Las medidas adoptadas para hacer frente al coronavirus y los exitosos resultados obtenidos lo han puesto en el lugar inmejorable, para preocupación de propios y extraños. Opina Carlos Duclos
Por Carlos Duclos
Estaba ausente. Al menos no estaba en la vidriera, pero ha retornado al escaparate político; lo hizo con una presentación en la Corte Suprema de Justicia para que el Senado pudiera sesionar vía online. Parece que Cristina, al fin y al cabo, quiso avisar públicamente “estoy aquí”.
Es que las circunstancias del país así lo requieren, pero lo demanda sobre todo la meteórica ascendencia del presidente Alberto Fernández en la consideración social. Las medidas adoptadas para hacer frente al coronavirus y los exitosos resultados obtenidos lo han puesto en un lugar inmejorable, para preocupación política de propios y extraños (léase cristinismo y macrismo).
El presidente ha logrado en estos pocos meses de gestión diferenciarse claramente de Cristina y de Mauricio en cuanto a métodos políticos: es un peronista moderado, dialoguista, que cree en la necesidad de unidad argentina y eso quedó proverbialmente plasmado en la foto con el jefe de gobierno porteño Rodríguez Larreta y el gobernador bonaerense Axel Kicillof. “Es un peronista de Perón y de Néstor”, dice un dirigente del PJ casi nostálgicamente. ¿De Néstor? Claro, porque no se puede dudar de que Alberto se nutre más del modelo del ex presidente del que fue su jefe de Gabinete. Y se sabe que entre las formas de Néstor y Cristina hay una diferencia política tremenda. El primero era un abierto al diálogo con todos, “la Jefa” no habla con cualquiera ni parece estar dispuesta a comerse sapos como aconseja el canon político de siempre. El ejemplo, entre otros, está en el vínculo entre Néstor y Moyano que Cristina rompió y que Alberto se ocupó de reparar cuando dijo hace pocos días: “Es un dirigente gremial ejemplar”. Expresiones del presidente que algunos no entienden y otros hasta las cuestionan, pero que en el fondo son una forma de remarcar para quien quiera escuchar bien que “yo, soy yo”.
El presidente está formado en un molde político que, obviamente, se diferencia del de Cristina, y por eso se lo escuchó decir hace pocos días en un diálogo imperdible con unos de los más preclaros periodistas del país, Jorge Fontevecchia, algo que hace reflexionar a la aguda y perspicaz mente política: “Hoy me pregunto por qué no lo voté a Alfonsín”, rescatando la figura del radical con quien siempre mantuvo una relación cordial y fluida. En esa misma entrevista el presidente sostuvo que no cree en los personalismos y que no tiene ningún interés en propiciar un “albertismo”.
Por esta manera de hacer política, el presidente cuenta hoy, a apenas cuatro meses de haber asumido, con el respaldo de muchos independientes y peronistas que han discrepado con la modalidad cristinista. El asunto es considerar cómo seguirá la relación con la vicepresidenta y su séquito y qué ocurrirá cuando el año que viene haya que conformar las listas para cubrir las vacantes en el Congreso.
Es cierto que pesa sobre el Poder Ejecutivo la tarea de mejorar una situación económica heredada del gobierno anterior que es poco menos que calamitosa y que, para mal de males, se ha visto severamente perjudicada por la pandemia. Pero el sábado Fernández mandó también un claro mensaje a la sociedad y a aquellos que están especulando políticamente con la crisis de la economía, diciendo de manera rotunda que no se olvidaba de la situación económica y que su equipo estaba trabajando en ello. Al mismo tiempo, sostuvo que su idea es salir lo más rápido posible de una situación en ese sentido delicada. Lo cierto es que si terminada la cuarentena el presidente logra tener el aval de los organismos internacionales y los mercados se calman, ello significará un paso más en la consolidación del poder que el ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner está construyendo con prudencia, sin prisa y sin tensar la cuerda.
Para terminar, nunca está demás poner la atención sobre algunos hechos que a menudo pasan inadvertidos, pero que son propicios para tener una idea del escenario y sus actores: fue Alberto Fernández quien presentó a Néstor Kirchner a Gustavo Béliz, un político, abogado, periodista, funcionario durante muchos años del BID, y ministro de Carlos Menem, pero que se fue de ese gobierno denunciando, como se recordará, hechos de corrupción incluso en la misma Suprema Corte de Justicia. Gustavo Béliz terminó siendo designado ministro de Justicia durante el gobierno de Néstor y, fiel a su estilo, tuvo la osadía de denunciar públicamente al espía Jaime Stiusso, diciendo de él que estaba formando una SIDE paralela. La denuncia le significó dejar su cargo, la política y el país. Es ese hombre, acaso incompatible ideológicamente con el cristinismo, al que Fernández fue a buscar para formar su equipo y que hoy ocupa nada menos que la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la Nación.
En fin, que contra lo que algunos sostienen (a veces respondiendo a maliciosas prácticas políticas) de que el presidente no es más que un dependiente de la vicepresidenta, los hechos van demostrando que Alberto Fernández parece tener un propósito independentista que hila con delicadeza y sin premuras fatales.