Por Dra. María del Pilar Bueno
Cada año desde 1972, el 5 de junio celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente. Esto sucede debido a que Naciones Unidas designó este día como un recordatorio para que los gobiernos y organizaciones emprendan actividades tendientes a reafirmar la preocupación por la protección ambiental y generar conciencia, luego de la primera Conferencia sobre Medio Ambiente Humano realizada en la ciudad de Estocolmo en el mismo año. Sin embargo, el avance de las deliberaciones multilaterales, tanto como la incorporación de los temas ambientales a las agendas regionales y nacionales, han transformado dichas preocupaciones de modo profundo.
¿Qué cosas hemos aprendido en estos 46 años de conmemoración?
Hemos aprendido que debatir los denominados problemas o preocupaciones ambientales involucra discutir el modelo de desarrollo imperante y desentrañar las relaciones de poder que se entretejen y derivan en la extracción y apropiación de la naturaleza y de las que, al mismo tiempo, dimanan conflictos ambientales y, por ende, distributivos.
Con lo cual, las nociones conservacionistas única o especialmente centradas en proteger ciertas especies redundan en un enfoque reduccionista que el ecologismo ha procurado quitar de la escena del debate. No es que la conservación de una especie no sea significativa, sino que se pretende desentrañar, comprender y remediar las causas primarias de dicho problema que usualmente se asocian con actividades productivas con diversos impactos coligados donde la especie en cuestión es integrante de un ecosistema afectado.
También hemos aprendido que el 5 de junio no es un día para expiar las políticas ambientales poco ambiciosas, con conductas vacías de contenido real, sino que es el momento para reconocer y comprender que llegamos hasta acá multiplicando las voces que interpelan las prácticas que nos han dejado un mundo cada vez más desigual e inequitativo. Un mundo donde hemos perdido el 83% de los mamíferos silvestres y el 50% de las plantas conocidas. Donde se producen aproximadamente 360 millones de toneladas de plástico por año que se usan mayormente para envoltorios, solo se recuperan 3 millones y la gran mayoría termina contaminando los mares. Un mundo con una caída alarmante del número de abejas, de las cuales depende la producción de frutas y verduras y, por ende, la seguridad alimentaria.
No sólo esto, un mundo que vive bajo los efectos adversos del cambio climático y de los desastres cuyas capacidades de adaptación, construir resiliencia y, en algunos casos, volver a empezar son extremadamente desiguales entre las comunidades.
En tal sentido, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, AR5) ha afirmado que los altos y persistentes niveles de pobreza en nuestra región resultan en una alta vulnerabilidad a la variabilidad y al cambio climático. Esto involucra riesgos regionales, pero también oportunidades concretas de adaptación. Algunos ejemplos en tal sentido son: los impactos en la productividad agrícola; la reducción de las precipitaciones y el aumento de la evapotranspiración en regiones semiáridas agravando la escasez del suministro de agua y afectando a las ciudades, la generación de energía hidroeléctrica y la agricultura.
También comenzamos a comprender que el cambio climático es un fenómeno global y sistémico, como deriva de su nombre, pero sus efectos se sienten en todos los rincones de la tierra, aunque son los que menos oportunidades de generar políticas de adaptación y gestionar el riesgo, aquellos que lo sufren de modo más cruento, incluso siendo los que menos lo provocaron.
Los estudios realizados en nuestro país revelan algunos impactos del cambio climático en los últimos 50 años dados por: aumentos en la temperatura media, especialmente en la Patagonia; incremento de los días con olas de calor y reducción de los días con heladas; aumentos en las precipitaciones, especialmente en el este del país ocasionando inundaciones; disminución de las precipitaciones en la zona cordillerana y reducción de los caudales de los ríos cuyanos.
En tal sentido, se proyecta que la temperatura media seguirá aumentando durante este siglo, junto con la mayor frecuencia de precipitaciones intensas, la aceleración de los procesos de desertificación con afectación en los sistemas hidrológicos, la reducción de especies y la capacidad productiva del suelo, la retracción de los glaciares y la afectación del litoral marítimo, entre muchos otros efectos adversos.
Además de la agenda climática, hemos aprendido que todas las cuestiones ambientales tiene una imbricación natural con la pobreza y las escaseces sociales y económicas, por ende, con el desarrollo. Que el acceso al agua potable y saneamiento son derechos junto con el disfrute de un medio ambiente sano, que de hecho los argentinos tenemos garantizado a nivel constitucional. Para que esto fuera posible, es decir, para que nuestros gobiernos adopten medidas concretas en formato de leyes, políticas, estrategias y planes diversos, las Conferencias Internacionales ambientales, y especialmente la Cumbre de la Tierra de 1992 fueron decisivas.
Del mismo modo, la puja por la participación de actores públicos y privados de distinta índole ha sido una característica representativa de la trayectoria de las agendas ambientales. Sin embargo, la participación de los actores en los procesos decisionales nacionales y subnacionales, sigue comprometida.
¿Hemos aprendido? Sin duda el nivel de involucramiento con las temáticas ambientales es creciente y las brechas generacionales en el debate histórico Desarrollo vs. Protección del ambiente parecen reducirse. No obstante, no hemos aprendido lo suficiente como para cambiar nuestros modos de vida porque esto jaquea nuestra comodidad, y ese parece ser el límite más tangible de la acción ambiental. No sólo esto, sino que si bien, manifestamos estar preocupados y a veces muy preocupados por los problemas ambientales y, en particular, por algunos temas como el cambio climático, la disposición a actuar medida a través de encuestas de opinión exponen nuestros dobles estándares.
En tal sentido, mientras las encuestas del Pew Research Center (Edición 2015) muestran que los Latinoamericanos somos los más preocupados por el cambio climático (74%), otras regiones como Europa se encuentran en la media de la preocupación (54%). Por su lado, Estados Unidos se muestra menos preocupado (45%) aunque mucho más que China (18%). No obstante, a la hora de analizar las disposición a actuar, en encuestas como el Eurobarómetro, 9 de 10 consideran que sus gobiernos deben establecer objetivos concretos como el uso de energías renovables y apoyar la eficiencia energética y más del 70% viene realizando acciones concretas en el plano individual para actuar contra el cambio climático. En el caso de las encuestas regionales, como el Latinobarómetro, si bien el 71% de los latinos afirman darle prioridad al cambio climático sobre el crecimiento económico, a la hora de mencionar los problemas más importantes del país, el cambio climático no figura entre los más importantes.
Cada Día Mundial del Medio Ambiente la situación es más crítica y el derrotero del modelo económico copando las agendas y los intereses echan por tierra muchos esfuerzos que lleva años construir de abajo hacia arriba.
En 46 años hemos logrado y, sobretodo aprendido muchas cosas, pero seguimos luchando con las más importantes: estar dispuesto a actuar en distintas escalas y comprender que las cuestiones ambientales abarcan debatir nuestros modos de vida, consumo y producción. Por ende, nuestro modelo de desarrollo en su multidimensionalidad.
El multilateralismo ha sido clave para que países como el nuestro instituyan agencias y normas ambientales. Sin embargo, a veces pretendemos que se resuelvan en el plano internacional las mezquindades que no resolvemos en el plano individual.
46 años son mucho pero, la pérdida de la biodiversidad, del bosque nativo, la desertificación y el incremento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, entre otros, denotan que el credo de las necesidades ilimitadas atrae esfuerzos evidentemente escasos.
(*) Dra. en Relaciones Internacionales. Investigadora del Conicet. Negociadora del Acuerdo de París por la Argentina.