En Santa Elena (Entre Ríos), donde vive desde hace 24 años, Paola ya cosió y entregó más de cien barbijos. En diálogo con CLG contó su historia y la de su hija Kimey
Por Gina Verona Muzzio
A veces, en los momentos más difíciles, nacen los mejores gestos. Paola y su familia saben apreciar las pequeñas cosas, valorar cada minuto de alegría e intentan devolver un poco de la esperanza y ayuda que han recibido en estos últimos años, con acciones cotidianas, que para algunas personas son de vital importancia. En este caso, pusieron a andar las máquinas de coser de su casa para fabricar barbijos para las personas que están dentro del grupo de riesgo de contraer coronavirus en Santa Elena, la localidad entrerriana en la que viven desde hace 24 años.
Kimey, su hija de 23 años, recibió en enero su segundo trasplante de pulmones. Por eso, en el marco de la pandemia que el mundo vive actualmente, la joven es considerada dentro del grupo de riesgo. Según contó Paola a CLG, la iniciativa les surgió viendo la necesidad de sus vecinos. “Fui a hacer mandados a una farmacia y vi que había falta, que no hay barbijos acá. Había mucha gente en grupo de riesgo que andaba buscando. Les decían que quizás llegaban, pero iban a estar 150 o 200 pesos y la verdad que hay mucha gente que no los puede pagar”, relató.
“Yo soy costurera, sé cómo se hacen. Así que compré fiselina y comencé a hacerlos. Los hice para el grupo de riesgo, porque no me iba a dar el presupuesto sino. Pero ayer, por ejemplo, vino a buscar la policía, porque hubo una emergencia. Llegaron unos mochileros y no tenían barbijos, no tenían nada. Les entregué a ellos también”, añadió la mujer, quien cosió junto a sus hijos para “devolver algo de todo lo que Dios nos ha dado” y los regaló sin pedir nada a cambio.
Además de Kimey, que es la mayor de sus hijos, Paola es madre de otras tres niñas y de un varón. Cuenta con orgullo, que su segunda hija, Sara, además le dio dos nietos. La mujer relató a CLG que nació y se crió en Rosario, donde conoció a su marido, oriundo de Santa Elena, y decidieron instalarse allí. Expresó también que en los últimos tiempos, por la salud de la joven han ido y venido mucho a Buenos Aires, donde recibió tratamiento y los trasplantes.
“No es fácil que Kimey haya pasado por un segundo trasplante y haya salido bien. Había rechazado el primero, que fue en 2018, y en 2019 comenzó a rechazarlo. Gracias a Dios pudo volver a entrar en lista de emergencia. Estaban evaluando, porque también tiene un tumor cerebral. Lo evaluaron y decidieron que vuelva a entrar en la lista. Esperó tres meses y ocho días, desde septiembre de 2019 hasta enero de 2020. Estuvo internada en terapia, esperando el segundo soplo de vida. El 4 de enero le realizaron el trasplante, le dieron el alta y en febrero nos vinimos para casa”, explicó con detalle Paola.
Desde que comenzaron con el emprendimiento, Paola y su familia cosieron y entregaron más de cien barbijos para los ciudadanos incluidos en población de riesgo. “Todavía vienen a pedirme. Ahora como está todo cerrado no tengo donde comprar tela. Busqué en mi casa qué tengo guardado y ya estoy cortando lo que encontré para seguir haciendo. Estos ya serían los últimos porque ya no tengo más tela. Haremos hasta donde lleguemos”, dijo con convicción.
Conciencia y solidaridad
En estos días de pandemia y, tras declararse el aislamiento obligatorio, se replican por todos lados las voces y los textos, los hashtags y las publicidades que piden por el cuidado colectivo, por el respeto a la emergencia sanitaria y a las recomendaciones de los profesionales de salud. Paola vincula esto también a las constantes campañas de donación de órganos.
“No se le desea la muerte a nadie, sino que uno está aferrado a una esperanza. Yo quiero resaltar la importancia que tiene la donación de órganos. Sé que es muy difícil perder a un ser querido, pero el acto de donar a nosotros nos salvó dos veces. No sólo a mi hija, salvó nuestra familia, nos devolvió la vida”, consideró Paola.
“Me gustaría que seamos un poco más solidarios con los demás, que nos pongamos en su lugar, que no todo es dinero, un simple gesto le puede alegrar el día a alguien, o salvar la vida”, añadió, al tiempo que recordó un pequeño gesto que le alegraba las tardes de espera cuando Kimey estaba internada en la terapia intensiva de la Fundación Favaloro: “Me llegaba un mensaje de una mamá que decía ‘estoy acá afuera, te traje un mate’ y eso era un montón, un minuto que te cambiaba el ánimo”.
Por su experiencia de vida y sus valores, Paola intenta siempre ser lo más solidaria que puede con los demás. “Acá siempre estamos haciendo algo. Hago camperas al párroco de acá, mochilas para los chicos que necesitan. Cuando una pasa por tantas situaciones y hay gente que es buena con una sin conocerte, la vida te da vuelta cien por cien. Es mi granito de arena para aportar”, concluyó.