Entre el 13 y el 14 de junio de 1982, las tropas británicas asaltaron las últimas posiciones argentinas que quedaban en su camino a Puerto Argentino. Las peleas a bayoneta calada para defender cada pozo de zorro y los que combatieron con heroísmo hasta agotar el último proyectil
El domingo 13 de junio de 1982 amaneció claro y soleado, el avance al último bastión de las posiciones argentinas en Puerto Argentino era inminente, y se había iniciado con la caída de los montes Longdon, Dos Hermanas y Harriet y la intensificación de fuegos de hostigamiento naval, aéreo y de la artillería británica desde cuarenta y ocho horas antes. El último y más intenso combate de toda la guerra sería librado contra las posiciones ocupadas por el Batallón de Infantería de Malvinas 5 (BIM 5) en los cerros Tumbledown, William y Sapper Hill, e incluiría los más intensos duelos entre la artillería terrestre de ambos bandos. El BIM 5 estaba a órdenes del capitán de fragata Carlos H. Robacio, poseía un excelente adiestramiento adaptado al ambiente geográfico, tenía su dotación de hombres, material y armamento al completo; además, su sistema logístico tuvo muy pocas alteraciones debido a que era abastecido directamente por aviones de la Armada. Su asiento de paz era la ciudad de Río Grande (Tierra del Fuego). Poseía una batería de obuses Oto Melara (105 mm), a cargo del capitán de fragata Mario Abadal, que estaba integrada al sistema unificado de control y dirección de fuego terrestre junto con los grupos de artillería del Ejército (GA 3 y GA 4), este último a órdenes del teniente coronel Carlos A. Quevedo, que concurrió a la guerra convaleciente de una seria intervención quirúrgica. Con el BIM 5 realizamos estrechas coordinaciones cuyos resultados se vieron, principalmente, a partir del viernes 11 de junio.
Los días 12 y principalmente el 13 de junio la artillería terrestre británica había accionado intermitentemente con fuegos diurnos de hostigamiento sobre las posiciones del BIM 5 y del GA 3 y GA 4, y nocturno con fuego naval. Al respecto, el general Jeremy Moore dijo: “La Batalla continúa ahora mediante la artillería de uno y otro bando, pero nuestras fuerzas bombardean de forma más intensa”, lo que se acercaba a la realidad. Por su parte, el mayor Jonathan Bailey de la Real Artillería Británica, aseguró: “Debe recordarse que durante los últimos dos días de la batalla de Port Stanley (sic), cinco baterías (30 cañones de 105 mm) dispararon el equivalente de munición de instrucción que recibe un regimiento para cuatro años” (Bailey, J., Military Review –EEUUU, julio/ agosto 1984, pág. 73). Parte de la prueba documental de lo expresado fue registrada por el corresponsal Nicolás Kazansew y su equipo, que lamentablemente en las islas y luego en el continente fue sometida a una incomprensible censura, privándonos –a diferencia de los británicos– de un valioso material para interpretar un momento clave de nuestra historia contemporánea.
Aproximadamente hacia el mediodía de ese 13 de junio, día de mi cumpleaños, estaba junto a la batería A, a cargo del teniente primero Luis A. Caballero, cuando recibimos varias ráfagas (decenas de proyectiles) disparadas por la artillería enemiga; polvo y turba oscurecieron el soleado día. Muy próximo a mí estaba el cabo Ángel F. Quispe, y juntos corrimos hacia mi puesto de mando (un contenedor “forrado” con tambores llenos de tierra y turba). Quispe quedó atrás, y segundos después se produjo una pausa del fuego inglés. Con el médico del GA 3, teniente primero Fernando Nieves, corrimos hacia él, estaba boca abajo y lo dimos vuelta, sangraba por la boca, la nariz y los oídos. Estaba muerto por la acción de la onda explosiva de los proyectiles. Después de la señal de la cruz, cortamos la mitad de su chapa de identificación, se lo introdujo en una vieja colchoneta –pues los responsables de la logística del Ejército no habían provisto bolsas de plástico para transportar cadáveres– y se lo envió al lugar de reunión de muertos en Puerto Argentino. El fuego de la artillería enemiga se reanudó a los pocos minutos pero con menor intensidad, y cesó por unas horas. Aprovechamos para volver a dirigirnos a la batería A temiendo lo peor, pero no fue así, solo tuvimos dos suboficiales y cuatro soldados heridos que fueron evacuados al Hospital Militar, que en esos momentos estaba saturado de pacientes. Alguien de la batería graciosamente gritó: “¡Vamos todavía!”, sin conocer seguramente esa apuesta de optimismo del poeta del tango Juanca Tavera. Recuerdo que cuando veía a mis litoraleños cargar y tirar, y lanzar sus sapucai minimizando el fuego enemigo, comprendí el cariño de nuestros marinos y aviadores por sus buques y aviones. Es que en la guerra, un soldado es un toro; si confía en su capacidad, solo resta animarse. Un periodista inglés del diario Daily Express de Londres calificó a los combates del 13 de junio como «un episodio terrorífico, desesperado y al mismo tiempo trágico, que aparejó un número de muertos y heridos no especificados entre los ingleses (Alonso Piñeiro, A.; Historia de la guerra de Malvinas, pág. 198). Pero faltaba lo más duro, que sucedería durante la noche.
