El Coronavirus puede que sirva para que gobernantes y muchos gobernados comprendan que ante la adversidad lo único que salva a un pueblo es la unidad
Por Alberto Botto
La suspensión de clases, en consonancia con lo que han hecho otros países del mundo y como lo indica el sentido común, más la exhortación del presidente Alberto Fernández a reducir la circulación, son medidas plausibles que fueron anunciadas en el marco de una circunstancia alegórica, pero altamente destacable: acompañaron al primer mandatario el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Oficialismo y oposición unidos en un propósito loable.
La escena, desde luego, aparece como algo normal, que va de suyo en un país del primer mundo o signado por la responsabilidad social, pero no es habitual en Argentina, en donde el rencor, el odio, estampado en una burda división llamada “grieta”, campean como si la realidad fuera oportuna para tirar manteca al techo.
El Coronavirus, al menos, puede que sirva para que gobernantes y muchos gobernados comprendan que ante la adversidad lo único que salva a un pueblo es la unidad.
Es también de aplaudir la actitud del gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, al convocar a ex funcionarios del Frente Progresista para actuar en conjunto ante el peligro que significa esta pandemia.
Los argentinos, hay que decirlo, hace mucho tiempo que padecen una endemia crónica: pobreza, exclusión, delito, injusticia social. Una endemia que causa muertes literalmente hablando y muerte de sueños. Es hora de unidad para la prosperidad.