El neurocientífico participó de una videoconferencia de prensa organizada por estudiantes de Periodismo de Perfil. Preocupación por el impacto psíquico de la cuarentena.
Facundo Manes participó de modo virtual de una conferencia de prensa organizada por estudiantes del Posgrado en Periodismo de Investigación de Editorial Perfil y la Universidad del Salvador (USAL). El neurocientífico aseguró que el confinamiento tendrá un impacto muy negativo en la salud mental y que la pandemia saca lo mejor y lo peor de los seres humanos. “Podemos pensar que el impacto en la salud mental dure más que la cuarentena e inclusive más que la pandemia”, indicó el fundador del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).
El director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro también se mostró crítico de la grieta que divide a la sociedad argentina. “Para la supervivencia de nuestra especie pertenecer a una tribu es más importante que la verdad”, aseguró Manes en el Ciclo de Entrevistas a cargo de Rodrigo Lloret, que fue reflejado en una nota del diario Perfil con la firma de Roberto Battellini y Cecilia Degl’Innocenti, ambos estudiantes de periodismo.
La entrevista completa
—¿Qué importancia cree que el Gobierno le está dando al cuidado de la salud mental durante la cuarentena?
—El confinamiento tiene un impacto muy importante en la salud mental: ira, depresión, ansiedad, irritabilidad, agotamiento mental, insomnio, estigma. En estudios realizados en un grupo de gente que trabajaba en el sistema de salud en Toronto y en el sudeste asiático durante una pandemia anterior, estos síntomas duraron dos o tres años. Podemos pensar que el impacto en la salud mental durará más que la cuarentena e, inclusive, más que la pandemia. En la Fundación INECO hicimos un estudio en la primera etapa de la cuarentena, y comprobamos que uno de cada tres argentinos había desarrollado síntomas de ansiedad y depresión. Creo que es necesario dar una mayor respuesta desde el Estado en el sentido de una psicoeducación generalizada para abordar el impacto en la salud mental.
—¿Qué impacto puede tener la sobreinformación durante la pandemia?
—Con la sobreinformación se produce un fenómeno conductual que se denomina negligencia de la probabilidad. Según este fenómeno, en términos de probabilidad, un hombre de mediana edad tiene más chances de ser atropellado por un auto que de morir por coronavirus. Pero si este individuo va chequeando el celular todos los días, recibiendo información respecto a lo que pasa en las ciudades más afectadas del mundo por el Covid-19 y cuenta los muertos e infectados en todo el mundo, esta persona va a estar aterrada, pensando en que puede morirse. Siente tener una probabilidad de infectarse mucho mayor que la real. Esto se estudió en un trabajo que analizó 3.176 artículos científicos sobre epidemias previas. Uno de los grupos de riesgo para desarrollar impacto negativo en las mismas fueron los jóvenes de 16 a 24 años. La cuarentena tiene un impacto importante en los más chicos.
—¿Cómo debería implementarse un sistema que ayude a sobrellevar el impacto psicológico de la pandemia en los niños y niñas?
—Los colegios, que han implementado la educación online, deberían trabajar más en las emociones de los chicos y adolescentes. La salud mental de este grupo está en riesgo con todo lo que está pasando. En este sentido, es importante que en este momento los más chicos aprendan a reflexionar sobre esta experiencia que estamos viviendo más que a realizar un cálculo matemático. Con respecto a la educación en la post pandemia, hay tendencias que van a acelerarse, como las conferencias y la educación a distancia a través de aplicaciones. Pero eso nunca va a reemplazar al docente, al médico, al líder, quiénes van a tener un rol humano irreemplazable por las máquinas. Creo que en un futuro tendremos una educación híbrida. Sin embargo, se está creando una desigualdad digital, ya que no todos los chicos tienen un acceso a una computadora con buena conexión. Esto puede producir una desigualdad educativa muy importante que dictará quién tendrá acceso a la tecnología y quién no, y en la cual tenemos que trabajar.
—Con respecto a la educación emocional implementada en algunas escuelas argentinas, ¿cree que los chicos que la practican pueden sobrellevar mejor el aislamiento?
