Abarca la construcción de las viviendas, la producción de los alimentos y el tratamiento del agua y los residuos. Para saber más sobre el tema, CLG dialogó con Carolina Acosta, licenciada en Gestión Ambiental
Abarca la construcción de las viviendas, la producción de los alimentos y el tratamiento del agua y los residuos. Para saber más sobre el tema, CLG dialogó con Carolina Acosta, licenciada en Gestión Ambiental
Por Gina Verona Muzzio
Basada en tres pilares fundamentales de la ética, la permacultura es una forma de vivir poco conocida para muchos ciudadanos, que está estrictamente relacionada al concepto de solidaridad, a la ecología y a la sustentabilidad. “Tiene tres ideas básicas a partir de los cuales se desarrolla toda la vida: la ética del cuidado de las personas, la ética del cuidado de la tierra y la ética sobre la distribución justa”, expresó Carolina Acosta, licenciada en Gestión Ambiental, docente y asesora, a CLG. La profesional hizo hincapié en el tercer pilar, que se refiere “a una distribución equitativa de los recursos e implica todo un concepto de empatía y de solidaridad. No se desarrolla nada en torno al capitalismo y la propiedad privada. No hay distinción de rangos, ni de condiciones, ni de clases sociales”.
A pocos kilómetros de grandes ciudades, en zonas rurales del país, existen aldeas o comunidades permaculturales. En esos espacios, toda la vida se desarrolla en relación a estos conceptos básicos, como si se retornara a la vida cotidiana de algunos años atrás, en una vivienda del campo. Por ejemplo, existe la “Granja Naturaleza Viva”, en la localidad de Guadalupe Norte, de la provincia de Santa Fe; y otro proyecto similar en Navarra, en Buenos Aires. “Hay otros proyectos que están iniciándose. Lleva mucho tiempo conseguir el grupo de personas, que entiendan el concepto, se responsabilicen y se comprometan con esa forma de vida”, explicó Acosta.
Si bien la forma de vivir parece propia de épocas en las que no había ciertas comodidades que brindaron la industria, la tecnología y el capitalismo, el concepto de permacultura fue acuñado en los setenta por dos ecologistas australianos: Bill Mollison y David Holmgren. Por definición, se trata de “un sistema en el cual se combinan la vida de los seres humanos de una manera respetuosa y beneficiosa con la de los animales y las plantas, para proveer las necesidades de todos de una forma adecuada. En el diseño de estos sistemas se aplican ideas y conceptos integradores de la teoría de sistemas, biocibernética y ecología profunda”.
“La permacultura es muy compleja, pero no es imposible. Implica un cambio de conciencia. En Argentina hay pocos proyectos, algunos se pueden visitar, con sus viviendas de adobe, con su forma de distribución y consumo del agua, a la que cuidan muchísimo y la reutilizan para regar. También con sus paneles solares. Además, tiene que haber huerta, que no se cuida con agroquímicos, sino con preparados naturales. También implica el hecho de vivir en comunidad, por lo que se trabaja mucho la conducta del ser humano, la solidaridad, el tomar conciencia de hasta dónde podemos consumir, lo que es realmente vivir en un ambiente natural, vivir con las horas del sol. Todo lo que se genera dentro de una comunidad permacultural tiene un impacto ambiental cero”, resumió Acosta.
“Esto permite que la vida humana sea sustentable en el tiempo, transformándose”, explicó la licenciada en Gestión Ambiental. “Con la sociedad industrial esa permanencia se terminó. Lo que tenemos hoy en día es lo finito, lo cortoplacista, lo descartable, la generación de residuos que el planeta no puede absorber. Las consecuencias están a la vista: el cambio climático, la falta de recursos, la falta de comida, el agua contaminada. Estamos haciendo un desastre en la cadena alimentaria con el plástico”, agregó.
Cómo incorporar la permacultura a la vida en la ciudad
Al ser consultada sobre cómo los habitantes de una ciudad, como Rosario, pueden aportar su granito de arena para llevar adelante una vida más sustentable, Acosta comentó que existen proyectos, por ejemplo de huertas, que implementan conceptos de la permacultura.
“Las huertas trabajan mucho la parte social y están inspiradas en los tres cuidados desde la ética. En relación al tercer cuidado, hay huertas agroecológicas en las que todo lo que se produce, se reparte entre las personas que trabajan en la huerta. Es una actividad completamente comprometida y solidaria con el bien común. No estamos acostumbrados a que todo lo que se siembra y se cosecha, vuelva al productor y su familia. Estamos acostumbrados a la producción en base a agrotóxicos y al consumo masivo”, ejemplificó.
En la misma línea, se refirió a la posibilidad de acceder a una red de comercio justo. “En Rosario hay varios emprendimientos, como la red de economía solidaria, compuesta por pequeños artesanos, pequeños agricultores que producen orgánicamente, sin agrotóxicos, a pequeña escala. También está el Almacén de las Tres Ecologías (en el Parque España), el Mercado Solidario, que tiene dos puntos de venta en la ciudad. Todos los productos que se venden en estos lugares vienen del concepto de la permacultura”, indicó.
Por eso, Acosta recalcó: “No hace falta irse a vivir a una aldea bioconstruida para vivir en permacultura. Tenemos que empezar a incorporar estos pequeños cambios en nuestra vida, de manera gradual, es una deconstrucción del sistema capitalista que nos formatea desde que nacemos”.
Una vida dedicada a la asesoría ambiental
Carolina Acosta es licenciada en Gestión Ambiental y, en ese sentido, explicó: “Lo que hago es trabajar en forma independiente y asesorar a empresas, organizaciones no gubernamentales, a la parte ambiental del Municipio, de la Provincia”.
Además, es docente y trabaja en instituciones y en forma independiente, brindando talleres de autogestión, sobre temas de ecología. “Mi mayor trabajo es la educación ambiental”, aseguró a este medio.
“Tengo un emprendimiento de compostaje, con composteras que son completamente agroecológicas, no generan impacto en el ambiente. La idea es empezar a disminuir los residuos orgánicos que generamos día a día. Mi idea es que el ciudadano común pueda ser un compostador urbano, un agroecologista, que se pueda empezar a incorporar esos conceptos, asumiendo nuestro lugar y nuestra responsabilidad ambiental. Hay un montón de cosas que se pueden hacer. El ciudadano común puede ir en el camino de generar basura cero. Es una deconstrucción”, concluyó.