Contención, techo y educación: a la institución, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, concurren en su mayoría personas en situación de calle
Por Belén Corvalán
El Centro Educativo Isauro Arancibia, ubicado en Avenida Paseo Colón 1318 en la Ciudad de Buenos Aires, es mucho más que un lugar donde grandes y chicos van a adquirir conocimientos de matemáticas o lengua. “Es todo un proyecto pedagógico que fuimos construyendo en base a las necesidades que traían los pibes”, contó a CLG la directora del establecimiento, Susana Reyes, que con sesenta años ocupa desde hace una década esa función en la escuela donde trabaja hace más de 22.
La Isauro Arancibia comenzó como un centro educativo de primaria para adultos. Sin embargo en el año 98, cuando la sociedad ya palpitaba la grave crisis económica y social que se avecinaba, y que unos años después golpeó estrepitosamente al país; muchos chicos quedaron en situación de calle. Más precisamente “viviendo bajo el techito que tiene la Avenida Paseo Colón”, o en los alrededores de donde está ubicada la institución.
Por ello, comenzaron a asistir a “la Arancibia”. Es que allí encontraban todo lo que les faltaba: desde los alimentos para cubrir las necesidades más orgánicas, hasta lo más subjetivo, como una mirada que los constituyera como individuos capaces.
“Era yo sola con veinte estudiantes, y se fue transformando en lo que es hoy”, siguió contando. Actualmente, las paredes de la escuela desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde acogen alrededor de 400 chicos, y a 130 trabajadores que con mucho esfuerzo hacen que el colegio funcione.
“La escuela se fue moldeando y construyendo frente a las necesidades que iban surgiendo”, contó Reyes. Esto hizo que a la primaria para adultos luego se le incorporara el nivel secundario. Con el tiempo, afloró la iniciativa de crear un jardín maternal, “porque venían a cursar con sus hijos, entonces se necesitaba”.
A esto se le sumó también un Centro de Actividades Infantiles, y un grado de nivelación, es decir, un nivel primario para niños. Además, también brindan una escuela de formación para el trabajo, en donde se les enseña a realizar distintos oficios. Por año alrededor de veinte alumnos adultos terminan la primaria.
“Está pensada para hacerse en tres años, pero dadas las circunstancias a veces tardan más”, indicó. Y aunque a veces transcurre un tiempo en el que se ausentan, “siempre vuelven, y eso es lo importante, y lo que nosotros valoramos”, remarcó la directora.
“Nadie les va a decir que les conviene terminar la escuela, ni les va a dar algún ejemplo, sino que la decisión depende en un 100% de ellos. Son los pibes que han sido expulsados del sistema educativo y que vuelven a la escuela de grandes, y dan cuenta que ellos también pueden”, reflexionó.
La mayoría de las personas que concurren a la Arancibia viven en la calle. Por eso en la escuela les dan el desayuno, el almuerzo y la merienda, es decir, tres de las cuatro comidas diarias más importantes. Así como también entre los docentes realizan reuniones esporádicamente para tratar problemáticas como la adicción a la droga.
“Ante la falta de oportunidades y de contención, caen en eso. Pero todo se conversa. Siempre tratamos de a todo ponerle la palabra, de que puedan hablarlo, y contarlo”, explicó.
“Muchos no fueron nunca a la escuela, no tienen documento, ni partida de nacimiento”, comentó Reyes. Estas condiciones hicieron que desde la institución se gestionara la articulación con otros espacios, como con el hospital Argerich, o equipo de acceso a la Justicia para que asistentes concurran mensualmente a la escuela asesorarlos o chequearlos. “Poco a poco se van reconstruyendo, porque hay un Estado que está ausente y dejó a toda esta gente a la deriva”, añadió.
A su vez, reconoció que la tarea no es fácil, sin embargo, Susana no concibe otro lugar mejor donde haber desempeñado su vocación. Es tanto el esfuerzo que se deposita en cada logro, que hace que el triunfo de cada batalla ganada sea potencialmente mayor. El tono de su voz cambia drásticamente cuando se refiere nuevamente a lo que la escuela Arancibia genera, en todos los que la habitan. “Te demuestra que cuando el ser humano es valorado, cuidado y amado puede salirse del lugar que lo ponen, y hacer de su vida lo que sueña”, sostuvo.
Luego, añadió: “Yo creo que vivir en la calle debe ser la situación más denigrante que pueden atravesar, entonces llegar a un lugar donde reciben una mirada amorosa, que los constituye de otra manera, para ellos es un montón”.
Pese a estar atravesando un contexto complicado en el que ejercer la docencia, por tratarse este de uno de los sectores más golpeados y olvidados, cuando se tiene verdadera vocación, el panorama resulta menos pesimista.
“Yo creo que mi mejor capacitación la hice en esta escuela”, esgrimió Susana sin dudarlo. “Es tal la satisfacción en acompañar a alguien cuando va concretando sus logros, y empieza a valorarse. Acompañar a una persona que aprende a leer y escribir de grande, pensando que nunca lo iba a hacer, es una de las cosas que no tiene precio”, puntualizó.