Marzo de 1940. Un joven marinero alemán «payasea» frente al fotógrafo con una generosa porción de asado de tira en el patio de una casa de la calle José C. Paz de barrio Alberdi, donde se aloja con otros conscriptos de la tripulación del acorazado Graf Spee. El gobierno nacional, en cumplimiento de las reglas de neutralidad, los había confinado en Rosario, entre otras ciudades.
Esta morisqueta simboliza el comienzo del proceso de argentinización de más de 800 colimbas teutones que aceptaron su borgiano destino sudamericano, enamorándose, noviando y casándose, a diferencia de sus fanatizados oficiales y sumbos que encontraron distintas formas para escapar y retornar al frente de combate.
Cuando finalizó la guerra el anclaje afectivo con la nueva patria pareció quedar trunco para siempre porque fueron deportados a Alemania, pero se las ingeniaron para volver al cabo de relativo corto tiempo y ya para siempre, a laburar en lo que fuera para criar a sus hijos argentinos. Después vendrían los nietos, y luego por inexorable ley biológica, uno tras otro fue apagándose. Parafraseando una poesía de José Pedroni, hoy todos ellos «en tierras argentinas duermen tranquilos».