—La inteligencia emocional es la capacidad de reconocer las emociones que tenemos. Por mucho tiempo se pensó que la inteligencia era el coeficiente intelectual (IQ). Y hoy sabemos que ésta es tan solo una de ellas, incluso no se correlaciona con el éxito en muchas tareas de la vida. Tener un coeficiente intelectual alto no se correlaciona con ser líder, sino que para ello se necesita tener inteligencia emocional y social. La inteligencia social es la empatía, la capacidad de imaginar que el otro tiene creencias diferentes a las nuestras, y que esas creencias pueden tener semillas de verdad. Hay una empatía cognitiva y una emocional que es sentir lo que siente el otro. No tenemos herramientas aún para medir masivamente la inteligencia emocional y social como para hacerlo con el IQ. Hay mucho de la neurociencia que puede impactar en la educación. Hoy sabemos que los seres humanos aprendemos cuando algo nos motiva, nos inspira y nos parece un ejemplo. La neurociencia y la educación tienen mucho que conversar. Las políticas educativas no deberían hacerse desde las neurociencias, estas pueden aportar elementos a otras disciplinas, entre ellas la educación, pero eso no quiere decir que la neurociencia deba escribir los planes de estudio.
—¿Es posible entender científicamente el comportamiento social que en Argentina denominamos “grieta”?
—Para entender la grieta tenemos que entender la conducta humana. Evolutivamente, sobrevivimos por formar grupos o tribus. Hay dos cosas más importantes que la verdad para nuestra especie, nos guste o no. Una es sobrevivir, y la otra, pertenecer a una tribu o grupo. Tenemos creencias que vamos construyendo en nuestras vidas de acuerdo al contexto en que vivimos, y cuando una evidencia nos enfrenta con ellas, se produce una disonancia cognitiva. Esto produce cierta incomodidad que nos lleva a ignorar la verdad. Por ejemplo, hay evidencia que demuestra que las vacunas no producen autismo, sin embargo, los que se denominan ‘antivacunas’ descreen de éstas. Los comentarios científicos les provocan una disonancia cognitiva, se alteran sus creencias y van en busca de alguien que piense igual que ellos. Para la supervivencia de nuestra especie pertenecer a una tribu es más importante que la verdad. Una de las conductas para ello es detectar el peligro, con un sistema que es el miedo: paralizarnos para luego luchar o huir. Es decir que el ser humano privilegia evolutivamente sobrevivir y pertenecer a una tribu que alcanzar la verdad.
—¿Por qué se impulsa tanto la grieta en algunos sectores de la política argentina?
—Los líderes saben que somos tribales y lo utilizan para ganar una elección, incluso aunque esto perjudique a la sociedad. En mi opinión hay que desconfiar de los líderes que fomentan la división, más en nuestro país, porque no ayudan a llegar a un consenso que es necesario para salir de esta decadencia crónica. En todos lados hay grieta, en Estados Unidos entre los seguidores y detractores de Donald Trump, en España con los separatistas. Es una condición del ser humano. Pero en Argentina, un país pobre sin un proyecto consolidado, la grieta es mucho más trágica.
—Considerando los proyectos sociales y políticos de Argentina, desde su campo de estudio, ¿cree que es posible que estemos insuficientemente provistos de resiliencia?
—La resiliencia es la capacidad de procesar y afrontar una situación traumática y salir fortalecidos de la misma. Hay estudios que muestran que después de tragedias, un porcentaje importante de la sociedad sale resiliente. La crisis puede sacar lo mejor de nosotros: la cooperación, el altruismo, el coraje, la inteligencia colectiva. Por ejemplo, nunca en la historia, en tan pocos meses, científicos de todas partes del mundo compartieron tantos datos sin importar las diferencias geopolíticas entre los países. Pero también puede sacar lo peor de nuestra especie: el autoritarismo y el uso político del miedo. Vivir de crisis en crisis no es bueno, porque vivir en modo permanente de sobrevivencia nos genera un impuesto cognitivo ya que no podemos pensar a largo plazo. Además, vivir en la pobreza crea un impuesto mental. Los dos últimos premios Nobel de Economía estudiaron la misma, y hallaron que el que vive en ella no puede pensar a largo plazo, sino en el día a día, lo cual la perpetua en el tiempo. Si un país fuera un hospital, la Argentina sería solamente la guardia tratando las urgencias, sin planificación a largo plazo.
—¿Le gustaría cerrar la entrevista con algún comentario final?
—Lo peor que nos puede pasar en este momento es que cada uno acomode la realidad a sus creencias. Hay que tener en cuenta que seleccionamos los datos que coinciden con lo que queremos creer, lo que nos lleva a reforzar nuestros preconceptos en un movimiento de retroalimentación, quitando valor a todo lo que contradice nuestras creencias. En este sentido, tenemos que evitar que la discusión sobre «cuarentena sí» o «cuarentena no» se convierta en una lucha de facciones. Para evitar esto debemos tener una discusión multidisciplinaria acerca las perspectivas que tiene esta crisis que hoy trasciende la esfera sanitaria y tiene dimensiones económicas, psicosociales e institucionales cada vez más importantes.