Por Carlos Duclos
Por Carlos Duclos
Por Carlos Duclos
La justicia al servicio del poder político y bailando a su compás, la ignominiosa situación de los pobres y hambrientos, la ausencia de educación digna y los derechos de la mujer y de los trabajadores, fueron algunos de los temas tratados en el discurso del nuevo presidente de los argentinos, Alberto Fernández. Desde luego, no estuvieron ausentes temas tales como la deuda y en ese sentido planteó una relación constructiva con los acreedores y el FMI, pero advirtió que “para poder pagar hay que crecer primero”.
Fernández aludió a la situación de muchas personas que la pasan mal, entre ellos los hombres y mujeres de la tercera edad y planteó la necesidad de una emergencia sanitaria. En materia de política exterior expresó que el país debe integrarse a la globalización.
Se encargó de manifestar, claramente, que recibe “un país frágil, postrado y lastimado” y anunció medidas importantes, como el término del secreto de los fondos reservados y hasta la eliminación de tales fondos para ser destinados a combatir el hambre. Otra medida de relevancia es la anunciada intervención de la Agencia Federal de Inteligencia.
Sin embargo, la perla preciosa estuvo dada por esa porción del mensaje destinada a exclamar que hay que terminar con el odio, con la cultura de denostar, humillar y ofender al que piensa distinto en la Patria. “Vengo a convocar a la unidad de toda la Argentina”, dijo y lanzó la idea de “un contrato social fraterno y solidario”.
El presidente de la Nación instó a la unidad aun en la disparidad de pensamientos políticos e ideologías. Y esto no fue solo un mensaje para aquellos que se sitúan enfrente de su blasón político, sino para los propios peronistas y para todos aquellos que aún suponen que el crecimiento de una sociedad puede lograrse sobre los fundamentos del rencor, de la venganza y del “ojo por ojo”. “Tenemos que superar el muro del rencor y del odio entre los argentinos”, dijo el presidente y subrayó: “no cuenten conmigo para seguir transitando el camino del desencuentro”.
Es de esperar que el Primer Mandatario cumpla con su palabra y la haga cumplir a propios y extraños. Es de aguardar además que desactive un Poder Judicial infectado a más no poder, y que ha hecho más política que impartir justicia. Que haga posible la vida digna de todos los argentinos y que rescate lo antes posible de la angustia a millones de personas sumidas en la mera y difícil sobrevivencia.
Lo cierto es que el discurso del nuevo presidente fue alentador, esperanzador y en ese sentido debe desearse con fervor que sus compañeros partidarios y sus opositores le permitan cumplir con su deseo de unidad para el crecimiento. En realidad, no es más que el deseo de una buena parte del pueblo argentino que quiere vivir de una vez y para siempre en condiciones dignas. No puede lograrse el cometido sin que se cumpla la proclama presidencial: “la primera y principal liberación como país es lograr que el odio no tenga poder sobre nuestros espíritus. Que el odio no nos colonice. Que el odio no signifique un derroche de nuestras personas viviendo en comunidad».