Por Axel Dell`olio, licenciado en Prevención Vial y Transporte. Presidente de la Asociación para la Disminución de Siniestros Viales (Adisiv), director de Mamás y Niños Seguros.
Una de las primeras imágenes que utilizamos para introducir un debate sobre movilidad es la clásica pirámide de jerarquización del espacio vial que busca contribuir a mejorar las decisiones de transporte y conocer el lugar que cada actor ocupa.
En el orden vertical de la «pirámide de la movilidad», el peatón es superior a todo lo que lo sucede: bicicletas, transporte público, transporte de carga y, sobre el final, vehículos particulares y motos. Hoy vemos como la pandemia provocada por la Covid-19, que desordenó al mundo en diversos aspectos, hizo que los Gobiernos pongan por delante la salud y la prevención de las personas, y un paso fundamental fue revisar los hábitos de movilidad.
La masividad que hasta hace poco era la única forma de trasladarnos, se acabó. Entonces ¿cómo nos movemos? La situación -disruptiva por donde la observemos-, hizo que busquemos alternativas y re-valoricemos una de las practicas más esenciales y ancestrales; cobró valor esa capacidad que nos define en gran medida como seres humanos: caminar, ser peatones, andar a pie por la vía pública. Los municipios «peatonalizaron» más espacios, aumentaron los kilómetros de ciclovías y limitaron el uso de transporte público.
Ser peatón es tan importante como ser agua en la pirámide alimentaria, sólo que en el caso de la movilidad el orden es descendente. Ser peatón es poderoso, nos carga de derechos y prioridades, pero parece que con tanta «modernidad» nos lo habíamos olvidado. Además de ser lo más saludable es un método no contaminante y un buen ejercicio cardiorrespiratorio. Pero ¡ojo! que el peatón no ocupa la cima por eso, sino porque es el actor más vulnerable, representa el 44% de víctimas por siniestralidad en las ciudades, y eso nos advierte que también tenemos responsabilidades.
A los peatones habituales se suman los neo-caminadores de la pospandemia, que optan por caminar más de 3k para llegar a su lugar de destino, la masa en constante crecimiento de ciclistas -otro «boom» histórico-, pero también vemos cada vez más usuarios de Vehículos de Movilidad Personal ¿Recuerdan al muchacho que circuló hace algunas semanas en monopatín eléctrico por la Panamericana a 80Km/h? Bueno, los usuarios de VMP se congregan en grupos de más de 2.000 personas, que aún no cuentan con una norma que los ordene. Sólo existe legislación en la Ciudad de Buenos Aires, donde comienzan a verse con frecuencia y se alquilan.
La pandemia nos mostró que «parar el mundo» es posible. No es fácil, pero si se trata de la salud, vale la pena intentarlo. Tenemos la oportunidad y la necesidad, por sobre todo, de repensar las ciudades en varios aspectos.
La infraestructura es clave, pero también lo es la educación y la responsabilidad del usuario. Hay que brindar información y dar a conocer las normas de circulación para una buena convivencia con los otros medios de transporte. No podemos permitir que vuelva a pasar lo de la Panamericana o accionar, recién, cuando tengamos que lamentar más víctimas viales.