En un país en donde históricamente jamás se gobernó "con miras a" sino con el parche y la mediocridad en la mano, la previsibilidad y el sentido común brillan por su ausencia
Por Carlos Duclos
Se puso en riesgo la efectividad de la cuarentena dicen. Y es posible que la emotiva despedida que los admiradores del buen fútbol y seguidores de almas buenas le hicieron al Trinche haya tenido un poco de eso. Pero hay momentos en el corazón humano en los que éste no puede (por más que quiera) sujetarse a normas, está inhibido por la pura emoción, por el genuino y profundo sentimiento. El corazón se divorcia de la razón porque siente que por sobre la norma está la justicia, la justicia de los actos, la justicia que consiste en poner de manifiesto, y pese a todo, el amor. Esto, exactamente esto, ocurrió en la despedida al Trinche. Ahora hay que investigar, dicen, hay que pedir informes. Un despropósito.
Sí, de hecho un verdadero despropósito de quienes no entienden que hay circunstancias en las que el ser humano no puede hacerse cargo de sus emociones, de sus sentimientos, que superan indómitamente a la razón. Son sentimientos puros, buenos, impulsados por una profunda necesidad interior de expresarlos. La probable investigación (probable, porque es de esperar que quede en la nada para no generar indignación social) consistiría, si se piensa bien, en investigar por qué un manojo de personas buenas y sensibles pusieron de manifiesto públicamente el amor y la admiración por alguien noble como ellos: el Trinche.
Porque, ¿qué otra cosa van a investigar? ¿A quién? ¿A la Policía, a las autoridades del Club, a los hinchas por no respetar la cuarentena? En este contexto, no se puede ocultar el pensamiento y las palabras de muchas personas que al hablar del tema piden que lo mejor que se podría hacer es investigar la acción histórica de delincuentes que salen a robar y a matar, mientras los ciudadanos viven con temor en las calles y enrejados en sus hogares. El Trinche es víctima paradigmática y representativa de miles y miles de seres humanos que han sido robados, heridos, violados, asesinados, sin que este falso garantismo judicial y político (abolicionismo en los hechos), haya hecho demasiado para atenuar el fenómeno.
Por otra parte, a las pocas horas de la muerte del mago de la pelota se sabía que mucha gente iba a ir a despedirlo. No podía dejar de ocurrir tal cosa por lo dicho precedentemente respecto de las emociones, y porque se trataba de un ídolo, entonces hubiera sido atinado que las autoridades -todas, incluso municipales y provinciales (previsoras)- se contactaran con el club y colaboraran en una despedida acorde con las circunstancias. Pero claro, en un país en donde históricamente jamás se gobernó «con miras a» sino con el parche y la mediocridad en la mano, la previsibilidad y el sentido común brillan por su ausencia.
Por último, bien podría decirse que, sino todos, cientos de miles de rosarinos estuvieron en el Gabino Sosa. Los vecinos presenciales no fueron sino representantes físicos de una multitud que vio en el Trinche no solo a un genio del fútbol, sino a un ser simple, bueno, sensible, al que el delito mató por una bicicleta. Cientos de miles de ciudadanos quienes, desde esa triste realidad social que viven y sienten a diario, dicen al fin y al cabo: «el Trinche somos todos» y estábamos allí, en el Gabino Sosa.