Donald Trump y Emmanuel Macron volverán a darse hoy la mano y reafirmar su sorprendente amistad. El presidente francés, en la primera visita de Estado que acoge Washington en la era Trump, tratará de ejercer su influencia para que EEUU aminore el volumen de su guerra arancelaria y permita la supervivencia del pacto nuclear con Irán. Dos objetivos que, sea cual sea su resultado, no empañarán la meta principal del viaje: demostrar al mundo que ambos líderes, por encima de Londres y Berlín, han forjado una relación privilegiada que les permite respirar juntos en universos distintos.
Es un viaje cómodo. Tras el bombardero a Siria, el nexo entre Trump y Macron se ha fortalecido. Francia fue el aliado más decidido de Estados Unidos. Le apoyó desde el primer momento, hizo suyo el discurso de Washington y creyó sin pestañear en sus informes de inteligencia. Fue una muestra de algo ya sabido. Entre Trump, de 71 años, y Macron, de 40, hay algo más que sintonía. “La amistad entre nuestras naciones y nosotros mismos es indestructible”, dijo Trump en la visita de Estado que efectuó en julio a París. “Nada nos separará”, remachó entonces Macron.
Aquel viaje a la capital francesa llegó en un momento similar al de ahora. Trump, haciendo gala de su estridente aislacionismo, había encrespado al mundo abandonando el Acuerdo de París contra el cambio climático y amenazaba con romper el pacto nuclear con Irán. Nada de eso enturbió la reunión. Los dos presidentes se deshicieron en gestos de amistad, con algún que otro reto para la galería, y a nadie le cupo duda de que Londres quedaba muy lejos y de que la intensa relación que Barack Obama mantuvo con la canciller alemana, Angela Merkel, había sido enterrada.
“Ambos presidentes han desarrollado una conexión personal. Son dos marginales que rompieron con el establishment político; dos personalidades disruptivas capaces de transgredir”, señala Celia Belin, experta del think tank Brookings Institution.
Ahora, nuevamente, la visita llega bajo la presión de una agenda adversa. El 1 de mayo termina la exención que decretó Trump para aplicar a Francia, Alemania y Reino Unido la subida de aranceles al acero y el aluminio. Y el 12 de mayo vence el plazo para la renovación del pacto nuclear con Irán, cuya ruptura no solo abriría una profunda fisura en Occidente sino que amenaza con empujar a Oriente Próximo hacia otra espiral armamentística.
Ese es el escenario. Pero no el guion. La visita, que arranca el lunes por la noche y termina el miércoles, ha sido diseñada para proyectar la “gran amistad” entre ambos países. Reuniones bilatelares del máximo nivel, actos con las primeras damas, cena de Estado, conferencia de prensa conjunta y, por encima de todo, el discurso que pronunciará Macron ante el Congreso y que coincidirá con el aniversario del que el 25 de abril de abril de 1960 pronunció el general Charles De Gaulle en el Capitolio.
Será una inyección de grandeur en grado sumo. Un elemento del que siempre andan necesitados los presidentes franceses y que sirve bien a los fines de ambos mandatarios. A Trump, como anfitrión, le realza la pátina de estadista de la que carece, y a Francia le permite hablar de tú a tú a la primera potencia mundial.
“La diplomacia francesa, que tuvo malas experiencia con Bush y Obama, es pragmática y prefiere estar cerca que lejos. La nueva política de Washington propugna un menor intervencionismo en otros países, y eso encaja con la visión francesa, donde el excepcionalismo y la confianza en la disuasión nuclear mantienen su fuerza ”, señala la experta Belin.
No en balde, Macron llega a Washington dispuesto a consolidarse como el socio privilegiado de Trump en Europa. En la visión del mundo, la biografía, el talante e incluso la edad, todo les aleja. Y sin embargo han encontrado una extraña sintonía, hecha de respeto mutuo, de una confluencia de intereses y quizás de una apreciación por la grandeur –aplicada a una nación, en el caso de Francia, y a un ego extremo en el caso del presidente de EE UU- que contribuye a crear un ambiente propicio al entendimiento. La impresión del desfile militar el 14 de julio pasado en Paris, al que Macron invitó a Trump, no se ha borrado.
“La visita de Estado es una prueba para el método Macron”, dijo, en vísperas del viaje, Alexandra de Hoop Scheffer, directora en París del laboratorio de ideas German Marshall Fund of the United States. De Hoop Scheffer es coautora, con Martin Quencez, de un informe sobre la relación bilateral en el que destaca los beneficios de Trump para los intereses franceses. “El primer año de la muy disruptiva presidencia de EE UU ha sido sorprendentemente poco disruptivo para las relaciones bilaterales franco-americanas”, se lee en el informe. “La aparente renuncia al liderazgo global por parte de la Administración Trump no ha sido malo para las ambiciones del nuevo presidente de Francia”.
Trump sirve a Macron para realzar su estatura europea e internacional, y la de Francia. Ya no es la canciller alemana, Angela Merkel, la interlocutora favorita de Estados Unidos para hablar con la UE, como lo fue durante la presidencia de Barack Obama. Ni tampoco, pese a la retórica sobre la relación especial entre Londres y Washington, el Reino Unido de Theresa May, ahora ocupado en el laberinto del Brexit.
El vacío europeo lo ha aprovechado el presidente francés para erigirse en el socio privilegiado de Washington. Y ha usado su capacidad de seducción, la habilidad, que también ha demostrado con presidente ruso, Vladímir Putin, para agasajar sin dar a torcer el brazo en los intereses nacionales.
Trump es útil a Macron en otro aspecto: al desentenderse de algunos problemas globales, como el cambio climático, o señalar su voluntad de repliegue en regiones como Próximo Oriente y asuntos como el programa nuclear iraní, ha dejado espacio a Francia.
Macron ha sabido jugar los puntos fuertes de su país, potencia media con la bomba nuclear y derecho de veto en el Consejo de Seguridad, y unas fuerzas armadas que proyectan su poder en teatros de operaciones en África y en Próximo Oriente. No es una novedad: las relaciones entre los militares de ambos países han sido intensas en los años recientes. Pero aterrizar el Washington tras la intervención militar en Siria, en la que Francia tuvo un papel secundario pero destacado, también le ayuda.
Fuente: El País