Por Mariano Winograd (*)
El preámbulo de la Constitución Argentina de 1853, forjado incluso en la verja que rodea al Honorable Congreso de la Nación, es prácticamente idéntico al de la constitución norteamericana excepto en el párrafo en que dice … «para nosotros, nuestra posteridad y todos los hombres del mundo de buena voluntad que quieran habitar el territorio argentino»…
¿Que fue lo que indujo a aquellos congresales de San Nicolás, abocados a organizar un remoto e incipiente país que no había descollado a diferencia de México o Perú durante la colonia, con semejante criterio de avanzada cuando la mayor parte del mundo permanecía aún en la etapa de esclavitud y faltaba casi un siglo para que Europa se sumergiera en la barbarie genocida de la exclusión xenófoba durante la Segunda Guerra Mundial?
Personalmente integro un grupo de profesionales frutihortícolas que se reúne en uno de los cafés del Mercado Central para evaluar las peripecias comerciales de la jornada
Hacia el inicio de esta historia, en 2016 el televisor, siempre encendido, mostraba tal como hoy, imágenes deportivas, farandulescas, políticas y noticias internacionales, incluyendo la tragedia bélica de Siria y sus desgraciadas víctimas boyando por el Mediterráneo. Debo confesar con vergüenza que ninguna de ellas logró conmoverme, las veía como algo ajeno, distante, irrelevante en mi cotidianeidad.
Hasta que aparecieron aquellas imágenes de los refugiados sirios en Budapest, con la desdichada escena de la periodista que hizo zancadilla a una madre siria con su criatura en brazos. Mi conciencia brotó en ese instante. En la misma ciudad en que se cargó en los trenes con destino a la muerte a mis «paisanos» judíos hace 70 años, hoy policías, alambrados y perros ladrando amedrentaban, discriminaban y rodeaban con destino de expulsión, a familias de humanos que tan sólo intentaban dejar atrás la guerra y la violencia para intentar una existencia y futuro más dignos en otro lado.
Me contacté con el entonces embajador argentino en Damasco, que hubo sido mi compañero de facultad y conocí el programa Siria, la condición de llamante y la posibilidad de ser solidario devolviendo con honra a la Argentina, al mundo y a la memoria de mis abuelos inmigrantes judíos de la década del 20, algo de la humanidad con que me regalaron al haber elegido este país para su supervivencia y reconstrucción familiar.
A partir de allí todo fue vertiginoso, con un grupo de parientes, amigos y compatriotas conformamos Refugio Humanitario Argentino y nos abocamos a «llamar» 65 familias sirias que deseaban emigrar a la Argentina y afrontar su futuro en paz
La mayor parte de ellas ya están entre nosotros, en Chaco, en Tucumán, en Mendoza, en Bariloche, en Córdoba, en Buenos Aires, por todos lados. Algunos armaron pareja, otros la desarmaron, algunos trabajan en su profesión y otros changuean, varios tuvieron hijos argentinos, alguno incluso se volvió a Aleppo y cada tanto nos escribe.
La tarea no ha concluido, Siria ya no está en la primera plana de los diarios pero las consecuencias humanas de su destrucción aún perduran y lo harán por mucho tiempo. Asimismo encontramos otros contextos como el venezolano que también requieren de urgente compromiso y ayuda.
Así como la formación de una familia, una empresa, o una carrera profesional, integrarse en un nuevo país, no es una experiencia pautada, irreversible, estereotipada o prevista. Se trata de uno de los tantos desafíos que presenta la existencia, pues tiene avatares, sinsabores y tropiezos, desde el Refugio Humanitario Argentino (RHA) lo afrontamos convencidos de que vale la pena y le agradecemos a la vida por habernos dado tanto.
El RHA es resultante de un grupo de argentinos convencidos de que la pluralidad de orígenes étnicos, culturales y nacionales, es una característica virtuosa de nuestra construcción histórica como país.
(*) Integrante de Refugio Humanitario Argentino, ong que colabora en la migración de las familias sirias que deseen salir de su país y venir a la Argentina.