Opinión

Debemos construir una sociedad donde la vida merezca ser vivida


Por Alberto Botto

Por Alberto Botto

Las circunstancias por las que atraviesa el ser humano de nuestros días y especialmente el mundo del trabajo, requiere que los dirigentes reflexionemos y reaccionemos ante determinadas circunstancias. Vivimos tiempos en donde unas fuerzas poderosas procuran por todos los medios cercenar la libertad del hombre. No muchos advierten esta circunstancia, pero la vida de las personas está cada día más controlada en todo el mundo y muy especialmente en los países en vías de desarrollo.

El ser humano es arrastrado por técnicas coactivas muy sutiles y eficaces hacia donde quiere el poder mundial. Nadie es dueño de sí mismo y casi todos vamos hacia donde el sistema quiere. Cientos de millones de personas en todo el mundo son sometidas a nuevas formas de sojuzgamiento y a cientos de millones no se le dan las herramientas para desarrollarse en lo material, intelectual y espiritual. Todo esto se hace más palpable aún en países en donde el neoliberalismo gobierna. La desigualdad que se observa en algunos países de la región, e incluso en nuestro propio país sobre todo como consecuencia de políticas económicas equivocadas durante los últimos años, es sin lugar a dudas la causa de muchos hechos de violencia. Si bien es cierto que el narcotráfico es generador de otros delitos, la pobreza, la desigualdad, son propicios para la generación de hechos violentos. Un ejemplo lo constituye lo que sucede en nuestra ciudad de Rosario y en otros puntos del país. Es por eso que los dirigentes gremiales, representantes genuinos de los trabajadores y sus familias, deben comprometerse no solo con las acciones que les son propias en el sindeicalismo, sino que deben obrar para alcanzar puestos de relevancia en los espacios de poder político, porque es desde allí que la defensa de los intereses de los trabajadores se realiza en toda su magnitud y con toda la energía.

Para alcanzar este objetivo, las diversas organizaciones gremiales deben dejar de lados diferencias, que son naturales en todo grupo humano, y centrarse en los puntos de coincidencia que no son otros que la defensa de la dignidad del trabajador y la consecución de más fuentes de trabajo. Todo ello, sin dejar de considerar que la dirigencia gremial tiene también un compromiso ineludible con la sociedad toda, especialmente con los sectores más vulnerados y vulnerables.

La situación en el mundo, y como se decía anteriormente en los países en vías de desarrollo, es grave para el mundo del trabajo. Un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo da cuenta de que alrededor de 500 millones de personas trabajan menos horas remuneradas de las que desearían, o no tienen suficiente acceso al trabajo asalariado. Además,según la organización internacional, el número de desempleados debería aumentar en alrededor de 2,5 millones en 2020. La desaceleración del desarrollo económico significa que mientras a nivel mundial la fuerza de trabajo es mayor no se están creando suficientes nuevos empleos para absorber a los que se incorporan al mercado laboral, a la vida económica.

En la Argentina, esta situación es notoria, grave, y es causanete sin ninguna duda de pobreza, de exclusión y, también, de una paralización del mercado interno que afecta al comercio, a los profesionales, a la pequeña y mediana empresa. A los pobres lo vuelve eternamente pobres, y a la clase media la vuelve apenas sobreviviente cuando no la arroja a la pobreza.

Es por eso que la dirigencia gremial de todas partes del país tiene la obligación de unirse para adoptar medidas que tiendan a transformar esta grave situación. La lucha, la protesta, es válida como herramienta, pero actuar no solamente en el ámbito gremial sino en el ámbito del poder político debe ser un propósito a lograr. Los dirigentes gremiales tenemos un compromiso hoy: ayudar a construir una sociedad donde la vida merezca ser vivida.