción de ideas, credos, razas o clases sociales.

El declive argentino está alcanzando, valga la suerte de oxímoron, el cénit: más pobreza, menos inversiones, más unidades productivas y comercios cerrados, más desempleo, más sueldos de hambre, menos paritarias, y más condiciones de vida degradantes. Es muy cierto que hay una situación heredada, que la pandemia, además, ha contribuido grandemente a poner en estado de coma a la economía, pero no se puede negar que no se advierten demasiados planes tendientes a la recuperación y que la estructura política argentina en funciones (oficialismo y oposición) vive en un microclima como si las circunstancias fueran propicias para tirar manteca al techo y andar peleándose como comadres de antiguos conventillos. Mal que les pese a algunos, la situación presente es grave y el futuro puede ser peor. Este es un país en donde ningún inversor productivo importante ha estado o está dispuesto a arraigarse, porque no hay seguridad jurídica y porque la inseguridad de todo tipo es cada vez mayor. Como consecuencia, las fuentes de trabajo sucumben y las posibilidades no existen. Por eso, históricamente se multiplica la pobreza y se institucionaliza la dádiva, haciéndosela pasar por ayuda social cuando en realidad es institucionalización de lo que debería ser pasajero, eventual.

Que el presidente y el ex presidente se estén peleando y tratándose de mentirosos a través de los medios y las redes, (mientras la sociedad atraviesa una crisis sanitaria y económica sin precedentes) es grave, es desalentador, provoca más depresión de la que hay en la mente colectiva que aún piensa y quiere un país mejor. Es casi el pináculo de lo inaceptable.

Pareciera que pacificar los ánimos, unirse para superar la adversidad y tener una sociedad mejor, no está en el ánimo de buena parte de la estructura política argentina. Y en este contexto, lamentable, surgen expresiones como las del ex presidente Duhalde que ponen más incertidumbre, que no contribuyen, pero que sin dudas están inspiradas en la lectura de una realidad inocultable: una porción social importante harta de que se la ningunee y que se asfixia entre las llamas de la tierra y la política argentina.