Por Diego Añaños
Cuando faltan menos de quince días para las elecciones generales, el centro de la escena política ha sido tomado definitivamente por el candidato del Frente de Todos: Alberto Fernández. Los medios y la gente, pero mucho más los medios, están atentos a cada movimiento, a cada declaración que vierta candidato, o algún colaborador, que permita prefigurar al menos, algunos esbozos del futuro programa económico. Hace unos días, Fernández deslizó que una modificación en el impuesto a los bienes personales podría ser la solución al déficit fiscal, y causó un verdadero tsunami. Durante la semana, y en el marco de un encuentro que se desarrolló en la Facultad de Agronomía de la UBA, el ganador de las PASO planteó los tres ejes prioritarios de su gestión para el corto plazo: acceso a la canasta básica de alimentos, una política para erradicar la malnutrición, y un nuevo modelo de articulación Nación-Provincias para abordar la problemática. No mucho más. Hay un alto grado de expectativa con respecto a lo que viene. Alberto Fernández y su equipo envían todo el tiempo sutiles señales de su programa de gobierno, pero todavía nadie ha conseguido leerlos claramente. Es como cuando entra una nueva pareja al torneo de truco y hay que descular un nuevo alfabeto de señas.
Algo está claro, el equipo de la gestión entrante está muy preocupado por las condiciones bajo las cuales le tocará gobernar. Algunos medios porteños festejaban sobre el fin de la semana, que el Riesgo País había caído por debajo de los 1900 puntos, en lo que es sólo una muestra de lo complejo del escenario económico que acompañará a Mauricio Macri en la recta final de su mandato, caracterizado por: un retroceso del nivel de actividad económica que ya acumula más de un año en fila, aumento del desempleo y la pobreza, una inflación que no se detiene, una alta exposición de la deuda en dólares (el Stand By otorgado a la Argentina representa el 93% de los 5 que gestiona hoy el FMI), una sangría creciente de los depósitos en dólares (cayeron un 20% durante septiembre, concretamente U$S5200 millones), y una constante caída de las reservas del BCRA, que ya registran un retroceso del 30% desde las PASO
El escenario regional, no abona el optimismo del equipo de Fernández. Más allá de la reversión del ciclo político que parece insinuarse por las caídas en desgracia de Bolsonaro y Lenin Moreno, y por el triunfo de López Obrador, la realidad es que la economía brasileña no muestra señales de recuperación, y buena parte del futuro económico argentino depende de lo que pase en Brasil. Tampoco el escenario internacional envía señales positivas. Desde comienzo de año venimos insistiendo en que la situación económica global entró en un cono de sombra. En enero de 2019 decíamos: “Muchos analistas dan como una hecho la desaceleración del crecimiento del PBI mundial, pero algunos ya comienzan a incorporar la posibilidad de un escenario recesivo a su radar”. Hoy, aquel escenario que aparecía lejano en el espectro de los analistas, comienza a transformarse en una posibilidad cierta. En la tarde del viernes, el presidente Trump publicó algunos tweets en los que anunciaba el inicio de un acuerdo por la disputa comercial con China. Sin dudas es bienvenida una señal de distención, especialmente cuando las que están chocando son las dos mayores economías del planeta, pero lejos está la cuestión de resolverse. Con viento a favor, vamos hacia un estancamiento del crecimiento global, pero la amenaza de la recesión sigue presente.
En sintonía con lo que venimos planteando, se expresó la nueva Directora Gerente del FMI, la búlgara Kristalina Georgieva. Una semana antes de la asamblea anual del Fondo, la funcionaria analizó la coyuntura internacional y trazó un panorama sombrío para la economía global que se viene. Según la funcionaria, y en una frase con reminiscencias de la epistemología climatológica macrista, “el clima de la economía global está empezando a cambiar”. Efectivamente, el Fondo preanuncia que rebajará sus expectativas de crecimiento económico mundial para 2019/2020. Como consigna el diario El País, la desaceleración generalizada provocará que el crecimiento caiga este año a su tasa más baja desde principios de la década. Todo haría suponer que, ante una crisis de crecimiento inminente, sería el tiempo de que nuevas y creativas fórmulas aparecieran en el recetario del FMI. Más aún si consideramos que, como nos dijeron, el Fondo cambió. Sin embargo, no hay nada de eso. Como titula Página 12, el organismo cambia de cara, pero no de receta. Si, la misma receta que ha llevado sistemáticamente al fracaso a todos los países que han intentado implementarlas.
El caso Mexicano es un ejemplo claro de la insistencia en el fracaso. Tras 25 años de un Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá, y luego de haber sido uno de los mejores alumnos del sistema internacional, los resultados son claros: una industrialización raquítica (basada fundamentalmente en la maquila), salarios bajos, y un PBI per cápita promedio para la región. En síntesis, ningún desempeño para destacar. Sin embargo, un dato publicado por Infobae nos pinta un panorama de la realidad mejicana: la dureza de la situación económica, obliga a algunos mejicanos a cruzarse dos veces por mes a los EEUU a donar sangre, por lo que pueden llegar a obtener U$S400 mensuales, indispensables según parece, para mantener a sus familias. Aún queda la esperanza de que, con López Obrador, México recupere la consciencia y se consolide en América Latina un nuevo bloque que nos permita recuperar la soberanía política y la independencia económica, para negociar en función de nuestros intereses regionales.