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De la cárcel a la pasarela: presos tejen el nuevo punto de la moda brasileña


Honorato Bezerra está preso hace cuatro años en una cárcel de Sao Paulo. Un compañero de celda le enseñó a tejer y ahora cursa las clases semanales de croché impartidas por el diseñador de moda brasileño Gustavo Silvestre. 

«La aguja y el hilo son mis nuevas armas», dice. 

Silvestre da dos clases por semana en la penitenciaría Adriano Marrey, en Guarulhos, en el área metropolitana de Sao Paulo, como parte del proyecto Ponto Firme, que esta semana presentó por primera vez una colección confeccionada mayoritariamente por presos en la Sao Paulo Fashion Week (SPFW). 

Honorato es uno de los 19 alumnos que durante nueve meses pusieron el alma para presentar 45 piezas en la pasarela más importante de Sudamérica. 

El desfile incluyó un mensaje contra la desigualdad social: su banda sonora contenía piezas marcadas por el estruendo de los barrotes, poniendo psicológicamente a los espectadores con un pie en la cárcel. 

La colorida colección incluyó chaquetas, gorros, bolsos, vestidos, indumentaria de playa, abrigos e incluso zapatos. 

Mezclando estilos y tendencias, Ponto Firme, que abrió su desfile con un modelo de camiseta blanca y pantalón beige -réplica en croché del uniforme de la cárcel-, ofreció una variada gama de opciones femeninas y masculinas. 

«Nos angustiamos por no tener noticias de la familia y el croché nos ayuda a disminuir la ansiedad, a ocupar nuestro tiempo», afirma Honorato, quien cumple su segunda condena. 

Mientras retoca un vestido verde que espera regalar a su esposa, cuenta cómo la prisión le hizo perder el contacto con ella y sus cuatro hijos. «Cuando la familia no está presente, uno termina olvidado por la sociedad». 

Ponto Firme y su éxito en SPFW sacaron a Honorato y a sus colegas de ese olvido para ponerlos frente a los reflectores. 

En los dos años y medio que lleva el proyecto, unos 120 reclusos han pasado por sus clases, e incluso uno de ellos, ahora en libertad, colabora en el atelier de Silvestre en Sao Paulo. 

Hoy, hay lista de espera para recibirlas. 

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– Nuevas oportunidades -. 

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Gustavo Silvestre dio sus primeros puntos en 2008 y se obsesionó tanto con el croché que hoy la técnica es eje central de su trabajo. 

En sus visitas a la penitenciaria de máxima seguridad Adriano Marrey lleva revistas, hilos -donados por socios del programa- y agujas. En una de las salas del pequeño centro cultural del recinto, se sienta y muestra en su laptop un tutorial para tejer una flor. 

Reproduce el modelo junto a sus alumnos que no demoran en seguirle. «Aquí no hay nada errado». cuenta, «todo se aprovecha». 

La amplia sala, con paredes tan blancas que parecen recién pintadas y buena iluminación, está pincelada por los colores de pedazos de alfombras y piezas de vestir exhibidos en dos mesas rectangulares. 

Las agujas se mueven rápido, como en un silencioso ballet de manos. Todos están trabajando en algún proyecto, sea tejiendo, leyendo patrones o copiando instrucciones. 

En una esquina, al fondo del salón, Thiago Araújo y Fabiano Bras, presos desde 2014, avanzan en dos alfombras. Son los alumnos más antiguos del curso. 

Thiago piensa antes de hablar. Sonríe poco. Ayer tejía un gorro, hoy debe terminar la alfombra y para mañana tiene previsto un vestido. No hay día sin croché. 

«Para los expresidiarios es difícil conseguir oportunidades allá afuera, y esa es mi motivación, voy a perfeccionar más mis técnicas al salir de aquí, voy a hacer de esto una nueva profesión», comenta sin soltar la aguja. 

Fabiano, que se dedica íntegramente a confeccionar animales y personajes de dibujos animados, sueña con volverse «el rey» del nicho. Antes de las clases con Silvestre, tejía con una improvisada aguja hecha de un cepillo de dientes y con hilos extraídos de piezas de lana. 

«Nos gustaría tener clases todos los días, el proyecto necesita más recursos», dice. 

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– Transformación -. 

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La cárcel Adriano Marrey, con capacidad para 1.200 personas, alberga ahora 2.100 reclusos, la mayoría por tráfico de drogas. 

Doce presos en promedio duermen en celdas previstas para seis. Es limpia y parece funcionar de forma armónica. 

Las noticias sobre cinematográficos intentos de fuga, tiroteos y rebeliones fueron sustituidas por historias como la participación en la SPFW y otras actividades culturales como la presentación que realizaron para el tenor Andrea Bocelli en 2016. 

«El arte como transformador de vidas, en eso creemos aquí», asegura Igor Rocha, oficial de seguridad y educador de la penitenciaría, quien desde 2010 promueve una serie de programas culturales, entre ellos el de Ponto Firme. 

«Antes creía que el croché era cosa de abuelas, tenía una opinión formada, pero luego, cuando me cansé de la vida del crimen, fui al ala de la iglesia y me interesé. De pronto estaba aquí, en la clase», cuenta Bruno Ribeiro, mientras desmenuza un patrón de alfombra. 

«Cambié de vida gracias a esto, y me hace feliz ser parte de un legado para quienes vengan después de nosotros», agrega sonriente. 

Para Honorato el croché es incluso más que eso. «Aquí no tengo que pensar en mi libertad, aquí soy libre».