Mientras esto ocurría nos enteramos por radio de que en Buenos Aires lo que más preocupaba era que la selección argentina había perdido 1 a 0 con Bélgica en el Mundial de Fútbol de España. La distorsionada, cuando no falsa acción comunicacional impuesta por la Junta Militar, impidió que nuestro pueblo tomara la real dimensión del esfuerzo y sacrificio de sus soldados en Malvinas. Aunque cueste creer, esa tarde aterrizó el último vuelo de nuestra Fuerza Aérea, un Hércules C-130 que nos trajo otros dos cañones pesados (de 20 km de alcance) que por primera vez yo había solicitado al general Oscar Jofre a mediados del mes de abril, y él había rechazado mi pedido diciendo: ¿para qué los quiere, si no va a ver enfrentamiento? En ese mismo avión regresaron al continente todos los capellanes militares, permaneció solo el Padre Gonzalo E. Pacheco de la Fuerza Aérea; las primeras misas en el campo de prisioneros de guerra en San Carlos las ofició un capellán católico inglés.
A partir de las primeras horas del día 14, la Guardia Escocesa atacó Tumbledown, pero se encontró con una resistencia jamás pensada. Se concretó entonces el accionar conjunto entre el BIM 5 y el GA 3, que exigió gran coordinación y estrecho contacto. Por su parte, con sus fuegos, el GA 4 batía fuerzas británicas que atacaban por el sector noroeste de Puerto Argentino. La batería del BIM 5 había quedado fuera de combate. Fue una noche larga, confusa e interminable. La oscuridad, iluminada por el rojo de los proyectiles trazantes de las ametralladoras y el resplandor en la boca de nuestros obuses y cañones al salir los proyectiles del tubo, daba a la noche un espectáculo dantesco y similar a miles y miles de fuegos artificiales. Según Charles Lawrence, corresponsal del Daily Telegraph de Londres, “la artillería argentina dejó tirados a heridos y muertos pertenecientes a las unidades británicas”. Los Gurkas tomaron el monte William con débil resistencia. Los Guardias Galeses ocuparon finalmente Sapper Hill, pero “tuvieron que permanecer seis horas tratando de cruzar un campo minado bajo el fuego de la artillería argentina” (Watson, B. y Dunn P., Military Lessons of the Falkland Island War, pág. 164). No obstante, si bien el enemigo avanzaba con grandes dificultades, para nosotros la situación era insostenible. Avanzada la madrugada, Robacio solicitaba apoyo de fuego casi sobre sus tropas, lo que imponía la máxima precisión para evitar bajas por fuego propio, y el nerviosismo y el cansancio se acentuaba en el Centro de Dirección de Fuego del GA 3. Era imprescindible colocar una “cortina de fuego de artillería” entre el ataque inglés y el BIM 5, que combatió hasta el amanecer y su repliegue se realizó en orden. No se reportaron bajas por “fuego amigo”.
Simultáneamente, tuvimos que apoyar a una pequeña fracción del Escuadrón de Exploración 10, a órdenes del capitán Rodrigo Soloaga, que recibió la misión de bloquear a pie el avance inglés en la zona de Wireless Ridge, lo que estaba fuera de toda posibilidad del Escuadrón. En esa oportunidad, Jofre dispuso un contraataque con el RI 3, un disparate total; ante la insistencia de Jofre, el teniente coronel David U. Comini, que marchaba también a pie, respondió: “Reitero que el regimiento no está listo. Se preparó durante casi dos meses para una defensa al sur de Puerto Argentino, e imprevistamente en una cerrada noche me ordenan pasar a la ofensiva en el oeste. Esto es un caos y hay que tomar una decisión que excede mis atribuciones”. Esta respuesta es casi totalmente textual, la escuché en mi radio y la compartí plenamente.
La situación era irreversible. Después de una encarnizada lucha, la dislocación psicológica era evidente: estábamos acorralados desde el oeste por tierra, y por el mar, al norte, al sur y al este. El adversario disponía de total movilidad y apoyo de fuego naval y aéreo, mientras que nosotros carecíamos totalmente de ello. Su poder de combate relativo era superior en una relación de 7 a 1. El cerco total y el aniquilamiento estaban logrados por los británicos. En ese contexto, el general Mario B. Menéndez habría advertido al general Leopoldo F. Galtieri que: “…por la actividad que han desplegado los ingleses durante el día (13 de junio), esta misma noche lanzarán el ataque definitivo y consecuentemente entre hoy y mañana se juega la suerte de Puerto Argentino”. “Muy bien —replicó Galtieri—, ponga todo lo que tenga alrededor de la Capital. Allí resistiremos” (Cardoso et al., The Secret Plot, pág. 293), también citado por Freedman, L. y Gamba, V., Señales de Guerra, pág. 382). Me abstengo de cualquier comentario sobre esa incomprensible respuesta. La rendición fue, a mi juicio, quizás la única decisión correcta que tomó Menéndez.
Los británicos fueron un digno adversario, seguramente confiaban en la victoria, pero no ahorraron sacrificios para obtenerla, y nosotros, conscientes de la inutilidad de la lucha, jamás vacilamos en seguir combatiendo. El heroísmo fue el mismo en ambos bandos. Durante la guerra, los ingleses fueron mis enemigos, pero con el más alto respeto. Sigo pensando que la guerra es una renuncia a las escasas pretensiones de la humanidad. Para nosotros, esa mañana del lunes 14 de junio de 1982 fue el fin de un comienzo, que todavía continúa.
*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.